Volveremos al Matadero. Aún esconde muchas historias. Durante toda esta serie nos movemos por una serie de calles en un tramo muy espacial muy concreto, de plaça Joanic y los terrenos de Can Comte a la vieja frontera de Sant Martí de Provençals, el torrent de la Partió o de Mariner.
Este territorio fue ampliándose con el tiempo. En los dos primeros artículos quedaba algo confuso el origen de todo el entramado. La culpa es mía y sólo mía. Al inicio concedí todo el crédito al arquitecto Torras i Guardiola por su petición de urbanizar tres islas en 1875, pero justo al año siguiente los hermanos Romans hicieron suyo el trazado, algo evidente por el bautizo de las calles. Una en su propio honor, otra para el segundo apellido del clan y una última muy pelotillera, a Martínez Campos, luego mutada en Campos hasta ser Zola en 1907, siempre hasta el torrent de Mariner. Si Torras i Guardiola hubiera intervenido en todo el asunto aparecería en esas inmediaciones del Matadero.
La calle Zola era el primer tramo de una línea recta. El torrente de Mariner la separaba de sus vecinos, sólo divididos por el curso fluvial, de Sol y Ortega, cuyo feudo terminaba en el carrer Sardenya. Unos en la antigua Gràcia y otros en Sant Martí pese a compartir calzada.

La historia de estas dos calles, la misma y diferente, es fascinante desde su cotidianidad. En el sector Zola, desde el Matadero, algunos arquitectos de renombre construyeron casitas. Quizá una de las más antiguas sea la del número 7. En la esquina con Pau Alsina, antes Jordà, Maurici Augé i Robert trabajó en unas viviendas para Joan Mariné, con toda probabilidad el propietario de Can Mariner, unas calles más abajo, siguiendo el curso del omnipresente torrente.
En la calle Zola casi cada vecino pudo contar a principios de siglo un accidente. Para arrancar con tantas vidas cruzadas tenemos en 1914 a un joven alemán con buenas referencias que quiere trabajar puntas y rabiones. Escribe desde el 30 bis. En el 30 la prensa registra una subasta por incapacidad en 1921 y la caída de Camilo Prats, yesero de profesión, desde el primer piso.
El día a día, o saltos puntuales del calendario, debió ser trepidante en ese suspiro. Los de Zola festejaban tanto Gràcia como en Sant Martí, y en mayo de 1919 cuatro niños sufrieron heridas de consideración por el derrumbe de un tablado con músicos. Salvador Milà Rovira se fracturó ambas piernas y sus amigos, de ocho a cuatro años, sufrieron contusiones de menor nivel.

También había lugar para ingesta de pastillas corrosivas a manos de una joven en 1926, quien sabe si por amor, y atropellos de todo tipo, en la misma calle y en el centro entre carromatos y tranvías.
La mejor efeméride da para un cortometraje o un relato. La Vanguardia del 26 de abril de 1923 notifica la historia de un tal Ramón Pérez, contratado en una zapatería del 19 de Zola, en el dispensario de Gràcia tras escapar de la muerte en un tiroteo al lado de una bodega de Menéndez Pelayo, ahora torrent de l’Olla. En realidad, Jesús del Priego, con sus iniciales cosidas en la ropa, tuvo un síncope en la calle Diluvio y, según el periodista, era un anormal con manía persecutoria.
Sol y Ortega nos conduce a otra dimensión, más allá de Gràcia, en Sant Martí, Distrito IX de antes de la Guerra o Baix Guinardó de nuestros días, un lío fenomenal, cosas de la frontera. Este trecho tiene menos contenido, sin embargo, muy útil para definir la mentalidad de la barriada de Romans. Tenía una sede del Centro Republicano Radical Autonomista. Marcelino Domingo, uno de esos políticos demasiado olvidados, pronunció discursos en 1916, mismo año del súbito fallecimiento de José Ferré Agramunt, el peça, calificado de personaje conocidísimo. He buscado más información, con nulo éxito.

Sol y Ortega era el patito feo del conjunto. Su parte de barrio no tuvo iluminación hasta la segunda mitad de la década de 1920, quien sabe si en coincidencia, es lo más probable, con la aceleración de estas obras por la Exposición Internacional. En Romans y alrededores se habían solicitado, y deducimos que implantado, desde 1880. El contraste es notorio, y desde aquí os presento a las otras afectadas allende el torrent de Mariner: Ventalló, Nogués y Sardenya cortando tanto el segundo sector de Romans, asimismo perjudicado, y la propia Sol y Ortega, donde no podía faltar un guiño delincuencial. En 1928 se robó el contador de gas y la caja de la lechería de Salvador Roig.
En septiembre de 1936 la Gaceta Municipal hace constar la pavimentación de Zola y Romans, como si la guerra no hubiese alterado la normalidad. Esta había cambiado en demasía desde lo mínimo. En menos de veinte años el Matadero había cedido su puesto a un cuartel de la Guardia Civil.
Hacia Gracia la distancia rural de antaño iba desapareciendo por la inauguración del tramo de passeig de Sant Joan entre el monumento a Verdaguer y la travessera de Gràcia y la progresiva urbanización de los terrenos de Can Comte, con la irrupción de Sabino Arana/ Pi i Margall. Tampoco podemos omitir la aprobación de la calle de Joaquim Ruyra en 1935. De este modo ese ángulo de la barriada quedaba cercado, sin las aperturas del pasado.

Hacia el Hospital de Sant Pau, lo militar se imponía por el apabullante Cuartel de caballería de Girona y las cooperativas para soldados, casi una continuación ideal del establecimiento de la Benemérita.
Si miráramos hacia la Sagrada Familia observaríamos un tejido muy variopinto, con un mundo rural en vías de desaparición contiguo al torrente. Ya tendremos ocasión de hablar de esa zona, donde se aprecia una cesura muy nítida entre inmuebles republicanos y franquistas, entonces surcada tanto por iglesias como por fábricas, eso sí, con una conciencia muy clara de enterrar los trazos de lo pretérito a partir de un aprovechamiento de cualquier centímetro para viviendas, cada vez más altas.
En 1942 Zola y Sol y Ortega se unieron para extinguirse. El jesuita Padre Láinez tomó el relevo y, al fin, de Ruyra a Sardenya, la rectitud aparcó rencillas. En unas fotos de 1951 el pavimento está desastrado, arena sin aristas. En nuestra querida Gaceta Municipal de 1961 el redactor aún la llama de Zola. Un despiste. No he podido conversar con ningún lugareño con ese recuerdo. En Romans departí con un inquilino del número 28, donde en diciembre de 1935 asesinaron con premeditación, alevosía y nocturnidad al recaudador de una empresa. Dialogué con el chico, enrarecido al verme mirar tan atento los bajos de su casa. Buscaba los tiros. Es otra historia.


