Suenan trompetas de la banda municipal. Es jueves 5 de marzo de 1925 y la Comisión del Ensanche realiza una visita a la zona de los terrenos del Hospital de Sant Pau, con el alcalde, el Barón de Viver, a la cabeza. Las asociaciones de los aledaños y un nutrido grupo de representantes y prohombres invadieron las precarias calzadas, inspeccionándolas en pos de determinar medidas a emprender.

En un breve de la crónica, lo de los instrumentos ha sido una licencia, la comitiva se para ante unos barracones de la calle Igualdad, Cartagena desde 1942, extendidos en la cercanía; el periodista, pletórico en su uso de la crítica municipal, recuerda la cesión de un equivalente de doce manzanas, explanadas y con arbolado, en 1907 por los Hermanos Coll Sociedad en Comandita, inexplicablemente, el adverbio realza, abandonadas por el Ayuntamiento.

Este dato es significativo, pese a cometer un error de cronología, pues la cesión de casi cincuenta mil metros cuadrados acaeció en 1915. Estos abarcaban las calles Coello, la actual Sant Antoni María Claret, Igualdad, Dos de Maig, Independencia, Industria, Córcega y Roselló, el tramo donde luego emergieron tantos pasajes, quien sabe si ya cuajados cuando se traspasó al Municipio entre mis habituales menciones a cursos de torrentes, asentamientos barraquistas o, se olvida en demasía la faceta del Eixample como centro industrial, una sucesión de intereses económicos a través de fábricas e industrias de prestigio, linde de lo nuevo con lo viejo del Sant Martí previo a las Agregaciones, con identidad rural amenazada por chimeneas y cuadrículas.

La continuidad entre Barcelona y ese pueblo extensísimo también se establecía por el reguero de manufacturas de todo tipo, hilo monetario de la anexión de una determinada clase social, adepta mediante el imperialismo del Eixample a configurar, sin poder vencer del todo riachuelos antiguos y los mini barrios de los alrededores, un trazado hilvanado como parcelas a usufructuar, con comprensibles ganancias.

El passatge de la Igualtat | Jordi Corominas

Esto hizo plantearme hace años si pasajes como el de Roura y Catalunya obedecían al arquetipo de colonia laboral construida por la empresa. Los dosieres de ambos desmienten esa teoría por la variedad de adquirientes, sin unidad arquitectónica ni estilística. Las otras travesías, las míticas A, B y C, abrían una salida con Freser, abrazándose con el otro lado. El porqué de esta senda es la obsesión de esta serie, o quizá su inicio mental.

Dicho esto todos estos pasajes, por no repetir la catalogación de esa decena larga por esas estribaciones, y su calidad de viviendas planeadas por los capitalistas podía cuadrar por el vínculo de los Hermanos Coll con la gran fábrica de ese entorno, La Bohemia, o si prefieren la Damm, la cerveza por antonomasia en Catalunya.

Los Coll darían para una novela perfecta, ilustrativa en esta polisemia del Eixample como dominio de una clase en auge, la burguesía finisecular, advenedizos con fortuna en los negocios. La Rambla se mantuvo a principios de 1900 como reducto de aristócratas de la Barcelona anterior al derrumbe de las murallas. Por eso el Liceu está en el meollo de su recorrido.

Mapa de 1931 con los terrenos que fueron de los Coll, con la Damm ocupando una manzana

Estos parvenus eran un prodigio endiablado en el arte de embolsarse monedas. Los Coll eran hijos de industriales laneros, con su ingenio sito en el Hospitalet de Llobregat. Al heredarlo empezaron la producción de hilatura de estambre, lana peinada, y en 1902 se adhirieron a una concentración de las empresas del ramo, Sabadell S.A., presidida por Ignacio Coll i Portabella, bien secundado en sus movimientos por su hermano Pascual.

En este irresistible ascenso la política de salón siempre estuvo en la agenda. Una hermana de los dos empresarios se casó con el banquero Rupert Garriga i Nogues, cuya homónima finca, obra de Enric Sagnier en Diputación 250, acogió hasta no hace mucho la Fundación Mapfre.

Pascual Coll residía en Gran Vía con Calabria, en el Eixample más modesto y desierto, orientado hacia plaça de Espanya, sus palacios eran de un arquitecto notable, serie B modernista por eso de la trilogía Gaudí, Puig i Domènech. Josep Graner, hiperactivo como Sagnier, con su rúbrica en proyectos de Hostafrancs al Besós.
Garriga i Nogués casi acariciaba passeig de Gràcia, y eso era caché. Ignacio Coll murió en noviembre de 1943 en su torre del Tibidado, lujo y simbolismo de esa cima, tanto por la exclusividad como por la metamorfosis hacia la Diagonal y sus alturas de los vencedores, con el Eixample relegado al pasado. Ahora los barrios altos ostentaban el bastón de mando, y los Coll fueron muy mansos, cínicos o consecuentes con su arribismo, hasta pagar un millón de pesetas en 1939 para la residencia de oficiales solteros, en la Diagonal de la victoria.

A priori los Coll, con las manzanas de los pasajes en su mano desde 1899, calculaban desplazar su fábrica del Hospitalet a una isla de esa inconcreción del Eixample, óptima por casi colindar con la carretera de Horta y ese surco de torrenteras, entonces naturales e inventoras de ciertas configuraciones del terreno, muy prácticas para industrias sin el conformismo en sus estatutos. Sin embargo, la lana podía quedarse en la otra periferia un tiempo más.

El Hospital de Sant Pau a la altura de Cartagena | Jordi Corominas

En 1902 los hermanos Coll ingresaron como socios comanditarios en la cervecera Miklas y Mussolas S.C. Esta sociedad inauguró su complejo fabril en 1905, bautizándolo con su nombre comercial: la Bohemia. Su presidente era Ignacio Coll. En 1910 Mussolas Sociedad en Comandita se fusionó con otros dos grupos cerveceros, y así surgió Damm S.A., lanzadera hacia la cúspide de una bebida siempre más popular.

La fábrica de Rosselló 515 es una de tantas fronteras sutiles de Barcelona, en esta ocasión del Eixample con la resistencia de Camp de l’Arpa, entre los designios de Xifré, cuya calle ya vimos cómo se desmarcaba de la anchura y rectitud de las del Eixample, y otros propietarios de ese barrio tan fascinante e ignorado, quizá por suerte.

La Damm figura en el abecedario urbano y es el emblema de este límite, físico y mental de los barceloneses. Más allá no hay dragones, tampoco exageramos, pero pocos son los ciudadanos del centro que osen aventurarse al después de la fábrica, un absurdo, casi una curiosidad de cómo nuestro cerebro elabora una geografía propia, o indigencia de conformismo al no acumular más caminatas para tu disco duro neuronal. La Damm es un muro de Berlín, irregular en estas latitudes de los Coll. La calle Córcega se ve impedida abruptamente a devorar por la senda proveniente de nuestros amigos A, B y C, ansiosos por irrumpir en estas entregas, causantes de tantas conjeturas y desciframiento de jeroglíficos urbanos.

Los Coll, con Pascual menos notorio, me hacían pensar en La febre de l’or de Narcís Oller o en Vida privada, de Josep María de Sagarra. No son su mezcla, son únicos por sintetizar a la hegemonía burguesa de la época, camaleónica e inteligente al mimetizarse con guante de seda en las tendencias, armonizadas con otras querencias de cierta inferioridad, o, no podemos omitirlo, una excelencia sin igual al pulsar las teclas del ascensor social. En 1935 La Vanguardia comunica a sus lectores el retorno a Barcelona de Ignacio Coll, junto a su hija, la marquesa de Marianao, desde Bad Nauheim, célebre por sus manantiales de sal.

La Fàbrica Damm | Jordi Corominas

Pascual falleció en 1953. Ignacio, quien entre tanta preponderancia tuvo la desgracia de perder a un hijo de veintitrés años en 1913, languideció a lo largo de 1943, cuando aún era presidente del Banco Hispano Colonial. Cuando expiró se cerraron los ojos de una saga con ademanes proustianos, de los márgenes del Hospitalet a manejar un olimpo plural sin disensiones con los mandamases.

Lo más misterioso es precisar si su legado de arboledas y alineaciones ya presentó ese laberinto de pasajes, a posteriori en el mapa, medio asumidos por el Ayuntamiento desde 1925, fecha de muchas de sus edificaciones.
Siempre nos quedará otro interrogante. Si los pasajes figuraban en su urbanización de sus parcelas podían tener un significado laboral, de residencia, atajos hacia el trabajo o viales para ahorrar metros en el tráfico de mercancías, como en los de Independencia o Dos de Maig o en los de mis estimadísimos A, B y C. Eso o el agua, fiebre del oro para industrias. Los Coll empapaban el aire, con otros capitalistas, dedicados a otras fabricaciones, asentándose por esos lares para ver si podían asemejarse a esos portentos tan narrativos y metafóricos.

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