“Me levantaba cada día a las siete de la mañana y recorría unos ocho kilómetros a pie para poder ducharme y comer», relata el Davide Andreoli. Estuvo viviendo en las calles de Barcelona durante más de ocho años y ahora, gracias a la ayuda de la Fundación Arrels, tiene un techo donde cobijarse. Explica que adaptarse a tener una casa después de haber estado tantos años viviendo en la calle no es nada fácil. «Me costó mucho adaptarme a tener una cama, al principio dormía en el sofá porque, si no, no podía dormir. Aún ahora, después de un año, duermo con la luz encendida, porque estaba acostumbrado a dormir con la luz de las farolas en la cara».

Según el último recuento de la Fundación Arrels, realizado el pasado 14 de mayo, 1.239 personas viven en la calle en la ciudad de Barcelona. Y la cifra no ha hecho más que aumentar con los años. Calculan que en los últimos doce años, el número de personas que duermen en la calle ha aumentado en un 80%. Así lo recoge la Fundación Arrels en el informe Vivir en la calle en Barcelona. Radiografía de una ciudad sin hogar, un estudio realizado a partir de entrevistas a más de 1.400 personas sin hogar durante los últimos cuatro años.

Desde la entidad denuncian que el número de personas que duermen en la calle es sólo «la punta del iceberg», porque el censo que elaboran no llega a cubrir la totalidad de la superficie de Barcelona y hay personas que no quieren hablar y no quieren dar sus datos. Además, el sinhogarismo no sólo incluye las personas que duermen en la calle. Según Arrels, actualmente hay 4.200 personas sin hogar en la ciudad de Barcelona, ​​2.171 de estas están alojadas en recursos públicos y privados y 836 viven en asentamientos – solares, fábricas, locales en desuso -, un 93% más que el año 2015.

«Vivir en la calle no es vivir. Empiezas a pensar y a pensar y caes dentro de un pozo del que no puedes salir , explica Davide. «Sufres mucho. Vivir en la calle conlleva mucho dolor interior, y eso te produce muchas secuelas», añade. destaca que lo peor de vivir en la calle es la soledad. «Estás solo ante el mundo entero, nadie te quiere... esto  es lo más duro».

El efecto de la Covid-19

Con la pandemia del Covid-19, las personas que viven en la calle se han hecho más visibles, ya que no se podían confinar. También tenían dificultades para poder seguir las recomendaciones sanitarias para prevenir el coronavirus, como lavarse las manos con jabón o gel antiséptico.

Ante la emergencia sanitaria, el Ayuntamiento de Barcelona habilitó más de 600 plazas que han acogido personas que viven en la calle y personas que vivían en habitaciones y albergues pero que se han quedado sin alojamiento con el estado de alarma. De estas 600 plazas, 160 se mantendrán hasta finales de año y el resto cerrarán en septiembre.

Desde la Fundación Arrels se muestran preocupados por qué pasará con las personas que no tendrán donde ir cuando cierren los equipamientos del Ayuntamiento. «Esperamos que se les den soluciones y que no se incremente el número de personas que viven en la calle», señala Ferran Busquets, director de la entidad. Por otra parte, remarca que hay muchas personas que no se han acogido a estas plazas y que han preferido seguir durmiendo en la calle. «Hay personas que tenían miedo a contagiarse en espacios masificados como el de la Feria de Barcelona», explica.

Estas personas que no han tenido un lugar seguro donde confinarse han quedado más expuestas al coronavirus y también a situaciones de abusos y agresiones. Desde Arrels explican que durante las semanas del confinamiento total, tres personas que viven en la calle fueron asesinadas, una persona murió a causa de una pelea y una quinta murió de manera accidental. Además, también se registraron varias sanciones a personas sin hogar por no estar confinadas cuando, obviamente, no tenían manera de hacerlo.

Además, especialmente durante las primeras semanas de confinamiento, ha habido dificultades para cubrir las necesidades básicas de las personas que viven en la calle, ya que una veintena de recursos para ducharse, comer y descansar han tenido que cerrar desde el inicio del estado de alarma porque no podían cumplir con las medidas de seguridad o porque no tenían suficiente personal, ya que había habido contagios. A esto se le ha sumado que durante el confinamiento tuvieron que cerrar parques públicos, cajeros y otros espacios donde las personas podían resguardarse por la noche, de manera que las personas sin hogar se han visto obligadas a cambiar su lugar habitual para dormir.

Las personas sin hogar, cada vez más jóvenes

El informe presentado por la Fundación Arrels indica que casi la mitad de las personas que viven en la calle tienen entre 36 y 55 años y que en los últimos años ha aumentado el número de personas de entre 16 y 25, que representa actualmente el 13% del total. «Este incremento de personas jóvenes se debe a la complicada situación en que se encuentran jóvenes tutelados cuando cumplen los 18 años y se quedan fuera del sistema de protección, sin que se les ofrezca una solución para poder desarrollar su vida», explica Busquets.

Respecto al origen de estos jóvenes, Arrels destaca que tres cuartas partes de las personas de entre 16 y 25 años han migrado desde países extracomunitarios. Únicamente el 5% son nacidos en España y un 17% son personas migradas desde países comunitarios. Por este motivo, desde la entidad señalan que haber migrado es un factor estructural de vulnerabilidad y exclusión, por lo que ser migrante se convierte en un riesgo.

El impacto en la salud

Vivir en la calle tiene un impacto muy grande en la salud y en la vulnerabilidad de las personas. Según señala Ferran Busquets, vivir en la calle puede suponer que una persona vea reducida su vida hasta veinte años de media. «A partir de los seis meses de estar viviendo en la calle, se dispara la vulnerabilidad de la persona», explica Busquets. Vistos los datos de Arrels, entre las personas que hace entre 5 y 7 años que viven en la calle, un 40% están en situación de vulnerabilidad alta.

Según el informe de la entidad, casi ocho de cada diez personas que viven en la calle en Barcelona se encuentran en una situación de vulnerabilidad alta o media, que indica que necesitan una intervención social desde servicios especializados. De entre los grupos de población con una vulnerabilidad alta destacan las personas de más de 65 años, la mitad de las que se encuentran en una situación de vulnerabilidad alta, y las personas de entre 16 y 25 años.

Además, un 32% de las mujeres y un 28% de los hombres que viven en la calle afirman tener algún tipo de enfermedad crónica. En los últimos años, también ha aumentado el número de personas que viven en la calle que afirman tener una enfermedad o trastorno mental que les impide vivir de manera independiente: de un 4% en 2016 se ha pasado a un 9% en 2019. Entre las personas en situación de vulnerabilidad alta, la cifra es mucho más elevada y se ha doblado: de un 15% en 2016 a un 32% en 2019.

En cuanto al género, el informe señala que las mujeres que viven en la calle tienen, proporcionalmente, una vulnerabilidad más elevada que los hombres. Una mujer de cada cuatro tiene vulnerabilidad alta. En este sentido, la entidad remarca que las mujeres sin hogar sufren una exclusión residencial menos visible, porque antes de vivir en la calle, «suelen buscar otras alternativas, como pisos sobreocupados, ocupación de viviendas vacías, acogidas temporales o acogida por parte de familiares y amigos». Busquets remarca que tener una red es muy importante. «El apoyo es fundamental. A medida que se van rompiendo los lazos que aguantan a la persona, ésta cae. Los que tienen la suerte de tener una red pueden no llegar a la calle», destaca el director de Arrels.

Salir del sinhogarismo

«Siempre he dicho que de la calle se puede salir, pero tienes que quererlo mucho», señala Davide. «El primer paso es tener un techo, sólo así se puede salir de una situación de sinhogarismo. Luego también es importante conocer gente, tener amigos… tener una red que te ayude a salir adelante», explica. Ahora colabora como voluntario con la Fundación Arrels que, según dice, se ha convertido en su “familia”. «Trabajo aquí porque quiero ayudar a la gente que lo ha pasado tan mal como yo. Quiero contribuir al cambio y servirles de ayuda», explica Davide.

Según Ferran Busquets, el punto principal para revertir una situación de sinhogarismo es la vivienda. «Este es el punto de partida, sólo así se puede salir de una situación de sinhogarismo», remarca. A corto plazo, desde la entidad se propone abrir espacios pequeños en los barrios para acoger personas sin hogar que se adapten a las necesidades de las personas usuarias. «Hay que tener un conocimiento profundo de las personas que viven en la calle y a partir de ahí, ver cómo se puede abordar cada situación. Se necesitan soluciones específicas para mujeres, para jóvenes, para personas que hace muchos años que viven en la calle y tienen una salud muy deteriorada… hay que un dar un apoyo muy particular en función de la realidad de cada persona», concluye.

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