En el segundo especial de Euphoria, emitido en enero pasado, la Jules, una joven trans de 17 años, explica a su psicóloga la angustia que sentía al pensar que había pasado toda una vida intentando “conquistar” la feminidad, pero que al final la feminidad la ha conquistado a ella. El tema elegido para los nuevos capítulos de la serie zillennial de referencia representa quizás una de las guerras más antiguas que aún hoy viven las mujeres. La identidad como un campo de batalla, luchando por si será nuestra o suya. ¿Es posible conquistar la feminidad? Y de hecho, ¿qué es, lo femenino para la generación Z? Una de las tendencias estrella de los últimos meses, la moda “bimbo”, parece que al menos se lo ha planteado. Inspirada en iconos como Paris Hilton, Britney Spears, Anne Nicole Smith o incluso Marilyn Monroe, esta tendencia que reúne más de 56 millones de views en Tiktok parte de la apropiación de un insulto específicamente dedicado a las chicas que se interesan por todo lo que la sociedad pone en el cajón de las “cosas de chicas”. Además del nombre, las bimbos han recuperado la estética que lo inspiró, poniendo de moda el rosa chicle y el azul pastel, las plataformas y las pestañas postizas encima de un maquillaje bastante llamativo. Pero hay un discurso, en la exageración de la feminidad: una usuaria de tiktok explicaba en un vídeo que se maquillaba de esta manera simplemente “porque así ya no se le acercan votantes de Trump ni similares”. Yo no sé si convertir lo femenino en un arma para asustar misóginos es conquistar la feminidad, pero al menos puede contar como resistencia. En el caso del concepto de “bimboficación”, más allá de la moda encontramos también un discurso de resistencia bastante literal contra la absurda que es en el fondo la misoginia. El meme frecuente de comparar la bolsa con la astrología o preguntar a un chico obsesionado con la economía que por qué no imprimimos más dinero acaba siendo un gag dadaísta, una broma interna que evidencia la arbitrariedad de lo que convertimos en ciencia por ser considerado más masculino cuando no es más que otra convención social.
Seguramente, si eres de mi generación, en algún momento tuviste que decidir qué quería decir ser chica. Quizás pasaste por una fase de odiar el color rosa, cambiaste la Sirenita por Mulan o Hermione y rezaste porque nunca nadie descubriera que de pequeña nunca te había interesado jugar a la pelota. Seguramente, si fuiste joven en la misma época que yo, también debías pasar gran parte de tus años formativos en un internet donde la mujer sólo era protagonista de las bromas de autoodio del estilo del “I’M not like other girls”. En medio de un mar centrado en la experiencia masculina, es natural que buscáramos desesperadas la validación que nos permitiera tener un espacio. Pronto todo se llenó de memes que contraponían dos monigotes, uno con melena rubia y minifalda y el otro con una cola y la camiseta de Metallica. O, por ejemplo, dos monigotes diferentes, esta vez uno muy maquillado y escuchando Nicki Minaj y el otro con gafas y un libro en las manos. Pero fuera cual fuera la conclusión siempre sería la misma: “yo no soy como las otras chicas”. Y seguramente en algún momento de tu vida, este también fue tu mantra. Incluso puede muy bien ser que en alguna ocasión te lo dijera un tío en un intento de ligar, que tú no eres como las otras chicas. Pero, ¿qué pasa con las otras chicas? Que tú no eras como las otras chicas. Pero, ¿qué pasa con las otras chicas? Que tú no eras como las otras chicas. Pero, ¿qué pasa con las otras chicas?
En 2002, una joven Avril Lavigne sentenciaba: “he was a boy, she was a girl, can I make it anymore obvious?”. Y no satisfecha, aunque profundizaba: “he was a punk, she did ballet. What more can I say?”. Además de un hito en la histórica de la música, estos versos son el reflejo de una dinámica que sin duda marcó nuestro entendimiento sobre cuál era la manera más válida de ser mujer durante las primeras décadas de siglo. Algo se empezaba a mover. Aunque el feminismo no era ni mucho menos tan mainstream y aceptado como es ahora, definitivamente ya había un deseo de igualdad. Películas, series de televisión y dibujos para niños empezaron a introducir personajes femeninos que se desmarcaban ruidosamente del canon de feminidad tradicional. Las chicas en la pantalla ya no eran simplemente la Pitufina, ahora eran la Pitufina guerrera. Chicas expertas en coches porque se habían criado con tres hermanos, chicas expertas en artes marciales porque su padre había querido que se supieran defender o chicas expertas en armas porque su padrino era un capo de la mafia. Se nos permitía salir de la norma de la feminidad solo a partir de la relación con un hombre, como producto suyo o para servirle.
Este primer espejismo de empoderamiento no sirvió para mucho más que para alimentar una nueva generación de misoginia interiorizada: todas las chicas que no cayeran dentro de la categoría de “cool girl”, el arquetipo de mujer que se comporta exactamente como un tio en un anuncio de cerveza de la Super Bowl, pero sin dejar de ser atractiva como la Megan Fox, pasaban a ser acelgas, bimbos o chicas “básicas”. Los videoclips y las películas empezaron a vilificar aquellas chicas superficiales, demasiado preocupadas por cosas banales como los zapatos o el maquillaje, intereses forzados por siglos de historia, y no suficientemente interesadas en lo tan importante de los coches y el fútbol. Pronto, internet comenzó a reír de las chicas y sus cafés del Starbucks, los leggins que llevaban, los gestos que hacían en las fotos, la música que les gustaba o la manera en como se maquillaban. Cualquier cosa que hiciera una chica sin que la hubiera hecho antes un hombre devenía carne de meme. Y es que la aceptación de las chicas que se salían de la norma de la feminidad pasaba únicamente por el desprecio hacia esta. No pasaba por la crítica, la superación o la problematización, pasaba por el desprecio. Y la única manera de escapar este escarnio era hacer evidente que tú no tenías nada que ver con las otras chicas. Ser una “pick me girl”.
¿Es posible conquistar la feminidad? Es natural que la queramos hacer nuestra. Pero es complicado hacer tuyo lo que te ha sido impuesto pensando exclusivamente en el consumo de un tercero. Generación tras generación, todas acabamos huyendo de la objectivificación con la “male gaze” pegada en la nuca. Quizás dentro de unas décadas sacaremos el agua clara, cuando se escriba el Euphoria de nuestros hijos o nietos. La obsesión de TikTok por los dramas austenianos en medio confinamiento sirvió para empezar a plantear entre los más jóvenes una pequeña rendija, la existencia de una “female gaze”. Una fantasía donde por fin la mujer fuera sujeto. La escena de la producción de 2005 de Orgullo y Prejuicio donde la cámara nos muestra como Matthew Macfdyen estira la mano con fuerza justo después de haber tocado la de Keira Knightley inspiró decenas de miles de reacciones a la aplicación, y eso que muchos de sus usuarios apenas habían nacido cuando se estrenó el filme. La idea de una “female gaze”, una mirada femenina, puede hacer posible una feminidad realmente abierta y libre, que ni siquiera tenga que conquistar. O tal vez la idea de llevar las convenciones de la feminidad hasta extremos insoportables por el público masculino tradicional, hacer una caricatura y desdibujar el atractivo puede que sea el camino a seguir. Y es que si algo sabemos en pleno 2021 es que las bimbos son tontas, pero no son tontas-tontas.


No hi ha comentaris
bravo! (aplauzos) en verdad este articulo es buenísimo, me dio una perspectiva de lo que hemos construido como feminidad, las etiquetas que las mujeres debemos ocupar para ser aceptadas por la ¨male gaze¨, que estamos girando al rededor de lo que los hombres quieren y no de lo que nosotras realmente somos o queremos, darme cuenta de muchas ideas sociales implantadas desde pequeñas de manera callada y no tan callada por la pantalla, es la razón que sin excepción las mujeres fuimos o somos pick me girl.
también me encantó la manera de escribir sencilla, elocuente y con guiños a referencias musicales, movimientos artísticos, y las nuevas tecnologías.
espero ver más artículos de esta escritora.