Casi sabe mal despedirse de esa trilogía de pasajes del abecedario. Toda esta serie, a punto de irse para iniciar una nueva, viene determinada por su observación, y a partir de la misma he podido trazar una Historia de un barrio insertado dentro del Eixample, precioso por desafiar su hegemonía formal mediante inesperadas travesías.
A lo largo de estas entregas he hablado, como siempre, de fronteras. En este caso concreto el límite entre el Guinardó y el Camp de l’Arpa nos ha acompañado. Bien cerca hay otros confines.

Para conocerlos debemos pasearlos, y haciéndolo podremos descubrir detalles. Uno puede inmiscuirse en los mapas para encontrar soluciones, aun así la experiencia directa es fundamental al permitirnos comprender los qué está pasando aquí y dar con otras pistas asequibles para todos aquellos con voluntad de no quedarse en la superficie mediante los estilos arquitectónicos.

Si dejo atrás nuestras manzanas predilectas y me encamino hacia Cartagena daré, en apenas cuatro islas, con nueve pasajes más, todos ellos de la misma época, ese intervalo entre los veinte y los treinta del siglo pasado, cuando torrentes, barraquismos y una rebeldía geográfica configuraron el entorno.

Dos de ellos, según el nomenclátor, obedecen a una lógica pasmosa de enlace entre calles. Los pasajes de Dos de Maig e Independencia se bautizaron así por ejercer de conexión hacia esas vías. Esa explicación tan sencilla no me satisface, si bien hoy sólo quiero introducir estos conjuntos, como si me lanzara una invitación para profundizar en el futuro.

En ambos pasadizos existen varias fincas novecentistas, además de reminiscencias de talleres, villitas arquetípicas y rémoras de miseria. La del 26 del de Independència, ya no constituye ninguna sorpresa, lleva de firma de Josep Alemany, quien tiene mucha obra esparcida a lo largo de estas cuadrículas quebradas. Lo interesante de este pasaje es cómo, justo en su homónima calle, da hacia un parking, con anterioridad la entrada de un almacén, mientras en Dos de Maig canaliza hacia la Cruz Roja, inaugurada en 1924 como hospital por el rey Alfonso XIII para acoger a los heridos de la Guerra de África. La fecha no es casual, como tampoco lo es su brusca finalización en varios puntos.

En la calle Industria colisiona con dos pasajes privados, donde aún no pude entrar ni sacar fotos decentes. El primero de ellos se dedica a París, y ya comenté en alguna ocasión como esto es coherente porque Industria era la continuación de una vía en homenaje a la capital francesa, cortada en Gràcia y posteriormente acortada porque la Dictadura quiso conceder un trecho a Berlín, prueba evidente de la neutralidad española durante la Segunda Guerra Mundial.

La Cruz Roja de Dos de Mayo desde el pasaje Independencia | Jordi Corominas

Esta angosta anomalía, paradisíaca, acrecienta sus enigmas por una chimenea industrial al fondo. Con toda probabilidad corresponde a un antiguo taller mecánico. A su vera nos saluda, con su verja de frustración, el passatge del Canonge Cuffi, héroe de una guerra contra Francia en 1794. El motivo de la salvación de ambos suscita mi estupor, así como los de sus dos compañeros de manzana, ubicados junto a Cartagena, linde natural entre este sector y el Baix Guinardó.

Igualtat y Ureña mueren con sendas cancelas hacia la plaça Henry Dunant, una de las más feas de la ciudad condal, otra prueba más de la desidia municipal con estos barrios, como si abrir un espacio yermo y cortar una cita fuera suficiente. Nadie acude a esa ágora, menos ahora, ocupada por una sucesión de carpas, más bien inútiles. Algunos estudiosos han lanzado la hipótesis de un paso del torrent de Milans en ese rectángulo ascendente y encastrado por culpa de tanto pasaje. El de Igualtat, nunca está de más recordarlo, se denomina así porque, hasta 1942, Cartagena respondía a uno de los tres principios de la Revolución Francesa. De Ureña, documentado en el archivo municipal desde la agonía de los años veinte, desconocemos casi todo, algo agravado por la deformación de su recorrido desde una reforma reciente, donde luce mucho poner unas letritas modernas para gentrificarlo, sin informar sobre su origen. Podemos elucubrar, nos encanta. Algunos lo atribuyen al promotor, mientras quien escribe, sin tener datos para sustentarlo, se decanta por causas relacionadas con la inmigración del periodo, pues ese apellido remite a la provincia de Valladolid.

El pasaje de Urenya | Jordi Corominas

En los años veinte la población barcelonesa se disparó de setecientos mil habitantes hasta el mítico millón. Era la década del metro, construido por los murcianos, vilipendiados por Macià y su prensa afín, y la Exposición Internacional, motivo de apaños edilicios para ocultar las vergüenzas del ingente barraquismo, nunca desaparecido por completo. Ureña bien podría corresponder a esta gran oleada. Su última casita tiene ese sistema interior con una escalera para acceder al piso de arriba, algo visible en otros parajes barceloneses, como, por ejemplo, en el número 12 del carrer de l’Aviació, en Les Corts.

Lo más curioso de este cuarteto es cómo no fue destruido por la Cruz Roja, desde 1945 centro civil y ahora esencial por su buena labor en la proximidad sanitaria. Si lo respetaron es comprensible pensar en un núcleo poblacional bastante irredento, pues de otro modo la piqueta o el desalojo no hubieran tenido ningún tipo de piedad con sus inquilinos, algo extraño si se atiende a las fuentes, donde todos estos enclaves se consideraban provisionales y pendientes de aprobación desde 1925.

Mapa de la zona en 1933 | Jordi Corominas

Si nos desplazamos hacia la manzana de Industria, Pare Claret, Cartagena y Dos de Maig apreciaremos otra trilogía, casi invisible. Justo delante de París y Canonge Cuffi se halla el passatge de Núria, con una vista perfecta hacia el pináculo emblemático del Hospital de Sant Pau. Antes de la pandemia su mural de un infante abrazándose a la luna era un bien querido por los vecinos de los aledaños, pero el descuido tremendo por parte de las autoridades lo ha arruinado, y en este sentido no está de más hilvanar una reflexión. Este domingo se ha dado vía libre a los grafiteros para realizar su arte en el parque de las tres chimeneas, al lado de la Canadenca. Con Barcelona en Comú muchos albergamos esperanzas de un verdadero cambio, pero una acción de este tipo solo demuestra el viraje de la postalita. Las obras dedicadas a la legítima crítica monárquica, borradas hace escasas semanas con rapidez por los servicios de limpieza, valen minutos de telediario, no así la preservación del pequeño patrimonio y sus minúsculas señas de identidad.

El pasaje de Núria | Jordi Corominas

Como Nuria está cerrado no puedo adentrarme en su conclusión, el ínfimo pas de Valls. Quizá en 1930 se juntaban con canonge Cuffi, o al menos eso podemos deducir desde los múltiples planisferios de ese suspiro.

Delante de Sant Pau se halla su pasaje, una ele donde se aglutinó industria, bien escondida, y vivienda residencial. Las personas no suelen penetrar en asfaltos inútiles, y así pierden mucha belleza. Esta tiene el añadido de ocultarnos el trayecto del torrent de Milans, más reconocible un poco más abajo, en los pasajes de Faustino León y Pau Hernández, por no mencionar la evidencia del de Vilaret, justo cuando el curso fluvial confluía con la carretera de Horta.

El pasaje de Sant Pau, con el Hospital al fondo | Jordi Corominas

El passatge de Sant Pau es el último de la barriada. El mapa canónico de 1931 brinda la posibilidad de otro más, aniquilado sin apenas existir, junto a la avinguda Gaudí, inaugurada en 1927 en honor a Miguel Primo de Rivera, hoy en día magnífica por su agitación ciudadana, una vez los turistas se han esfumado por razones bien sabidas por todos.

En Gaudí, celestina de Sant Pau y la Sagrada Familia, lucen los faroles desterrados del Cinc d’Oros, el cruce de Diagonal con passeig de Gràcia. Los recuperó el alcalde Maragall en los años ochenta. Esta avenida marcaba otra frontera en terrenos más bien baldíos, como si todo fuera una eterna construcción, adonde regresaremos porque, como decía Julien Gracq, la forma de la ciudad cambia más rápido que el corazón de un mortal, frase aplicada por los gobernantes pese a su ignorancia, histórica y literaria.

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