
La semana pasada entramos en el Baix Guinardó a través del passatge de (Josep) Costa. Este apellido abunda en esta zona de Barcelona, y ello, como es comprensible, me llevó a realizar las preceptivas averiguaciones, sorprendiéndome por los resultados.
Inicio mi paseo de hoy en la calle de la torre Vélez, una risa de pequeños, pues uno de mis vecinos, algo mayor, siempre lo asociaba con José Vélez, o más bien su doble escenificado por Alfonso Arús, la risa engolada y esa frase histérica de que mala suerte la mía.
Eso era en la niñez. En la actualidad situar la calle de la Torre Vélez nos conduce a dos factores recurrentes en esta serie. El primero es dar en su tramo junto a Sant Quintí con una hilera de casitas de las cooperativas militares, la segunda si las contamos desde la travessera de Gràcia. Aquí, con su jardincito posterior, son una punta de lanza, escondiéndonos otras gemelas, más coloridas, en un pasaje sucesivo, el de Mariano García Cambra, promotor de esta iniciativa para la soldadesca junto a Vicente Costa Blasco, quien da nombre al último grupo.
Sí, Costa. Madre mía. A Josep lo abandonamos entre su legado de bomboneras. La calle de la Torre Vélez nos guía hacia otro enigma. ¿Dónde estaba la Torre Vélez? Esta calle se llamó hasta 1929 de la Primavera, cambiándose el nomenclátor para homenajear a la finca recientemente desaparecida donde, por aquellas fechas, se completaba una urbanización promovida, juro no hacerlo adrede, por María Costa España, viuda de Josep Ciurana.

La torre, documentada en los papeles oficiales del primer tercio del siglo XX como Casa, se hallaba en uno de los enclaves más particulares del Guinardó, justo cuando la calle de Cartagena deja atrás la ronda, donde hasta bien entrados los setenta hubo un campamento de barracas, y su cuesta se transforma en un pendiente épica, incluso para el Tour de Francia. A la izquierda, resguardada por la fealdad de los bloques modernos, se ubicaba la masía protagonista de estas páginas, mientras a la derecha, en unas parcelas sensacionales, mis recuerdos infantiles evocan unas verjas para imposibilitar la visión del Mas e Instituto Ravetllat Pla, recuperado hace pocos años como segundo gran parque del perímetro, junto al del Guinardó, inaugurado en 1911.
La Casa Vélez sumaba a sus terrenos unas canteras, justo arriba de la plaza de la Font Castellana. Tanto la mansión rural como toda esa piedra montañosa ingresaron a una cierta modernidad durante los años veinte de la pasada centuria. En 1903 un breve de La Vanguardia menciona una calle en proyecto en ese entorno, aunque el desmantelamiento para urdir una pequeña barriada, bastante aislada por las condiciones orográficas, no se lanzará hasta 1922, cuando los periódicos irán llenos de las promociones de la Sociedad Anónima Española de Casas Baratas y Caja de Ahorros.
La iniciativa, deduzco, fue posible gracias a Josep Ciurana i Cabré, abogado dueño de la Compañía de Seguros La Esperanza, además de haber sido Presidente de la Junta del Sindicato de Asociaciones de Propietarios de Barcelona, su Ensanche y los pueblos agregados, destacándose asimismo como líder de la Comunidad de Propietarios de la barriada del torrent del Lligalbé y el Mas Casanovas.
Ciurana murió en 1914 y su mujer, Costa España, tomó el relevo en todas las gestiones. En este barrio apartado hay muchas rarezas. La más comprensible es la irrupción, en algún lugar debía ver la luz, de la calle de Castillejos, denominada en ese sector de Rosa Tort, mostrándose así la poca naturalidad de esta arteria, encrucijada de la urbanización, cuyas calles centrales, de Thous a Cartagena, son las de Josep Ciurana y Costa, pero ojo, el Ayuntamiento de Barcelona de los años ochenta fue muy productivo para los intereses ciudadanos. Quizá ello les hizo actuar con cierta precipitación en otros aspectos, y así fue como la calle de Josep Ciurana, según el nomenclátor municipal, se dedica a Ciurana i Majó, escritor y periodista, mientras el pobre prócer es relegado hasta de su propio meollo, y lo mismo acaece con la calle de Costa, amnésico con María Costa, eliminada en favor del arquitecto, escultor y heraldista barroco Pere Costa, y con ello tenemos una estupenda pareja de arbitrariedades a subsanar, aunque nadie se molestará en modificarlas.

Si quisiera liar más el entuerto podríamos jugar a buscar familias donde no las hay, aunque, a buen seguro, todos los de esos aledaños se conocían entre reuniones y rutinas diarias. En 1931 Vicente Costa Blasco solicitó instalar un polvorín en las inmediaciones de la antigua Casa Vélez, siéndole denegada la petición. Más o menos durante las mismas fechas dos obreros de la homónima cantera vieron cómo un individuo tiraba una cuerda para hacerlos caer al vacío.

Estos episodios entre lo irracional y el dislate no empañaban el crecimiento de la urbanización y su radio de influencia. En la parte superior, sobre todo para remediar esa soledad en la cumbre, se construyó un economato en el 147 de la avinguda de la mare de Déu de Montserrat, un camino hacia el auge por ser inevitable en la senda desde Gràcia a passeig de Maragall, donde aún tardaría en arribar. En la inferior las estructuras del Sant Martí decimonónico perduraron durante décadas, y sólo la ronda del Guinardó y el Túnel de la Rovira pudieron desfigurar ese paisaje rural donde quien quisiera podía pisar la calle de la Buena Suerte, el Camino de la Legua, la calle de San Cirilo o la de Francisco Manzano.
La urbanización Vélez puede presumir de misterio desde la ignorancia de no visitarla. La calle de Josep Ciurana goza de un envidiable patrimonio por sus casas baratas, a no confundir de modernistas, pues el estilo puede dar a pie a fabular sobre si pertenecen a este período, cuando más bien son una heterodoxa exhibición de fachadas individualizadas para contentar a sus ocupantes desde la diferencia. La más notoria mira hacia el parque de las Aguas desde la esquina con Thous, atribuyéndola Valentí Pons, así como el resto del conjunto, al arquitecto Josep Sala Comas, con sus mayores obras en La Garriga.
En la calle de Pere Costa sobreviven dos casitas más, una con geometrías blanquiazules hermosas y muy revolucionarias dentro del Novecentismo, como si sus autores, no sólo remarcados en la Barceloneta, donde esa bicromía es mar, fueran un paso más allá y quisieran dar a ese minimalismo un toque más afín a un vanguardismo muy sui generis.

Desde Thous miro el horizonte. El chalet de la Compañía de Aguas, la casa de las Alturas, comanda un conglomerado de minucias significantes, tales como los inmuebles de renta limitada de Oriol Bohigas en Lepant con la ronda del Guinardó o, al fondo, el tiovivo fijo más longevo de Barcelona, en la plaza de Alfons X el savi. Desde mi posición soy un privilegiado, pues al saber de la Casa Vélez y su herencia poseo un secreto por el mero hecho de haberme atrevido a valorar la invisibilidad de lo omitido.


