Luisa María hace una década que aterrizó en Barcelona desde Colombia buscando una vida mejor. Los trabajos precarios, la espera para conseguir regularizar su situación y el precio del alquiler eran problemas que se amontonaban en su día a día. La solución que encontró fue dedicarse a la prostitución. Trabajaba en clubes y en casas de chicas, lo cual le daba el dinero justo para llegar a fin de mes. “No es un trabajo agradable, así que cuando conseguí los papeles lo fui dejando poco a poco. Llegué a poder trabajar legalmente y fue lo mejor que me pasó en la vida”, cuenta.
Luisa María consiguió un trabajo con contrato en una agencia de limpieza y ahí fue cuando sintió que su vida se empezaba a encarrilar. Pero llegó la Covid y en junio de 2020 se quedó en paro. No ha vuelto a trabajar. Empezó a buscar empleo pero la situación era crítica; incluso volvió a intentar encontrar algo en el trabajo sexual. “No están cogiendo chicas, al contrario, porque con el toque de queda no se puede trabajar de noche, así que reducen el número de trabajadoras”, explica.
“Comparto la habitación en la que vivo con mi hija y no quiero que sepa a qué me dedicaba. Es muy complicado tener una doble vida en tan poco espacio”
Consiguió hacer algunas horas sueltas en una casa de chicas, pero pronto lo dejó. “Nos entraron a robar a punta de pistola y nos maniataron a todas. El riesgo no compensa lo poco que se gana en estos sitios”, dice Luisa Maria, quien tampoco quiere arriesgarse a contagiarse de Covid. Además, hace poco su hija de 16 años ha llegado a Barcelona y comparten la pequeña habitación que alquila. “No quiero que mi hija sepa a qué me dedicaba, y es muy complicado tener una doble vida en tan poco espacio”, cuenta.
Los intentos de Luisa María de conseguir trabajo no dan frutos porque, a lo duro de la crisis, se le suma que sufre una baja por ansiedad, derivada de su situación. Perdió la habitación que tenía por no poder pagarla y encontró otra más barata, pero que se le lleva todos los ahorros que tiene. “Si pago la habitación no tengo para comprar comida. Tampoco he podido meter a mi hija en una escuela para que siga estudiando”, se lamenta. La situación de esta joven colombiana es la de cientos de trabajadoras sexuales que, debido a la crisis de la Covid, se han quedado sin fuente de ingresos. Tampoco cuentan con derecho a una prestación por desempleo que les ayude a sobrevenir el bache.

Bonos para llenar la nevera
Ante esta situación, el Ayuntamiento de Barcelona firmó un convenio con Creu Roja para otorgar bonos alimenticios a trabajadoras sexuales que han perdido sus empleos. Esta iniciativa se ha financiado con los fondos de ayudas post Covid del área de Derechos Sociales y Feminismos con un total de 180.000 euros que se han transformado en ayudas a más de 340 mujeres que han recibido dos bonos mensuales por valor de entre 150 y 200 euros a canjear por comida. Luisa María recibió su ayuda los meses de noviembre y diciembre: “fue un respiro enorme, pero ya acabó. Justo hoy he pagado el alquiler y ya no tengo para comer”, dice.
La situación de las trabajadoras sexuales ya era precaria antes de la crisis, debido a que no se trata de una profesión regularizada, lo cual expone a las mujeres a una situación de vulnerabilidad, clandestinidad y soledad. Esto se ha agravado con las restricciones de movilidad y las normativas que les impiden ejercer en la calle, hecho que les obliga a trabajar en clubs y casas, de manera que son menos visibles y las expone a condiciones laborales muy diversas.
“Las trabajadoras sexuales sufren una gran vulnerabilidad debido a la falta de reconocimiento de su ocupación, que les niega el acceso a sus derechos sociales y laborales. Todo ello, se suma al estigma de su profesión”
“Las trabajadoras sexuales sufren una gran vulnerabilidad debido a la falta de reconocimiento de su ocupación, que les niega el acceso a sus derechos sociales y laborales. Todo ello, se suma al estigma de su profesión, lo que provoca que muchas administraciones no las tengan en cuenta para evitarse el ruido mediático o, incluso peor, obstaculicen sus formas de subsistencia”, afirma Laura Pérez Castaño, concejala de Feminismos del Ayuntamiento de Barcelona.
Desde el consistorio aseguran estar muy comprometidas con “la defensa de estas mujeres a las que la sociedad durante tanto tiempo ha dado la espalda”. Reconocen que las ayudas son “insuficientes, pero son un paso adelante”. Aunque es el primer año que el Ayuntamiento concede este bono para alimentación, su compañero en la iniciativa, Creu Roja, ya hace 8 años que trabaja en proyectos de ayuda para las trabajadoras sexuales. “Antes de la pandemia nos plantábamos en los locales y, desde la buena fe, establecíamos vínculos con las chicas”, explica Maria Blasco, técnica de la Creu Roja.
A través de estas acciones, la entidad recomendaba talleres de salud, las asesoraba para conseguir ayudas o facilitaba tarjetas sanitarias a aquellas mujeres que no estaban empadronadas. Tras la Covid, el trabajo de calle se dificulta, pero eso no ha sido impedimento: el boca oreja ha hecho su función y Creu Roja se ha erigido como un actor reconocido. Ahora, sabedores de la situación de precariedad de muchas trabajadoras sexuales que se han quedado sin ingresos, ofrecen apoyo para la reinserción laboral, ayudas para financiar guarderías e, incluso, billetes de tren para aquellas que, tras la pandemia, quisieron reencontrarse con amigos o familiares que se hallan en otras ciudades.

Ayuda para pedir ayuda
“Ellas saben que no somos agentes fiscalizadores, sino una entidad de ayuda humanitaria, y confían en nosotros”, explica Blasco. Jenny Paola es una de estas mujeres que hace años que está en contacto con la Creu Roja. Llegó hace dos años de Colombia. “Vine con la promesa de un trabajo que resultó ser en la prostitución. Duré tres meses y fue terrible”, relata. Jenny Paola consiguió, por el boca oreja, el teléfono de María Blasco, de Creu Roja. “Me colaboró mucho y me estabilicé en una habitación y conseguí un trabajo por días cuidando de un niño”, explica.
“Me paso el día colgando anuncios de nanny o limpiadora, pero todas las respuestas que he recibido han sido para ofrecerme trabajos sexuales. No voy a las entrevistas por miedo”
Jenny también se quedó en paro tras la Covid. Desde abril no recibe más ingresos ni ayudas que el bono alimentario que le dieron Creu Roja y el Ayuntamiento. “Me paso el día poniendo anuncios de nanny o limpiadora, pero todas las respuestas que he recibido han sido para ofrecerme trabajos sexuales. No voy a las entrevistas por miedo”, explica. Jenny es consciente de que para encontrar un trabajo “serio” necesita regularizar su situación, pero le preocupa el mientras tanto hasta que no consiga los papeles. Tanto Jenny como Luisa María describen como traumáticas sus visitas a Servicios Sociales.
Maria Blasco explica que a muchas trabajadoras sexuales les cuesta acudir a pedir ayuda; de hecho, muchas de ellas no han recibido ningún tipo de apoyo hasta que llegaron los bonos alimenticios. “Saben del estigma que tiene su profesión, no saben cómo plantarse allí, explicar cómo se ganan la vida y en qué invierten el dinero”, apunta. Así que desde Creu Roja se ponen en contacto con Servicios Sociales para asesorarles en la atención a trabajadoras sexuales. “El personal de Servicios Sociales tienen una carga de trabajo increíble, así que les ayudamos a entender cómo es mejor atender a ciertos colectivos”, explica Blasco.
Y es que la situación de muchas trabajadoras sexuales pasa por la invisibilización. El foco de atención en el debate sobre la prostitución se pone en el estigma hacia su profesión, mientras se pasa por alto que se trata de un trabajo que no está regulado, en el cual no se goza de derechos laborales ni prestaciones por baja o desempleo. “Se instrumentaliza a las trabajadoras sexuales para cuestiones políticas y se las victimiza cuando, en realidad, son supervivientes”, afirma Blasco.


