Vayamos al grano, si es posible. Entre París 220 y el número 1 de Industria media un quilómetro cuatrocientos metros según las indicaciones de Google Maps, bastante significativas al mostrarnos cómo era una barbaridad contemplar la unión de ese tramo en una sola calle.
Ese sueño debió nacer a finales del siglo XIX, se mantuvo durante la República, lo vimos en la entrega anterior mediante la denominación de pasaje de París a una nada cercana al Hospital de Sant Pau, y aún mantuvo cierta pujanza durante los veinte primeros años del Franquismo, hasta caer derrotada a finales de 1965, cuando al fin el inicio de Industria, en su cruce con Bailén, recobró una numeración normal hasta abandonar ese 222 de anómala continuidad con París y tener el 1 para independizarse sin ninguna atadura.

De hecho, no deja de ser curioso comprobar cómo Industria debía perder la partida contra la capital francesa, confirmándose así su condición de patito feo casi inexistente para muchos barceloneses; alguna vez he mencionado su desgracia al ser vista como un enlace entre passeig de Sant Joan y el de Maragall, sin nada relevante en sus cercanías, algo falso, al igual que su muerte tras esa conexión entre el centro y la relativa periferia al desaparecer, en nuestra época, en la calle Biscaia; con anterioridad se dividía en dos tramos, ampliándose como una apisonadora de lo viejo, lenta y segurísima.
Documentarme para esta investigación ha sido algo prodigioso, y tengo la sensación de ofrecer pinceladas para mi mañana o el de otras personas con suficiente interés como para mejorar estos escritos sobre la cuestión. Cuando me puse a rebuscar la fecha de la alteración numérica ignoraba su motivo, y quizá en alguna carpeta del Ayuntamiento existirán los papeles sobre esa demolición de la parte baja de Gràcia al ser imposible unificar París e Industria sin atentar contra las calles de Perill o Bonavista, cuyo nombre remite a cuando desde sus chalés, o sin ellos, se admiraba el llano de Barcelona, intuyéndose la muralla en el horizonte.

Más allá de esta anécdota he llegado a cavilar la claudicación ante esta estructura de la Villa; a mediados de los 60, en clara concomitancia entre ambas iniciativas, se juzgó mejor generar una autopista transversal, la vía O, para reventar el patrimonio de Lesseps a Joanic y así proseguir con la destrucción sistemática de la ciudad y sus peatones para entregarla en bandeja a los automóviles.
Lo esgrimido en el párrafo anterior es sólo una posibilidad. Si alguien tiene curiosidad podrá comprobar el debut de esa insensata reforma, contenida por los vecinos a base de protestas, en la plaça del Nord y otros enclaves cercanos a partir de una diferencia entre las alineaciones de los inmuebles, con los coetáneos a la fallida brecha para partir el barrio en dos más atrasados.

Volvamos a Industria, aunque una cosa siempre conduce a la siguiente. Si alguien quiere proseguir estas migajas debería, y no descarto retomar esto con un poco más de calma, clamar en redes para localizar notificaciones municipales de octubre de 1965 comunicando a los afectados la mutación numérica de la calle. Sé de estas misivas del Ayuntamiento por otra al director de La Vanguardia del martes 4 de enero de 1966. En ella, el firmante Jesús Romero se quejaba por las prisas dadas, treinta días para adaptarse, colocar placas sueltas metálicas, algo acordado en función de la categoría de la calle, y pagarlas como dios manda. En caso de no hacerlo el Consistorio, majísimo como siempre, las cobraría al propietario de la finca.
Romero, enfadadísimo, nos aporta otro dato. Durante unos meses, lo siguiente es de mi cosecha, se chafardeó en los bares sobre el asunto y a los parroquianos les daba igual la Diagonal al privilegiar el paso de París/Industria por passeig de Gràcia, un sinsentido increíble, pero claro, estructuro estas ideas en 2020 con otras preocupaciones en la cabeza, y no podemos olvidar cómo los barceloneses de los años sesenta se levantaban cada día con algún desmadre urbanístico del señor Porcioles. Por lo tanto, ellos, pobres resistentes, también podían extraviar un poco su cerebro y fabular sobre los delirios de su alcalde, nada afín a los vecinos y no, evitaré el célebre trabalenguas de Rajoy para caminar un poco y demostrar la verdad de lo desgranado hasta ahora.

Una mañana de hace unos meses opté por caminar la calle Industria de pe a pa, o de cabo a rabo, si así lo prefieren. No es la operación más entretenida del mundo. Perdón, lo es si la tesitura es otra. Caminé con la única meta de localizar bloques de pisos donde se revelara ese episodio tan oculto de otoño de 1965. Bingo. El número 42 actual, en la esquina con Nápoles, era el 88 de antaño, una casa de 1900 encajonada entre dos construcciones modernas, víctima de la progresiva ocupación de la zona durante el último Franquismo cuando, como vimos al hablar del barri de Romans y el torrent de Mariner, un pequeño mundo antiguo fue arrasado por la especulación.
El siguiente cae lejos y es mucho más diáfano, hasta ser la prueba de ese instante. Antes 515, devenido por arte de magia en 295. Es una fábrica en ese limbo entre Camp de l’Arpa y el Guinardó, aunque los primeros dirían discrepar de la pertenencia de ese pedacito a su territorio, equivocándose. Esa fachada con ventanas simétricas vaciadas, de gran belleza industrial, acoge la Biblioteca Caterina Albert, uno de los motores para relanzar un espacio muchas veces aparcado por invisible. Si conocen al cartero de 1965 salúdenlo. Sus idas y venidas por las confusiones de ese breve paréntesis debieron ser de órdago desde el hábito y la nula planificación, sinónimo en nuestra ciudad de precipitarse y erigir la casa por el tejado. Esas epístolas extraviadas u olvidadas en una saca de la estafeta son una novela para todos nosotros y muchas lágrimas para sus destinatarios cuando abrir el buzón era algo más que el correo comercial.


