La ciudad del futuro está por derribar muchas murallas. Aislar y poner murallas en las ciudades (o núcleos de población humana) era una costumbre ancestral, de defensa contra los peligros de depredadores o invasores de la naturaleza, incluso de los enemigos de la misma especie. Era un sistema muy humanizado que, como veremos, tenía muchas ventajas, pero también comporta muchos inconvenientes.
Porque, entre otras muchas cosas, las ciudades no son capaces de producir los alimentos y el agua que necesitan para la supervivencia de sus habitantes. Ni la energía, ni muchos productos también esenciales para la gran concentración de habitantes y las características físicas y funcionales para las que estaba pensada.
Por otra parte, la búsqueda por una mejor calidad de vida y seguridad a corto plazo hace que las ciudades, sobre todo a partir de la revolución industrial, hayan ido creciendo. La previsión es que, en 2050, el 70% de los humanos (unos 10.000 millones en el mundo) vivan en las ciudades (en el norte un 80%). Cien años antes, en 1950, el 70% vivía todavía en el mundo rural (en 2007 se igualó al 50%). Todas las ciudades del mundo ocupan hoy sólo el 2,7% de la tierra seca lo que representa despoblación de muchos territorios y aumento de densidad exponencial de las ciudades.
Los seres humanos ya no nos expandimos, no descubrimos ni colonizando territorios. Ahora nos concentramos. Y la concentración y densidad de una especie es también un peligro para su supervivencia, entre muchas otras causas, por las epidemias, como hemos visto recientemente.
Esta situación no se produce casualmente, sino que tiene muchas razones, y una muy importante es que a más urbanización, más crecimiento de PIB, que significa más productivismo y más rédito. No aporta más conocimientos y calidad de vida, que sería lo deseable de medir. El PIB es lo que quiere y necesita el capital. La concentración en las ciudades también aporta, a corto plazo, una mejor calidad de vida: acceso a agua potable, energía, servicios higiénicos, de salud, educación, sociales y culturales, transporte, y otros.
Esta situación parece buena, pero conlleva riesgos crecientes. Se progresa mientras la subsistencia y las condiciones de vida del medio son estables y comportan un balance positivo para la mayoría de la población. El éxito necesita una provisión constante y un crecimiento exponencial de recursos y energía: agua, gas, electricidad, petróleo, alimentos de todo tipo, también madera, metales de todo tipo, oxígeno en la atmósfera y, como somos humanos, relaciones sociales, libertad, igualdad, solidaridad, democracia real, cultura, educación, servicios de salud y social, vivienda de calidad, subsistencia económica suficiente, y tantas otras cosas. El grave problema es que muchos de estos recursos se están agotando de manera muy rápida, y otros se están degradando, debido sobre todo al modelo social y de producción actuales: la contaminación, los residuos insostenibles, el cambio climático… siendo estas ciudades y los estilos de vida y consumo de sus habitantes las primeras generadoras de estos problemas. Hoy, el 70% de la energía y el 75% del consumo mundial se da en las ciudades, mientras que éstas producen el 75% de las emisiones de CO₂ y el 70% de los residuos.
Frente a esta situación, mucha gente ya cree que el “modelo” de ciudad y sus “valores” hegemónicos hoy se ha agotado. Hay que repensar la ciudad (y, por tanto, también el mundo) del futuro. Porque, en realidad, la ciudad es un “ecosistema”, además, muy sofisticado. Es un sistema porque tiene un conjunto de elementos que interrelacionan entre ellos: físicos, químicos, económicos, sociales, culturales y también biológicos. Por ello, Patrick Geddes (1915), botánico escocés, ya dijo que es difícil planificar la ciudad. No se puede crear ni planificar un orden orgánico; la ciudad es un organismo dinámico (sistema) que se modula siguiendo las leyes de la naturaleza y las de la organización social, que tiene su propio metabolismo y fisiología. Por ello, la nueva ciudad necesita plantas, árboles, cultivos y muchas otras cosas para poder cumplir sus objetivos de desarrollo humano, justo, solidario y sostenible. El sistema necesita eficiencia para cumplir sus objetivos, sobre todo el de desarrollo humano y respeto al medio y los objetivos de habitabilidad y sostenibilidad ambiental y de salud.
El Ajuntament de Barcelona, ya en 1985 (hace más de 35 años), con Pasqual Maragall de alcalde, crea un grupo de trabajo, liderado por el catedrático de ecología Jaume Terrades, con Josep Muntañola (arquitecto), Horacio Capel (geógrafo urbano) y otros, bajo la tutela del programa MAB (Man and Biosphere) de la UNESCO, que estudia la ciudad como ecosistema. Publican sus estudios en una colección titulada “Descubrir el medio urbano”. Su segundo libro, “Ecología de una ciudad, Barcelona”, consta de un extenso e innovador contenido sobre el “Análisis ecológica del metabolismo urbano”. Un estudio con propuestas de futuro y nuevos valores.
Hoy, Barcelona ya cuenta con una tenencia de alcaldía de las Áreas de ecología urbana, urbanismo, infraestructuras y movilidad, con dos concejalías: una de emergencia climática y transición ecológica y, el otro, de movilidad. El Ajuntament, ya en el año 2000, recuperó la idea de ecosistema urbano y creó la Agencia de Ecología Urbana, con el ecólogo Salvador Rueda como director, teórico importante en este campo. Las políticas que se derivan de este análisis y propuestas para una ciudad sostenible y sana van por el buen camino, a pesar de la falta de competencias en muchos temas, recursos y lucha contra los intereses de lucro y corrupción establecidos en el sistema.
Lo que se debe hacer para caminar hacia una ciudad eficiente, habitable y sostenible lo sabemos desde hace mucho tiempo. Conocemos las consecuencias que tiene la contaminación atmosférica de las ciudades y el problema global del cambio climático. Ya en 1661 (hace 369 años!), John Evelyn en Inglaterra publicaba un libro sobre las molestias del aire y el humo de Londres, y proponía evitar la combustión de carbón en la ciudad (fuente principal de energía en aquellos tiempos) y plantar árboles y plantas dentro de la ciudad como beneficio propuesto de una manera empírica.
Barcelona debe ser referente de la movilidad y el urbanismo sostenible. Ha sido una ciudad donde las personas se muevan a pie y en bicicleta, en transporte público de calidad, con espacios más amables, seguros y familiares para pasear y jugar. Una ciudad que lucha contra la contaminación y el cambio climático, que está al frente de una revolución verde, con más árboles y plantas, más sostenible. Que consume productos de proximidad. Que recupera espacio público para la gente, con una buena gestión de los residuos, con viviendas de calidad y servicios públicos para todos, con equidad y solidaridad, reduciendo las desigualdades. Queremos una Barcelona habitable donde la salud y el cuidado de las personas sea un valor y una prioridad. Todavía nos quedan murallas para derribar y trabajo hacia la utopía.


