Cuando uno investiga las calles para reconstruir su forma urbis antigua es comprensible equivocarse, sobre todo por una cuestión nada baladí y muy frecuente: la emoción, y no hablo de exacerbar sentimentalismos patrióticos o de anuncios de Campofrío capaces de consolidar el infantilismo de todo un país, sino más bien de la euforia por creer estar ante ciertas pistas determinantes para encajar las piezas.
Los fallos son frecuentes y muy positivos al estar vinculados a la duda y propiciar, desde lo minúsculo, la narración de la Historia de todo un barrio, en este caso Sant Andreu a partir del torrent de Parellada.
Este apareció en mis cavilaciones al inicio del carrer de Sócrates, justo después de la estación de Sant Andreu Arenal, pero como aquí nadie se preocupa por la exactitud me confundieron. Mi intuición no iba errada, sólo debía hacerme con el espacio para reconstruir ese curso fluvial, y en este sentido mis primeras impresiones derivaron hacia un extraño pasaje y su cruce, perdonen la redundancia, con Sócrates.

indicio del torrente de Parellada en la calle Sócrates | Jordi Corominas
Joaquim Rita da nombre a una línea recta nada peculiar, sólo una confusión indeseada, casi una muestra de torpeza urbanística, y para muestra la Gaceta Municipal de 1928 y 1931; en la primera, fechada a 18 de junio, se advierte a Juan Aparicio sobre la concesión de una licencia de bajos en la calle, a revisar al no estar reconocida la urbanización de su recorrido por el Ayuntamiento; en julio de 1931, ya republicano, la previsión era suprimir esta vía, al estar fuera de los planes vigentes, sin considerar en absoluto la existencia de algunas viviendas típicas de planta y, en ocasiones, piso con decoraciones novecentistas, gloria para sus propietarios, contentos de vivir en una zona aislada, siempre mejor comunicada y sin los agobios del populoso centro, si bien la periferia durante esos años crecía a ritmo agigantado por el boom demográfico de los años veinte.
Mi ingenuidad sobrevaloró el trazado del passatge de Joaquim Rita por el impacto del habitual qué está pasando aquí, detonador de mi labor detectivesca. El pasaje, en realidad, es una mancha forzada en el planisferio, y hasta eso tiene un motivo, en este caso especulador, a revelar mediante el nombre de su propietario, inmortal por obra y gracia del nomenclátor.

Joaquim Rita fue un hombre de provecho. Su biografía puede rehacerse a través de retazos de prensa y documentos oficiales. Vivió en el número 28 del carrer de Lincoln de Sant Gervasi y fue el líder del Centre Autonomista Català de la barriada, sito en el carrer de Sant Eusebi, a pocas calles de su morada. Fue Concejal del Ayuntamiento durante varias legislaturas, y por la poca información encontrada sobre su formación se deduce la juntura de esta con la todopoderosa Lliga Regionalista.
A Rita no le fueron mal las cosas en su vertiente política al ocupar siempre cargos en las distintas comisiones municipales, como le correspondía desde su posición. La última fue una vocalía en la junta de cementerios, cruda ironía morir mientras se ostenta esa función. El deceso, acaecido en enero de 1923, apenas tuvo repercusión. En algún instante previo el prócer de Sant Gervasi adquirió la parcela de nuestros desvelos, quien sabe si por influencias consecuencia de su paso por la Casa Grande Condal. Una vez en la tumba estos parabienes significaban poco o nada, y por eso mismo se especuló, el verbo clave de todo este relato, sobre cancelar esa memoria teñida de dinero, desfachatez y nula coherencia, hecho remarcable si se atiende al posterior frenesí edilicio del Franquismo y los ayuntamientos democráticos.

Las casas supervivientes de esa fase inicial de Joaquim Rita testimonian esa devoción del entorno de la Sagrera y Sant Andreu por lo horizontal, prototípico de la década antes de la introducción masiva de los bloques de pisos, sin embargo, presentes, aunque sin ese eco rimbombante y castrador de lo venidero.
El pasaje sufrió los proverbiales problemas de un origen, tales como la ausencia de alcantarillado y una oscuridad casi completa. Una nota de La Vanguardia de octubre de 1931 habla de escenas poco edificantes para la moral por atropellos de gente maleante, o sea, atracos por aquello del fundido perpetuo en negro cuando caía la noche, factor remediado poco a poco, así como el número de las edificaciones, triunfal tras una infancia donde las letras de cada inmueble ayudaban al cartero a depositar la correspondencia.
A la derecha, una vez abandonamos Rita, damos con los passatges de Irlanda y Sócrates, con proyectos de villitas, siempre con nombres femeninos, un misterio a esclarecer por su omnipresencia en recodos similares en el resto de Barcelona, y una brusca pausa al fondo, con el campanario de Sant Pacià resolviéndonos el acertijo de ese espacio cerrado sin tener una estructura ordenada.

No nos hemos olvidado del torrente. Este no sólo está en nuestros pensamientos. Ejerce su magisterio y un hueco entre dos fincas, una coetánea a tantas fundaciones, otra moderna y sin atributos, nos advierte de su risa por permanecer pese a tantos intentos por borrarlo de la faz de la tierra. Esta cavidad hasta puede localizarse en tantos y tantos papeles. Uno de enero de 1928 declara sobrante de vía pública el trecho del torrente comprendido entre Sócrates, durante una buena temporada Aristóteles en su segunda vertiente, y la calle de las Monjas. En 1948 la compraron las cuatro hermanas Torres i Pagés, propietarias de un bloque en las inmediaciones, quizá con doble entrada y vistas a las aguas, preponderantes en sus posesiones, aún válidas para mi tarea de seguir la traza de esta puntual obsesión.


