A lo largo de estas páginas he insistido muchas veces en la increíble pereza congénita del barcelonés, a buen seguro más acentuada durante el confinamiento y el desarrollo de la pandemia por la limitación de movimientos, impuesta con criterio y sólo poética por deparar epifanías al cruzar determinadas fronteras, prohibidas cuando hasta hace nada formaban parte de la normalidad sin aristas.
Durante esos extraños meses de primavera me sumergí mucho en los mapas. Lo he contado en más de una ocasión. La experiencia con la topografía me sirvió para desarrollar mejor mi trabajo, sobre todo porque, de repente, los inmuebles y sus historias encajaban mejor en un contexto, una época y una serie de circunstancias. El planisferio me brindaba una comprensión lúcida, surcada de relaciones entre puntos distantes de la ciudad.
Poco antes de ese marzo nefasto me propuse conocer a fondo la Verneda, paseándola con amigos y alumnos. Me admiraban muchísimo dos bloques de pisos muy homogéneos de los primeros años cincuenta. El primero se conoce como Edificio Agricultura, es obra de Manuel Cases Lamolla y ocupa la entera manzana comprendida entre Agricultura, Treball, Andrade y Concili de Trento. Tiene más de 400 pisos, un gran patio interior y su estilo arquitectónico asemeja al del fascismo italiano, y cuando circulo por sus inmediaciones acude a mi mente la película Una giornata particolare, de Ettore Scola, con esa insensata concentración humana, un pueblo hacinado en la modernidad de formas y materiales, tristes derivas de regímenes totalitarios.

El Agricultura durante su primer decenio de vida destinó sus bajos a varios comercios, útiles para dinamizar una zona de hondas raíces rurales donde, hasta ese momento, sólo destacaba la Fábrica Roig, célebre por última vez en 1974, cuando el propietario de la misma fue asesinado en su domicilio de Pedralbes por José Luis Cerveto.
Cases Lamolla realizó un segundo conjunto unitario, más modesto en sus pretensiones, justo al lado del Agricultura. Lo bautizaron como Concilio de Trento, nombre de un pío cónclave católico y continuación del carrer Consell de Cent, nombre demasiado suntuoso para esa periferia donde convenía construir para proporcionar viviendas a grupos necesitados, y para cumplirlo tanto el régimen como determinadas instituciones bancarias pusieron algo de carne en el asador.
Ahora, desde la típica frivolidad posmoderna, los pijos del Eixample, muchos de ellos hijos de Papá sin saberlo, convergentes sin ningún tipo de conciencia social, rehúyen estos barrios y si los pisan critican la estética edilicia, ignorantes del instante de su gestación y su verdadero significado.
Antes comentaba un cierto toque italiano en las dos piezas de Cases Lamolla. Con toda seguridad no iré equivocado, pues al fin y al cabo esos ademanes predominaron durante la década de los cuarenta, cuando el Franquismo quiso asemejarse más de lo dicho a su pariente mediterráneo. Esto puede comprobarse a lo largo y ancho de la geografía española mediante infinitud de fincas. Sin embargo, el hecho de mencionar como referencia el Fascismo nos conduce a la simplicidad contemporánea, donde la palabra es sinónimo de extrema derecha.

La F española flirteó con el totalitarismo, lo cultivó durante la Segunda Guerra Mundial y se quedó con un autoritarismo heredero de la primera etapa, donde a base de políticas sólo para los vencedores, represión mortuoria para los vencidos y medidas para dejarlos morir de hambre cosechó suficiente temor como para mantenerse en vida hasta la muerte de Francisco Franco.
Cuando lo encumbraron Caudillo de España por la Gracia de Dios en Burgos, otro primero de octubre, era el primero de una pirámide militar, faltándole todos los ingredientes para configurar una estructura como la urdida por Benito Mussolini y sus secuaces desde marzo de 1919.
Para pertrecharla la suerte le sonrió con el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera el 20 de noviembre de 1936 en Alicante. Voilà. Falange podía reconvertirse a imagen y semejanza del nuevo líder de los sublevados, pero eso implicaba ciertas cesiones, pues los camisas viejas pedirían prerrogativas, y entre ellas, no está de más comentarlo, lo social con contenido tenía un papel de relevancia considerable.

Todo este excurso histórico obedece a los vínculos de los bloques de la Verneda con las políticas dictatoriales en materia habitacional durante su etapa autárquica. El 19 de abril de 1939, tres semanas después del famoso cautivo y desarmado, se fundó el Instituto Nacional de Vivienda, primera piedra para un seguido de medidas destinadas a proporcionar techo, una casa con aspiración de hogar según la retórica oficial, desde proposiciones más bien propias de la Falange inicial, con un espíritu de socialdemocracia en ese sentido, por eso algunos expertos hablan de Agricultura y Concilio de Trento retrotrayéndose a la Alemania de Weimar y a sus Hofs, vastos complejos con patio para la clase trabajadora.
Ésta en el Franquismo, por aquello de los eufemismos, se llamó de productores. Los de la Verneda lo serían, así como sus homólogos, afortunados ellos, de Horta o el Guinardó, donde el viejo Mas Viladomat cedió su lugar a una agrupación de doscientas viviendas aún deudoras de esos aires fascistizantes, pero la fachada es una cosa y la intención otra, y lo mismo podríamos decir de mi amado bloc CLIP, Córcega Lepanto Industria Padilla, pues todas estas aportaciones ofrecían soluciones dignas, a diferencia de otras posteriores, como las infinitas hileras verticales de Torre Llobeta, aquejadas de problemas estructurales desde sus inicios.
En ese final de los años cuarenta la verticalidad se impone, y Barcelona pasa de ser un cielo abierto a una mole absoluta donde la bóveda celesta quedaba eclipsada ante tanta obra vista.
Aquí damos con otro problema debido a otro tipo de vagancia. Los años 40 son una nebulosa, y por lo tanto no hay posibilidad alguna de iniciativa social en esa decadencia, o más bien apagón porque el relato aceptado, pueden preguntarlo a Quim Torra, vislumbra a todos los catalanes como derrotados, cuando al menos la mitad acogieron con regocijo a las tropas ese negro 26 de enero de 1939.

De otro modo sí hubiéramos asistido a una auténtica colonización, pero muchos de los forjadores de ese debut de la pesadilla fueron catalanes de pura cepa, ex lligaires, tercios de Montserrat e incluso intelectuales de postín, y no hablo sólo de Josep Pla, quien al menos entendió con prestancia su error. Hablo de mandamases como el alcalde Mateu, en connivencia con otros seres más abyectos, como el ultra Correa Veglison, gobernador civil de 1940 a 1945, fundamental para entender porque nuestras protagonistas fueron conocidas por muchísimas personas como, valga la redundancia, las casas del Gobernador cuando, en realidad, su nombre en los papeles era Urbanización Meridiana, un producto fascinante de los primeros años cuarenta con epicentro en Concepción Arenal, justo después de les Cases Boada, o si prefieren la vieja carretera para unir Sant Andreu con Barcelona.
Estas cuatrocientas seis viviendas aún respiran un aire noucentista y el ideal de la ciudad jardín inglesa tan amado durante el período legislativo de las casas baratas y la Segunda República. Franco, o sus asesores, lo reformularon, y para comprobarlo baste observar cómo las placas de la Ley Salmón de 1935, de alquiler social para los más desfavorecidos, se mantuvieron en sus casas. En Barcelona subsisten muchas y junto a una amiga vamos localizándolas. No soltaré más prenda sobre la cuestión. Algunas, por el cretinismo de esta administración, han desaparecido. Otras, por el poco apego a mirar hacia arriba, están a la vista de todos para deleite de pocos.
Todas estas pistas nos conducen a la Urbanización Meridiana. Hermosas casas bajas, paraje excepcional poco apreciado por su cronología y denostadas por el analfabetismo imperante. Una vez pregunté a una vecina de los aledaños y dijo Ah, deuen ser de militars. Pues no señora. Para más inri en su reglamento tenían una vocación social alucinante. Otra cosa es el desmorone de ese sueño. Siempre ocurre, nadie debe rasgarse las vestiduras.


