Sabía que habría banderas, sabía que vería que la insignia de lo que entendía, quizás no del todo, era un clima político dividido. Esperaba ver pasión y algo de ira. Recuerdo mis primeras semanas, con los ojos bien abiertos, recorriendo las murallas de la ciudad en busca de mensajes políticos, tambores visuales de resistencia y solidaridad. Allí estaba “Llibertat!” pintado en las esquinas de las calles, “Transvisibilidad” en morado llenando las plazas …todo era tan impresionante para mí. La actividad y los mensajes políticos callejeros de Barcelona expresaban un sentimiento tan fuerte, tan palpable, que lo sentí como una ciudad que exige más para sus ciudadanos y para todos los seres humanos, ejemplificado en las pancartas “Refugees Welcome” que colgaban de la Generalitat en la Plaça Jaume I. Caminando por esa misma plaza una noche, me detuve debajo de la pancarta y me tomé unos momentos para pensar. Sentí que la comparación era tan cruda en ese momento; aquí estaba en esta ciudad amable, una que por supuesto tiene luchas en curso, pero que eleva sus estándares para dar ejemplo de los ideales políticos que quiere promover y defender. Todo un contraste con el lugar que había dejado, que en aquellos momentos se veía envuelto en una campaña de referéndum sobre el Brexit donde ambas partes se estaban posicionando del mismo lado del debate: que la inmigración y los refugiados son malos y deben ser controlados de forma blanda y dura, una desde adentro de la UE, otra desde fuera de ella.

Fue una mañana, mientras caminaba hacia el trabajo, cuando vi por primera vez un “Tourist Go Home” pintado en una pared en Gracia. Me impresionó tanto que le hice una foto. No tenía idea de que había una resistencia local contra el turismo en la ciudad. Como londinense, estaba fascinada: siempre hemos enmarcado la destrucción de nuestros auténticos barrios residenciales interiores sólo en términos de gentrificación, y pocos londinenses sabrían cómo se supone que era el centro de la ciudad antes de la llegada de los turistas y los intereses comerciales. Esas generaciones han muerto hace mucho tiempo. Sentí que me había tocado un momento interesante, que estaba presenciando la lucha valiente contra la entrega de tu ciudad al interés privado, al dinero extranjero, a las corporaciones, al capitalismo de consumo, que había una ventana para cambiar de rumbo y la ciudad aún no estaba perdida; que había la posibilidad de algo diferente. Londres perdió esta pelea hace mucho tiempo, tal vez ni siquiera hubo un intento de una. Estaba interesada en observar cómo se defendería Barcelona, ​​me impresionaba la furia que se transmitía en esa única y poderosa declaración: GO HOME. No estaba de acuerdo con enmarcarlo en contra de los turistas per se, ya que indudablemente son un síntoma, no una causa. Pero como alguien interesada en la lucha política, entendí la enorme declaración que se hacía y empaticé con las frustraciones de la gente, pues para hacer que los grandes intereses escuchen tienes que hacer mucho ruido. Al ver los cruceros descargar miles cada día para recorrer Las Ramblas, comprar y comer en burlas de mal gusto de la cultura española o catalana, sentí que los mensajes estaban justificados. Pude ver que esta ciudad estaba sufriendo, la gran cantidad de turistas inundándola y los residentes teniendo dificultades para afirmarse en su propio espacio urbano. Los turistas estarán bien, me dije a mí misma, se irán a casa y no volverán a pensar en los grafitis, o tal vez les dirán a sus amigos y harán correr la voz. Sus sentimientos no pueden lastimarse ya que, después de todo, no están realmente apegados al lugar.

Mirar hacia atrás a esas semanas es interesante, no puedo precisar el momento exacto en que me di cuenta. Habrá sido como la mayoría de los cambios en las identidades y la percepción, uno gradual. No puedo deciros cuándo sucedió por primera vez, pero después de algunos meses la mía había cambiado. Mi propia identidad, una nueva que no sabía que existía, había aparecido en la red. Cuando veía ‘Tourist go home’, ‘Eat the guiri’, o algo similar, me estremecía, agachaba la cabeza y trataba de salir de la calle rápidamente por la vergüenza de que la gente viera el graffiti y lo conectara conmigo, la forma en que, de alguna manera, ahora sentía que estaba dirigido a mí. Esto no es cierto, me decían mis amables amigos catalanes, pero sin duda es lo que represento aquí. Puede que ahora sea una residente permanente, pero no se me ve como tal. Soy una guiri, una turista, un flagelo en esta ciudad que no puede redimirse.

Share.
Leave A Reply