Durante el confinamiento muchos hemos ahondado en nuestras dudas a partir de preguntas, y al tener más tiempo para meditarlas podemos haber dado en el blanco o errar más el tiro. Como esto no es uno de esos libros oportunistas con capacidad fulminante de análisis pandémico sólo os daré una visión particular. En mi caso he refinado los cuestionamientos para investigar mejor.
El gran interrogante al pasear siempre surge desde la repetición de los pasos, y a partir de estos el qué está pasando aquí irrumpe con escalofriante normalidad. Digo esta para iniciar una serie nacida de una consecuencia de lo esgrimido en el párrafo anterior. Al profundizar más en mis cavilaciones barcelonesas he recurrido a los mapas, y con ello la forma urbana presente se ha fundido más si cabe con la pasada desde la comparación, más delicada al mimarla sin las prisas de antaño, ese antaño ansioso por regresar y a cancelar al destruirnos con su inercia, esparcida a todos nuestros ámbitos vitales.
En más de una ocasión he contado mi querencia por el barrio de Gràcia al nacer en el Guinardó y tenerlo más cerca para romper con la plácida rutina de mi educación sentimental y desbordarla tras cruzar esa tierra de nadie entre passeig de Maragall y passeig de Sant Joan, un no man’s land anodino para la gran mayoría al ser una invasión del Eixample desde sus estructuras a viejos reductos rurales, visibles sólo para el ojo avezado en notar las rupturas de la ruta; sin esa habilidad, aprendida desde la insistencia, el conjunto queda como una invitación vaporosa, y yo mismo asumí durante muchos años su aburrida trayectoria, su mera función de enlace entre dos puntos de interés.

A veces, también hace muchos años, optaba por volver a casa en taxi, bien por el cansancio, bien por su mezcla con una agradable borrachera. Desde Gràcia es perfecto tomar el carrer Rosselló por sus semáforos sincronizados, ahorro para el bolsillo del pasajero y las ruedas del conductor. Al llegar a su cruce con Dos de maig su rectitud sufría una descompensación y debía indicar al mal pagado chófer ir a la parte estrecha del lado superior de una anomalía para encaminarse hacia el carrer de Conca tras superar la continuación de ese extraño hacia el Guinardó.
Ese tramo de arriba es el carrer Freser. De haber seguido por el de debajo de la bifurcación seguiría en Rosellón hasta alcanzar el carrer Rogent del Camp de l’Arpa. Lado Freser hacia el Guinardó. Sector Rosellón hacia Camp de l’Arpa. Resulta evidente estar en otra frontera, una más, las infinitas, cicatrices muy desapercibidas de la capital catalana, si bien presentes en nuestro inconsciente andariego.
Este límite tiene otros elementos, y a ellos me dedicaré en las siguientes líneas, una introducción a lo venidero. La independencia de Freser con Rosselló, y viceversa, desde el coche se materializaba por el inicio de una plaza abrupta y pinta de apaño pacificador. Para que nos entendamos: el ágora, dedicada a las heroínas de Girona, aprobada en 1984 y con menciones en los periódicos doce meses antes por su inauguración en honor a esas damas, oh las casualidades, lean más adelante, de la Guerra de la Independencia contra Napoleón, o del Francés en catalán.

Este dato encaja con su vertiente hacia el mar, a rebosar de bloques de pisos de los años setenta, uno de ellos muy chillón al tener los balcones corridos y ondeantes con trencadís modernista a lo Gaudí; ahora me son simpáticos, pero es innegable su talento hortera, más aún si los contrastas con una construcción medio avergonzada del inmediato cruce de Freser con Independència, la casa Francesc Joani, con la rúbrica de Josep Graner, reconocible por modelado y los característicos esgrafiados, pura fantasía floral, atrompetada si se quiere.
Es la única baja del perímetro estudiado hasta ese momento, y eso es otra pieza más del rompecabezas al apuntarnos como este trecho de Freser es anterior al mismo de Rosselló, algo asimismo verificable por el insulso passatge de Còrsega, vínculo de esta calle con Freser, quien sabe si desde antediluvianas relaciones rurales, siempre al acecho en este limbo entre Guinardó, Camp de l’Arpa y el barrio de la Sagrada Familia, y lo digo así pese a ser para muchos Eixample sin más.

Esto es trascendental y resume, al menos, la chispa de tantos vaivenes durante este texto. El carrer de Freser, Carmen hasta 1907, era la continuación de la antigua carretera de Horta, y en su paulatino ascenso colisionaba poco a poco con el Eixample, saliendo muy perjudicado el carrer Rosselló, sin aire justo en su esquina con Dos de Maig hasta quedar desfigurado al caer derrotada su ancha identidad y ser casi la nada hasta la plantearse su apertura entre 1966 y 1976, de ahí la cronología de esos inmensos sucesores de los talleres artesanales del ayer, para completar la cuadrícula y dar la justa cabida a Rosselló para seguir hasta Rogent.
Si os fijáis hay una diferencia notable entre las verticalidades de l’Eixample, quizá intuidas desde Bruc, con la excepción de Roger de Flor. Bailén, Lepanto, Padilla, Dos de Maig o Independencia remiten a gestas españolas, mientras en el centro la mayoría de sus nombres remiten a la catalanidad. Este contraste se debe a la virginidad, era el territorio entre Barcelona y los pueblos del llano, y la brutalidad de terminar con el legado de Sant Martí de Provençals para alargar la concepción de Cerdà.
Aquí hay un último misterio, muy de discusión de bar entre pocos elegidos. Desde mi humilde opinión el Eixample termina en Rosselló con Independencia. Desde ese enclave el Camp de l’Arpa tiene un planisferio propio, con colonizaciones, pero con sus señas de identidad bien marcadas.

Más abajo, en el trocito de de la calle Provença entre Independència y Xifré, nunca olviden a los torrentes, dos casas con aspiraciones modernistas, el movimiento estaba en ciernes, de 1891, apunta a esa cesura entre el barrio y l’Eixample, visible en el final de Provença en Rogent, cuando se transforma en Dega Bahí, otra calle fascinante por su morfología.
Si fuéramos hacia el Guinardó deberíamos pasar por un tramo de Freser entre horrores de la segunda mitad del siglo XX en su dirección hacia las montañas y maravillas de su primer tercio, la mayoría noucentistes, si miramos hacia el Mediterráneo. Luego prosigue la confusión y la juntura de sendas, sobre todo en ese instante donde Maragall y pare Claret se hermanan.
Aun así, nosotros iremos hacia el Eixample, donde, como dije, la arqueología de lo pretérito nos espera, en esta ocasión para reconstruir la antigua carretera de Horta y los riachuelos hacia su interior hasta darle proporciones milagrosas para lo campesino y desastrosas por aquello de ser un vertedero de aguas.


