No se ha comentado mucho la relación de los alemanes con Barcelona, cuya Historia, y ahora expondré un ejemplo, siempre ha sido manipulada, incluso por sus más insignes cronistas, quizá por eso, lo dice Manel, de que una bona historia és millor que la veritat, con lo cual debemos asumir el gusto de nuestros habitantes por los bulos bien contados, como pude constatar hace años, cuando escribí Barcelona 1912: el caso Enriqueta Martí.

El ciudadano germánico más ilustre de la Ciudad Condal quizá sea Otto Streitberger, a quien desde lo contado en el anterior párrafo se le atribuye la construcción del edificio Alhambra en el carrer del Berlinés, porque claro, con ese nombre sólo puede referirse a su figura, artífice de esa casa neoárabe de 1875 y remozada a posteriori.

Streitberger, proseguimos con la fábula, encargó el inmueble para solucionar la nostalgia de su mujer, una granadina, y por eso el patio interior de la casa es como el de los leones de la urbe lorquiana. En realidad, el teutón sí regaló a su esposa una villa, pero en Caldes de Malavella, Villa Rosario.

Por lo demás la esposa era gaditana y su marido un comercial de armas tomar, documentado en los clasificados de prensa, como mínimo, entre 1901 y 1933, ocupado en electroterapia, automóviles indestructibles, calefacciones con nombre de barco, Erebus, y hasta máquinas de escribir. Residió, casualidades de la vida, en la calle Berlín 19, hoy en día Berlinés porque en 1942 el Franquismo cogió un tramo de la de París y la rebautizó con el nombre de la capital del Reich. El nomenclátor deja trazas del pasado y los gobernantes ni se enteran, pese a ser muy de izquierdas.

Hay otro alemán simpático, ese con buenas referencias. Como vimos con anterioridad, eran muchos; uno de ellos alquiló una habitación en el 30 Bis de Zola al lado del antiguo Matadero de Gràcia, eje de esta serie de artículos sobre la barriada de Romans.

Mapa de l’epidèmia de tifus de 1914 a la zona de l’Escorxador de Gràcia. Font: Institut Cartogràfic i Geològic de Catalunya.

En 1914 el Matadero desapareció y estalló la Primera Guerra Mundial. De repente, como si cayeran las fichas de dominó, todas las potencias del Viejo Mundo rompieron la paz y lo global del conflicto puede entenderse desde su repercusión en todos los ámbitos.

En Barcelona hubo germanófilos, entre ellos el president de la Mancomunitat, Enric Prat de la Riba, europeístas como Eugeni d’Ors y muchos afrancesados. También hubo, ya puestos, una epidemia de tifus, y eso hizo proponer el viejo Matadero como hospital de infecciosos, algo retomado más tarde, en 1919, por el doctor Soler Roig, partidario de pequeñas clínicas para estas plagas temporales, y como nadie le hizo caso queda su testimonio más arriba de la Diagonal en su homónima clínica, ideada a principios de los años cincuenta del siglo pasado por Francesc Mitjans.

Ese agosto los consulados alemanes de toda España se llenaron de súbditos ansiosos por enrolar las filas del ejército del Reich. Otros no fueron tan afortunados y se hallaron medio perdidos en el marasmo, muchos de ellos de paso y otros en fuga desde Portugal, pues los lusos eran enemigos, recuerden su tradicional amistad con Inglaterra, y no querían a esos indeseables en su territorio.

La solución fue, pese a muchas críticas por la decisión municipal, alojar a todos aquellos a repatriar de los Imperios Centrales en el antiguo Matadero. La cesión municipal se hizo efectiva en octubre de 1914. La comunidad alemana, capitaneada por el Club Germania, se haría cargo de la manutención de los suyos, y no sabemos si también de búlgaros, austrohúngaros y turcos, seis de ellos escapados de campos de prisioneros franceses.

El 25 de enero de 1915 se inauguró la Casa de los Alemanes, un eufemismo de campo de refugiados, eso sí, con salón de actos, sastrería, zapatería, hospital y comedor. Los residentes debían agobiarse con tanto confinamiento y aprovechaban la cercanía de Gràcia para adentrarse en sus recovecos y causar alborotos, denunciados al gobernador Andrade por las juventudes del Partido Radical de Alejandro Lerroux y por los vecinos de la Vila; el 9 de julio de 1915 el sereno Josep Feu intervino en el cruce del carrer de Torres i Milà i Fontanals, donde treinta alemanes insultaban a los transeúntes; como quiso impedirlo se abalanzaron sobre él, apoderándose de su chuzo, y una vez lo recuperó pudo detener a dos jóvenes de veintinueve y veintiún años, con el lugareño Esteban Moragas herido de consideración en la cabeza.

Ilustración Catalana de 1915, crònica gràfica de La Casa de los Alemanes de l’Escorxador

No todos los del Matadero eran unas malas bestias con tendencia a emborracharse y armar jaleo. En agosto de ese mismo año se apuntaron a una procesión por el Camp d’en Grassot y se interpretó un himno en su honor, quizá para como preludio a la gira de la orquesta germánica, de gran éxito en localidades catalanas durante todo el otoño de 1915.

En mayo de 1917 tuvieron el detalle, de bien nacido es ser agradecido, de enarbolar la bandera española junto a las de los Imperios Centrales para homenajear a Alfonso XIII el día de su cumpleaños, quien durante la Gran Guerra no sólo caviló producir películas porno, destacándose en la ayuda humanitaria a familiares de soldados perdidos.

En ese instante el destino de las hostilidades, salvo imprevistos, se apresuraba hacia su conclusión entre la entrada de Estados Unidos de América y la inestabilidad rusa, con la caída del Zar acaecida poco antes y la Revolución gestándose. La última noticia sobre los alemanes del Matadero es del 6 de septiembre de 1918, cuando Emilio Rose acudió al consulado de su Nación para pedir socorro al no querer engrosar la fila de refugiados por considerarse superior.

Se resistió a los guardianes y lo arrestaron por su insolencia. De los demás ignoramos cómo terminaron, quizá de vuelta al centro de Europa. Nada, salvo fotografías de la Ilustración Catalana y un artículo con otra información de Xavier Theros, recuerda la efeméride.

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