Hay gente que admiras sin haber llegado a conocer. Esto ocurre a menudo, porque leemos lo que dejaron escrito, o lo que han escrito otros sobre estas personas, o miramos películas que nos hablan de su vida. A veces, sin embargo, admiramos personas que no hemos conocido pero que tampoco aparecen en los libros de historia ni tienen ninguna biopic. Las admiramos porque otras personas que conocemos nos han transmitido su amor.

Yo, si me emociono alguna vez cuando siento a hablar de Emilia Llorca, que no tuve la suerte de conocer, es sobre todo por Gala Pin, porque siempre encuentra una ocasión para trasladar cuál era la forma de hacer política de Emilia -y probar de contagiarla. Este miércoles, 14 de abril, le han dedicado una calle a Emilia en la Barceloneta, que hace esquina con la calle de los Pescadores, donde vivió e hizo vivir el barrio. Aquí podéis ver el acto.

Una de las ocasiones en que más me habló Gala fue cuando la entrevisté para escribir Habitar la trinchera, y lo recogió en un capítulo titulado justamente con un lema de Emilia: “El barrio se tiene que defender”. Gala habla de la importancia de las relaciones tejidas entre generaciones, entre diferentes tradiciones y conocimientos políticos, y desde la generosidad. En la inauguración de la calle ha recordado que Emilia decía que había que ayudar a todo el mundo porque “un vecino es un vecino; no hay que juzgar”.

A continuación el fragmento del libro en el que se habla de estas relaciones tejidas alrededor de la calle de los Pescadors, con la energía de Emilia Llorca. Las declaraciones de Emilia que recogí en el libro provienen de una publicación de homenaje que hicieron en 2010 Mª del Pino Suárez Ruiz y Lía Rojas Marcos y que podéis encontrar aquí.

Fragmento de Habitar la trinchera:

Pescadors

29 de septiembre del 1990 Es el día de San Miguel, patrón del barrio de la Barceloneta, y se celebra la Fiesta Mayor. La calle de los Pescadors ha decidido recuperar la tradición y engalanarse. Lo hace, sobre todo, gracias al impulso de una de las vecinas, Emilia Llorca, que empieza a mover los hilos y enredar las señoras de la calle donde había nacido y vivía. La Barceloneta es un barrio popular, de familias obreras y pescadoras, y predominan los llamados «cuartos de casa».

En el siglo XIX la industrialización trajo muchas familias a Barcelona, y los propietarios de las casas unifamiliares del barrio vieron una oportunidad si las dividían en cuatro para hacer caber cuatro familias donde antes vivía una. El resultado fueron pisos de entre 28 y 35 m2  compartidos por familias enteras. En un barrio así, se hace inevitable hacer vida en la calle, y esto lo dinaminazaban las mujeres de la calle de los Pescadors. Con la creación de la comisión de fiestas comenzaron a estar todo el día haciendo actividades en la calle: cuando no era para preparar la fiesta, era para financiarla, vendiendo lotería o un pastel los domingos.

«La fiesta no es protagonismo, es mucho trabajo voluntario. Nos pasamos el día sucios, pelando patatas, parando mesas, pendientes de la luz, del sonido…, pero como te gusta hacerlo, no importa, es lo que buscas», aseguraba Emilia en una entrevista en 2009, pocos meses antes de perder la vida en un accidente de coche. Las impulsoras de la fiesta se enfundaban un delantal, que era la marca de la casa, y se encargaban de que todo funcionara. En los primeros años había tanta implicación que los vecinos aprovechaban la fiesta para repintar las fachadas de toda la calle.

La fiesta las llevó a la lucha. «Cada vez te vas implicando más en los problemas de los vecinos a través de la Fiesta Mayor, y te vas cultivando socialmente y vas asumiendo compromisos, poco a poco y cada vez más, y como vas viendo los movimientos sucios que hay, te hacen reaccionar», rememoraba Emilia. Así fue como terminó naciendo, en 2005, la Associació de Veïns de l’Òstia, que tomaba el nombre antiguo del barrio, anterior al de Barceloneta. Además, ya existía una asociación de vecinos de la Barceloneta, pero justamente las vecinas de la Ostia encontraban que tenía demasiado complicidades con el Gobierno municipal y que no aportaba soluciones a sus problemas.

Fue después de la creación de la Asociación cuando se enteraron por la prensa de la voluntad del Gobierno municipal de impulsar lo que se llamaría el plan de los ascensores. Se trataba de un proyecto urbanístico que pretendía rehabilitar el barrio, que tenía una población envejecida, instalando ascensores en las fincas. Por la falta de espacio en los edificios, la reforma comportaba eliminar uno de cada cuatro «cuarto de casa» para instalar el ascensor, con la consiguiente expulsión de vecinos y vecinas. Emilia y compañía vieron que esto no afectaría sólo las personas que perderían directamente su casa, sino que también habría una revalorización del barrio, que se convirtió en un lugar de interés para la especulación, y los precios de los pisos pasaron a ser prohibitivos para las familias de la Barceloneta.

Complicidades

25 de noviembre de 2004 El colectivo Miles de Viviendas ocupa un antiguo cuartel de la Guardia Civil en el paseo de Joan de Borbó, en el extremo de la Barceloneta que da al puerto. Cuando llegan se ponen en contacto con las entidades del barrio para presentar el espacio y su proyecto, y organizan unos primeros debates vecinales. Pero los vínculos más fuertes empezarán a fructificar unos meses después. Ante la perspectiva del plan de los ascensores, Emilia y sus compañeras no sabían qué hacer: «Salimos con el megáfono a la calle y le decíamos a la gente del barrio que por favor vinieran a una asamblea en la iglesia de Sant Miquel, que nos queríamos presentar e informarles».

«Pasaban con el coche megáfono en mano, y entonces Albert Sancho, que entonces estaba en Miles y luego estuvo a la Asociación de Vecinos del Gòtic, va corriendo hacia allí y le dice que cuente con nosotros, y Emilia dice que sí, pero Antonio, su marido, la mira y dice: “¿Con los okupas? Parecen buenos chicos, pero no sé… “, y es cuando llegan a casa que los hijos de Emilia le dicen: “Hombre, mama, quizás solas no podrá y tendréis que contar con esta gente”», recuerda Gala Pin.

En una asamblea de Miles de Viviendas se preguntaron quién iría a aquel encuentro, y los cuarenta querían hacerlo. «Había tenido toda la lucha del Forat de la Vergonya, en que habíamos aprendido mucho, pero también habíamos visto como se había usado la idea de que los vecinos que luchaban por el Agujero eran los okupas, para deslegitimarla», explica la Gala. Por ello, decidieron no ir todos, para que no fueran tantos okupas como vecinos.

Cuando ocho personas de la asamblea de Miles de Viviendas llegaron a la iglesia de Sant Miquel, se encontraron unas cuatrocientas personas del barrio, que estaban muy lejos de asustarse por su presencia o sus planteamientos. «Una señora proponía tirar piedras al Ayuntamiento, otra decía que no llegaba para tirar piedras, porque iba con muletas, pero que si cortaban el tráfico, se podía quedar cortándolo, y nosotros diciendo: “No se trata de tirar piedras la primera vez, compañeros, tal vez se trata de recoger firmas”», rememora la Gala, riendo. «Fue muy divertido y también muy ilustrativo de los diferentes imaginarios con que estábamos jugando cada uno de nosotros, y fue a partir de entonces que nos implicamos todos los que estamos en Miles, de una manera u otra, y es cuando yo hago el cambio al movimiento vecinal; aunque continúe viviendo en Miles, mi chip ya es más vecinal», asegura.

Emilia y Gala establecerán una relación muy estrecha a partir de entonces, y la Òstia y Miles compartirán prácticas y aprendizajes. «Por un lado, hay como un nivel de enamoramiento personal, y por otro, en el momento en que te encuentras con otras personas que ves que también lo están haciendo de una manera desinteresada y tienes unos objetivos comunes, yo creo que tenemos todos la lucidez de ver que no es sólo aferrarte a una sola práctica, sino a partir de entender al otro, ver de qué manera puedes hacer un cúmulo de prácticas», considera Gala.

De aquella asamblea nace la Plataforma en Defensa de la Barceloneta, que agrupa la Associació de Veïns de l’Òstia, donde se encontraban los vecinos de toda la vida, otros vecinos que llevaban veinte años en el barrio, y también los más nuevos, los okupas de Miles de Viviendas. «En realidad, hicimos dos sombreros para hablar de lo mismo, pero esto en un primer momento a la Òstia les daba la tranquilidad de que si algo no lo acababan de ver claro, lo podía hacer la Plataforma, y ​​no la Òstia», explica Gala. Al cabo de un tiempo, unos cuantos se encontrarían dentro de la asociación de vecinos.

«Una de las primeras cosas que se propone es hacer una recogida de firmas, y unos cuantos de Miles no lo acabamos de ver claro, porque encontramos que las firmas no sirven para nada, pero lo expresamos con cautela, y al cabo de dos meses nos dimos cuenta que recoger firmas nos sirve para que la gente oiga a hablar de la protesta, para difundir el tema del que quieres hablar, para ir creando red y para, en un determinado momento, mostrar que somos muchos», ejemplifica Gala. Por otra parte, la gente de Miles introducía los vecinos en algunas formas de acción directa – «super blandita», asume-, como colgar una pancarta en el monumento a los cuartos de casa. También impulsan un taller de prensa para aprender a tratar con los medios, o tratan de dar más forma a las manifestaciones, «que al principio eran un poco a la virulé, y buscamos que tuvieran cobertura mediática o que hubiera un final». «Las señoras de la Òstia venían de la comisión de fiestas, y entonces hacíamos una sardinada u otra cosa, y nosotros planteamos que hay una dimensión digital, una dimensión de ciudad», recordando la Gala.

Mirar la cuestión desde una dimensión de ciudad también permite que la gente de la Barceloneta vea que no está sola. «Hay mucha represión social en el barrio en ese momento, y hay gente que le retira trabajos al hijo de Emilia, o le retira la palabra a ella o a otros de la Òstia, que son mujeres que están acostumbradas a ser muy sociables y están muy reconocidas, pero de repente se encuentran que hay gente que ya no les habla, porque su hijo trabaja en el puerto y no quieren que las vean juntas, o porque les han dicho que por su culpa su hijo perderá el trabajo», lamenta Gala, que remarca la importancia que tuvo darse calor las unas a las otras en todo aquel proceso. «Vengo de una casa ocupada que más o menos es diversa dentro de lo que hay, pero es una burbuja, y de golpe aquí está la realidad, y yo sé que quiero hacer política con la realidad, no quiero hacer política con los iguales, con quien solo discutimos por matices», concluye de esas primeras experiencias compartidas.

Ascensores

23 de febrero de 2007 El Ajuntament de Barcelona aprueba provisionalmente una modificación del Plan General Metropolitano (PGM) para permitir el plan de los ascensores de la Barceloneta, tras una semana de protestas diarias en el barrio. Los trámites para esta aprobación habían comenzado en noviembre de 2006 y habían intensificado la respuesta vecinal. Según el concejal del distrito, Carles Martí, el objetivo del plan era «atender las necesidades de las personas mayores y dignificar el barrio», pero las que se levantaban contra el plan eran en gran parte las mismas personas mayores. Más allá de la destrucción del 20% de las casas del barrio, el plan dejaba las actuaciones en manos de la iniciativa privada, que lo aplicaría con la lógica de generar beneficios, denunciaban los vecinos críticos.

En aquella época los propietarios ya habían visto que alquilar los pisos a turistas era extremadamente más rentable que hacerlo a vecinos y vecinas con contratos antiguos. Más allá del aumento de los precios, las vecinas de la Òstia comprobaron como muchas personas del barrio sufrían situaciones de acoso inmobiliario y se organizaron para atenderlas. Mientras tanto, explica Gala, buscaron herramientas para entender mejor qué estaba pasando, y recurrieron a expertos. «Hay una parte del mundo académico profesional vinculada al mundo vecinal, como Merced Tatjer, Manuel Delgado, Francesc Magrinyà, Josep Maria Montaner…, y a Mercè le podías decir: “Ponte la ropa de trabajo y ven a la Òstia a explicarnos el plan de los ascensores“, Y no es como todo otro sector que habla en otros códigos a la espera que lo decodifique a otro», asegura.

Mercè fue una de las redactoras del Plan Especial de Reforma Interior (PERI) de la Barceloneta de 1986, que establecía los criterios para la renovación urbana de la zona. Desde entonces, dice, «no hay un interés de la Administración para hacer un plan coherente, se ha dejado que el barrio fuera degradandose». «Lo que pasa en la Barceloneta no es gentrificación, que es cuando la gente se compra un piso y cree que está en un lugar más glamoroso; lo que sufre el barrio es turismo masivo, puro y duro, que provoca la degradación del barrio», asegura.

La entrada de este turismo masivo con pisos turísticos va asociada a un aumento de los precios, remarca Mercè. «Los propietarios pueden alquilar los pisos y generar beneficios, pero beneficios que ni siquiera revierten en una mejora del barrio; expulsa la gente, pero no para que venga gente de más alto nivel adquisitivo, sino porque vienen visitantes temporales». ¿Y por qué este proceso tiene lugar en la Barceloneta? Por un lado, por proximidad de la playa, y por otro, porque «son pisos muy pequeños, muy fáciles de convertir en apartamentos turísticos, porque los arreglas con poco dinero», explica.

Gala recuerda que aquel 2007, mientras se aprobaba el plan de los ascensores, ya protestaban contra los pisos turísticos en el barrio, y esta sería una de las principales luchas en la Barceloneta. Más allá del plan de los ascensores, denunciaban que los vecinos y vecinas eran expulsados con el turismo, con la construcción del Hotel Vela en primera línea de mar, saltándose la ley de costas por la que habían derribado los merenderos del barrio, o con la creación de un puerto de lujo ante el barrio, que alejaba sus habitantes.

29 de mayo de 2007 La policía desaloja Miles de Viviendas y posteriormente derriba el edificio. El compromiso del Gobierno municipal es hacer viviendas públicas, en el marco de otros equipamientos que se construyen en el barrio en paralelo al plan de los ascensores, pero el solar seguirá vacío durante años. La lucha vecinal aquel año es intensa, y en junio asume el cargo la nueva concejalía del distrito, Itziar González, que se compromete a abrir un proceso participativo. Desde la Òstia y la Plataforma en Defensa de la Barceloneta lamentaban, al principio del año siguiente, que el proceso no se había materializado. En octubre de 2008 el consistorio acaba haciéndose atrás con respecto al planteamiento inicial del plan de los ascensores y finalmente, el 27 de enero del 2011, se deroga definitivamente el plan y se reconocen los cuartos de casa como patrimonio de la ciudad. Después de esta victoria, la relación nacida entre «okupas y vecinas» sigue vigente, cómplice en la defensa del barrio y con Emilia en el recuerdo.

Este artículo se ha publicado originalmente en el blog de João França.

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1 comentari

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