Si has llegado a este artículo debes regresar a la casilla de la semana anterior. De repente, justo en las calles de una barriada rebelde por desmarcarse del recinto original de Gràcia y amenazar con traspasar la frontera de Sant Martí, irrumpe el cuartel de la Guardia Civil de travessera de Gràcia, cuya parte posterior pertenece al carrer del pare Laínez, heredero del Matadero de la Villa.
También decíamos ayer sobre su situación en el confín. Algo normal desde la antigüedad, cuando los cementerios ya se situaban extramuros, y lo mismo acaecía con la matanza de animales. Su primera mención se halla en un elenco destinado a Felipe V de Borbón sobre los edificios preservados y proyectos futuros a efectuar una vez conquistada la ciudad el 11 de septiembre de 1714.
Uno de ellos era la construcción de un Matadero en Gràcia, y no sabemos cuándo prosperó, aunque si intuimos, como mínimo, una reforma hacia 1842/1843, cuando figura en documentos del Archivo Municipal hablándose de erigirlo, y la fecha, puestos a especular, encajaría a partir del crecimiento del municipio, brutal durante el siglo XIX hasta alcanzar los sesenta mil habitantes en el momento de su agregación a Barcelona en 1897, cuando era una de las diez ciudades más pobladas de España.

A partir de esta premisa puede entenderse asimismo el porqué de su erección justo a mitad del Ochocientos. Era un oasis hasta la urbanización de las parcelas colindantes de Joan Torras i Guardiola y los hermanos Romans. Empezaban en la esquina del matadero, con vistas a la travessera de Gràcia, plaça Joanic y la inmensa extensión rural de Can Comte, rebosante de vegetación hasta la crecida urbanizadora de finales de los años veinte y la segunda República, cuando el aislamiento de Gràcia con ese otro trozo de su territorio se canceló sin miramientos, decretándose el fin del dominio de la Masia de 1645 y sus campos, poco a poco integrados en la trama condal.
Ese inicio, del que nos hemos desviado, era seco, y pare Laínez arrancaba las tres islas de los propietarios. Cruzaban con los campos de Can Compte, la calle del Matadero, Jordà, la actual Pau Alsina, antaño Secretari Coloma, y fenecía, hasta su ampliación hasta Sardenya, en el torrent de Mariner.
No es imposible perfilar una pequeña Historia del Matadero en sus últimas décadas. En 1891 debió ver las orejas al lobo por la inauguración de su hermano mayor de Barcelona, el Matadero General, como es deducible emplazado en el actual parc de l’Escorxador, otra frontera más del momento finisecular, esta vez con Sants.
Este movimiento del tablero hacia intuir una pérdida de protagonismo incluso en el perímetro graciense una vez se consumara la agregación. Otro preludio pudo advertirse en 1893, cuando el gobernador civil Larroca visitó varias instalaciones de la Villa junto al alcalde Gausachs. El Matadero se hallaba en pésimas condiciones higiénicas, hasta hacerle exclamar aquello de no querer imaginar su estado sin recepciones oficiales, sobre todo la dependencia destinada a intestinos y despojos de reses, deleznable, a diferencia de otros epicentros de Gràcia, como el recién estrenado Mercado de la Abacería, limpio como una patena.

Por aquel entonces la matanza del ganado se estableció a las tres de la tarde. Esos últimos años del siglo debieron ser una agonía entre huelgas de matarifes, quejosos por no tener bastante con seis quilos de sarmiento para chamuscar las reses y reemplazados por municipales, enfermedades de las bestias y corrupción en su órgano directivo. En 1901 lo recaudado no se correspondía con el número de cabezas, suspendiéndose de empleo al director, al ayudante, el administrador y cuatro trabajadores más.
Estos estertores debieron tener una remodelación, de hecho la pista para empezar con todo este laberinto vino de asociar a Torras y Guardiola con la edificación de un nuevo Matadero en 1895, pero la magnífica página Barcelofilia acude a mi rescate. Torras y Guardiola fue maestro, entre otros, de Antoni Gaudí y se destacó en cubiertas y estructuras metálicas, hasta fundar la empresa fundidora Torras Herreria y Construcciones, encargada de renovar el Matadero de Gràcia en 1906, como si de este modo el propietario de las callecitas aledañas hubiera completado el cuadrante de sus posesiones, como si ese trozo de la vieja Villa ahora le perteneciera hasta cierto punto.
No sabemos cómo fueron los fastos de la reinauguración. Desde 1908 se clamaba por adoquinar bien su entrada, dependiente del municipio, no como las parcelas de pare Laínez, en ese momento denominado Campos, para luego dividirse en dos sectores. El primero, de la esquina con el Matadero hasta el torrent del Mariner, homenajeaba a Zola, mientras la segunda, de ese enclave hasta Sardenya, lo hacía con el republicano Sol i Ortega. Esta fragmentación demuestra como dentro de este islote entre Gràcia, a la que pertenece oficialmente, y el Baix Guinardó también había una frontera más por la cronología de sus dos segmentos.

En 1910 lo del pavimento estaba arreglado y las noticias eran hasta graciosas. Juan Santiago fue detenido en la puerta del Matadero por acarrear veinticinco quilos de chorizo no declarados en las casetas de consumos. Los vecinos de la calle del Matadero se quejaban por el ruido nocturno de una fábrica de tachuelas, casi contigua a una de fósforos. En 1904 hubo hasta detonaciones de arma de fuegos y persecuciones de serenos y ladrones.
La nota para el ahogamiento data de noviembre de 1912. El 7 de ese mes hubo un conflicto entre los abastecedores de reses de cerdo y los tocineros. Dos días más tarde ante la petición de matar más cabezas en Gracia el Ayuntamiento de Barcelona aclaró que por lo exiguo de la matanza en su interior ni siquiera compensaba los gastos de personal y alumbre.
En marzo de 1914 otro breve aclara el cese de actividades del Matadero, abriéndose un debate sobre su uso durante ese turbulento verano, con algunos decantándose por la creación de un centro sanitario ante la epidemia de tifus y otros, vencedores, aceptando la petición urgente del club Germania para acoger a los ciudadanos del Imperio Alemán en espera de ser repatriados a su país tras el múltiple estallido de la Primera Guerra Mundial. El paréntesis del conflicto también lo será para esas paredes con tanta sangre, oasis y jaqueca, alfa y omega de la barriada configurada por Torras i Guardiola y los hermanos Romans.



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