En Barcelona duermen cada día en la calle unas 1.200 personas, cifra que ha aumentado mucho respecto al año pasado por culpa de la pandemia. La lista de espera para acceder a albergues, comedores sociales y otros servicios cada día es más larga y la situación empieza a ser insostenible ahora que empieza a venir el frío del invierno. El distrito de Sants-Montjuïc es el segundo de la ciudad con más personas viviendo en la calle.

Datos recientes indican que este 2020 son ya 70 las personas sinhogar que han muerto en la ciudad de Barcelona, según la Fundación Arrels. Esto significa que cada cinco días muere una persona sinhogar en nuestra ciudad. 18 de ellas han muerto solas en la calle, tres de ellas asesinadas. La media de edad de los fallecidos es de 56 años, 26 años menos que el resto de la población de Barcelona, lo que demuestra que vivir en la calle daña mucho la salud integral de las personas.

Es importante diferenciar tres conceptos básicos: Sinhogarismo, sintecho y sinhogar. Sinhogarismo es la situación que afecta a las personas que no pueden acceder a una vivienda digna. Los sintecho son las personas que duermen al raso o en un recurso de primera acogida (lugar temporal donde pueden dormir unas horas). Los sinhogar son personas que duermen en alguna vivienda insegura, inadecuada, sin unos mínimos, o en algún refugio o servicios temporales destinados a ellos (piso, albergue, hogar, etc.) Los servicios sociales generales se ocupan de las personas “Sinhogar” mientras que para los sintecho hay servicios sociales específicos.

La situación en la que viven las mujeres sintecho y sinhogar es especialmente dura. Las mujeres sintecho son sólo el 16% de la población que vive al raso en la mayoría de ciudades, de las sinhogar no hay datos. Para las mujeres, vivir en la calle es un sufrimiento constante. Aparte del miedo, la violencia y la incomodidad que viven los hombres, en la calle, las mujeres son más vulnerables de sufrir abusos y agresiones sexuales. Por ello, la mayoría de ellas intenta evitar por todos los medios posibles quedar en la calle. Para no encontrarse en esta situación viven allí donde pueden, a menudo a costa de recibir mucha violencia y soportar relaciones abusivas, que aguantan como estrategia de supervivencia para no quedarse solas y sin casa. Y al revés: muchas mujeres en situación de sinhogarismo han sufrido violencia machista por parte de sus parejas que las han abocado a esta situación. Algunas consecuencias de esta violencia son la baja autoestima, el absentismo en el trabajo, el poco autocuidado, el empobrecimiento gradual, las adicciones y varios problemas de salud. Todo esto provoca que puedan perder la casa y los hijos. Cabe destacar que el 75% de las mujeres que viven en la calle tienen hijos, por lo tanto se ve claramente que el hecho de ser madre penaliza socialmente a la mujer y es un factor de riesgo de pobreza.

Barri de la Mina, juny del 2020 / Foto: Neus Montserrat Tarín

Trabajando de educadora de calle en el barrio de la Mina, hace unos meses conocí la “I”. Era drogodependiente y sufría un trastorno de salud mental. Dormía en un coche y explicaba que había sobrevivido a todo tipo de violencia física, psicológica y sexual, tanto de noche como de día. Finalmente, y tras una pelea multitudinaria frente a la escuela donde nos fue complicado mediar, accedió de forma voluntaria a un ingreso hospitalario y se marchó en ambulancia. Estas situaciones son difíciles de manejar, ya que los vecinos y vecinas de todos los barrios de Barcelona y alrededores se quejan mucho de tener que convivir con gente malviviendo en portales, por la calle, consumiendo alcohol y otras drogas, protagonizando peleas, etc. Todo ello provoca que algunas personas sinhogar sufran más estigma, discriminación por aporofobia e incluso agresiones.

A las mujeres se nos ha educado para cumplir el rol social de cuidar de la casa y los hijos. Cuando una mujer pasa por una situación de sinhogarismo, lo vive diferente que un hombre. El sentimiento de fracaso y la culpa de no poder ofrecer y cuidar de una casa es muy duro para ellas. Lo mismo ocurre con las mujeres con problemas de adicciones (que en la mayoría de casos van ligadas), el sentimiento de no cumplir con el cuidado de la casa y de los hijos pesa mucho más sobre ellas porque se supone que es su responsabilidad y no la del hombre.

Para abordar esta problemática y revertir la situación existen diferentes servicios, públicos y privados, que ofrecen lugar donde dormir, comer, lavadoras, duchas, calor y café, puntos de consumo, asistencia médica y psicológica, orientación y atención social, etc. Estos centros, espacios, hogares, albergues, tradicionalmente han sido pensados ​​y diseñados para hombres, con una normativa y un funcionamiento que a veces no contempla las problemáticas específicas de las mujeres. Por eso ya hace un tiempo que intentamos adaptar los servicios existentes y su funcionamiento a las necesidades de las mujeres para que ellas puedan vincularse, donde ellas se sientan realmente seguras y cómodas para poder empezar un proceso de empoderamiento a nivel personal, relacional y colectivo.

Es importante también que las personas o profesionales que atiendan a las mujeres sinhogar tengan un mínimo de sensibilidad y perspectiva de género. Como nos decía una compañera de la asociación “Lola no estás sola” en el webinar de Sinhogarismo y violencia machista hace unos días, es importante fijarse en algunos posicionamientos que adoptamos ante las mujeres y huir de estas actitudes: infantilizar, culpabilizar, desvalorizar o juzgar. Apostar por una línea de intervención que se base en un vínculo horizontal, un acompañamiento respetuoso y encaminada a una liberación personal.

“Artivisme” de Neus Montserrat Tarín

Pero, más allá de ofrecer recursos asistenciales, tenemos que ir a la raíz del problema, velar por que se respeten los derechos fundamentales y asegurar que todas las personas tengan un mínimo para poder vivir: salud, pan y techo. Deberían poner todas las energías en la sanidad y en la protección de las personas más vulnerables que el sistema patriarcal y capitalista deja al margen. En esta línea, los desahucios deberían estar totalmente prohibidos, sobre todo durante la pandemia, ya que el circuito social que debería dar respuesta a las familias que se quedan sin casa ahora mismo está colapsado y no hay alternativas factibles para ellas. El Estado de derecho no sólo debe proteger la propiedad privada, los bancos y otros especuladores varios, primero de todo tiene que proteger la vida y evitar que las personas empiecen un camino largo y pesado del que será difícil que salgan y donde su salud física y mental se verá gravemente afectada.

El toque de queda hace aún más evidente la vulnerabilidad de las personas que no tienen un hogar donde confinarse. La semana pasada, una mujer sintecho me enseñaba una multa de 180 € que le había puesto la guardia urbana por dormir en la calle durante el día. Las entidades sociales están pidiendo más medidas para protegerlas a todos los niveles y por suerte, buena parte de la ciudadanía también está tomando conciencia. Vienen tiempos complicados y será necesario que todos y todas invertamos energías a cuidarnos y ayudarnos entre nosotros, con solidaridad y organización vecinal, porque una vez que las personas pierden su vivienda y terminan en la calle, en poco tiempo la salud se ve gravemente perjudicada y cuesta mucho encontrar una solución factible, sobre todo para las mujeres.

Esta información también ha sido publicada en el portal SantsViu 

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