Recibir un correo de una estudiante con una foto del bar Las Delicias y una sola frase “buenos días desde uno de los escenarios de Últimas tardes con Teresa”, es una de esas pequeñas cosas que te hacen creer que hay futuro. Tres meses atrás, la estudiante que aquel día legañoso había subido hasta el Carmel tras los pasos del Pijoaparte jamás había oído hablar de Juan Marsé. Leyó la novela por obligación, qué se le va a hacer, y algo cambió en su débil percepción de la realidad; algunas preguntas sin respuesta en Google surcaron su mente, y quizás por ello decidió acudir al lugar de los hechos. Ahí nace el poderío de la novela.

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