Hace ya más de dos meses desde que nos confinaron, y esta es la tercera vez que escribo en confinamiento. Tal vez será la última “de esta saga”, ya que parece que el temporal amaina…

Durante más de dos meses, día tras día hemos hablado, hemos reído, nos hemos emocionado, hemos realizado compras de producto de proximidad conjuntamente, hemos compartido recetas, libros, hemos sabido de los nietos, los padres, e hijos, y nos hemos arreglado para salir al balcón, porque ha pasado a ser una cita obligada, casi un ritual, y los vecinos “con nombre” se han convertido en anónimos. Él se ha convertido en uno más de los queridos vecinos confinados… puntual a las ocho para aplaudir, esperando que le llegue el cartón del bingo musical, tomando nota del día y la hora que le toca actuar en el festival de la calle o por Sant Jordi.

Y cuando le ha tocado a él, ha salido a la terraza y, guitarra en mano, ha hecho sonar unos acordes, y la ha saludado a ella, que está justo detrás de la ventana, y ella le ha devuelto el saludo, y ha entonado su canción: Els vells amants. Y días más tarde, a su vez dentro de la 2ª edición del CardedeuFest, ha subido a la azotea, ha montado el equipo de sonido, y como él mismo reconoce, “hace dos meses que hago cosas que no había hecho en la vida”.

Y justo cuando era la hora se ha hecho un silencio, y nos hemos dejado llevar… Dos siluetas se recortan en lo alto de la azotea y la línea sigue y se reconoce el Tibidabo y Collserola, y el sol, que ya se pone, les hace de pantalla. Comienza este concierto en la intimidad del confinamiento, y lo dedica a sus queridos vecinos de tantos y tantos años y a aquellos otros, que como él dice “nos hemos conocido más gracias a esta maldita pandemia”.

Miras abajo a la calle, y la acera está llena de gente con mascarillas y guardando la distancia, escuchando y siendo conscientes de que sin buscarlo, están acudiendo a un concierto único. Y comienza, ahora sí, con Seria fantàstic, y le sigue Cançó de matinada; de fondo se oye a Marc, de dos años, el vecino más pequeño de la calle al que de mayor le explicarán que el primer concierto que oyó, fue en su calle, desde la acera y con mascarilla.

Al terminar se despide y agradece la oportunidad que se le ha brindado de estar en este Festival. Los aplausos no se detienen y a petición del público termina, ahora sí, con: Paraules d’amor. Muchas gracias Joan. Muchas gracias Joan Manuel Serrat.

El saber que pronto tocarán las ocho de la tarde y no vamos a salir a aplaudir, se me hace extraño y me he preguntado: “¿Y ahora qué…?” Parece que alguien ha decidido que ya no hay más aplausos. Me resisto a que sea así.

A las ocho menos un minuto, salgo a la terraza. Se levanta la persiana de la casa de enfrente, y sale Joan y nos preguntamos si seremos los únicos, y a continuación aparece Carme, de la casa de al lado y un poco más abajo Isabel, y tras la ventana está ella; de lejos se oye cómo los barcos del puerto hacen sonar las bocinas, y nos miramos, y juntos empezamos a aplaudir y a silbar, y nos decimos que nosotros seguiremos aplaudiendo cada día por los sanitarios, los repartidores, los carteros, periodistas, transportistas, los del súper, de la limpieza, y los abuelos, los viejos amantes y los vecinos confinados… con la misma fuerza y ​​convencimiento, sin timidez y con un montón de experiencia. ¡Va para todos ellos!

Puede que sí parezca que esto se acaba y que vamos hacia una nueva normalidad, donde desgraciadamente todavía reencontraremos antiguas costumbres: desplazarnos sin mirar arriba, salir de casa sin pisar la calle: la moto, el coche, o el patinete necesarios para llegar antes al destino, nos olvidaremos que hemos descubierto nuestro barrio, nuestras calles, que hemos paseado en horas y en lugares que nunca nos hubiéramos imaginado, y volveremos a ser los de siempre, nos saludaremos con un: “hola, ¿qué tal?”, y entraremos en casa y mañana será otro día… Me resisto a que sea así…

Share.
Leave A Reply