Marcela (nombre ficticio) estudiaba Derecho en Brasil y trabajaba en un despacho de abogados, pero en 2004 perdió su empleo y se quedó sin dinero para continuar la carrera. Una amiga le habló de una agencia que ayudaba a buscar trabajo en Europa. Al principio tenía dudas por dejar su país y a su familia, sobre todo a su abuela, ya que no tenía una buena relación con sus padres, pero con el paso del tiempo, accedió.
Contactó con una mujer de la supuesta agencia, quien le explicó que, trabajando seis meses en el servicio doméstico o cuidando a personas mayores o a niños, podría pagarse la universidad. “Esta señora, la captadora, se introdujo dentro del seno familiar, cogió cercanía y, como generó confianza suficiente, dije, “vale, iré, pero me tendrás que enseñar qué tengo que hacer, y no tengo dinero para costear ni el viaje ni el pasaporte”. Me dijo “tú no te preocupes por nada, te damos el dinero que haga falta para gestionar la documentación y el billete”.
Ella y seis chicas más se reunieron con la señora de la agencia, que les entregó el billete de avión, visado de turista, 500 euros y teléfonos de contacto. Viajaron de São Paulo a París y a Vigo, desde donde las trasladaron en furgoneta al norte de Portugal, a un chalet de lujo en el que una señora les dio la bienvenida y les pidió el dinero, los contactos y el pasaporte para guardarlos en una caja fuerte. Allí había otras mujeres, sobre todo brasileñas, y Marcela pensó que, como ella, necesitarían un empleo.
La primera semana las llevaron a visitar zonas turísticas de Portugal. “Nos inquietamos, porque no habíamos ido de vacaciones, habíamos ido por trabajo. Entonces, nos sentó en uno de sus despachos, con gente de seguridad. Su cara había cambiado totalmente, y nos dijo: “Os voy a decir las cosas claras. No habéis venido a ningún trabajo doméstico. Habéis venido a ejercer la prostitución”. Nos quedamos congeladas”.
“Vas a hacer exactamente lo que te voy a decir”
Marcela fue la primera en protestar y quiso marcharse, asegurando que les pagaría el billete de avión en cuanto pudiese. “Ahí vino mi primera bofetada. Empezó a sacar fotos de mis sobrinas, que tenían 4 y 6 años, y me dijo “tú, precisamente, tú, vas a hacer exactamente lo que te voy a decir”. Me sentí culpable, porque yo había venido en busca de un sueño y había acabado por poner a toda mi familia en peligro porque dijo que iban a secuestrar a mis sobrinas, las iban a violar, y me iba a mandar fotos y vídeos. Y que si yo no hacía todo lo que me estaba diciendo pues iban a ir a por todas las mujeres de mi familia. Yo no tenía más que obedecer”.
La proxeneta les enseñó una lista de deudas que según ella habían generado por la semana turística, más el precio del billete de avión, y les impuso unas normas. “Me dijo que me iba a elegir la ropa y que me iba a tener muy bien controlada, que yo no le iba a fallar. Siempre me recordaba lo de mi familia, lo de mis sobrinas, que era mi punto débil”.
A los tres meses hubo una redada. Escondieron a Marcela para que la policía no la encontrara y se la llevaron en un coche a un piso. Dos días después, ella y dos chicas fueron trasladadas a Sevilla. “Yo estaba pasando un calvario en Portugal. En Sevilla, fue bastante peor. Primero, por la barrera idiomática, a las mafias les conviene que tú no sepas el idioma porque es más difícil pedir ayuda. Después, se acercó una de las compañeras y me explicó que ahí funcionaba de forma diferente: “Aquí tú tienes que consumir drogas”. Era lo que me faltaba, prostituta drogadicta”. Le enseñaron a esnifar cocaína, con unas directrices muy claras: “No puedes soplar, no puedes estornudar. Si tienes algún problema, ya sabes”. Y le mostraron las fotos de sus sobrinas.
La deuda cada vez era mayor. “Allí todo son multas. Si llegas tarde, multa. Te obligan a ir a la peluquería, a pagar la manicura, si el gel de ducha vale 2 euros te cobran 10, y la deuda nunca acaba, siempre va aumentando”. Marcela confiesa que poco a poco fue perdiendo su identidad, hasta no saber ni quién era debido al exceso de drogas y alcohol.
Cinco meses después de llegar a Sevilla, la llevaron a Madrid y la instalaron en otro club. A veces, los hombres se la llevaban a un hotel o a su casa, si no estaban sus esposas, durante varios días. En esa época conoció a las mediadoras de Apramp (Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida), que trabajan en las zonas donde hay indicios de trata. Allí proporcionan material preventivo, sobre todo preservativos, y hablan con las prostitutas.
Fue así como Marcela conoció a su mediadora y le relató su historia, a lo que la trabajadora de Apramp le dijo: “Tú puedes ser lo que quieras y lo que te propongas, nosotras te podemos ayudar”. Marcela desconfió, habían sido ya muchos meses de mentiras, pero le ofrecieron atención sanitaria y empezó a confiar. “Me faltaban fuerzas porque nos obligaban a trabajar enfermas, con fiebre, con la regla, porque si no, pagábamos las multas. Teníamos que ejercer sí o sí todos los días de la semana”.
“Me dieron la paliza de mi vida”
Un día, tras una semana con un putero en su casa y tras generar 14.000 euros por ello, llegó al club y le dijo a la proxeneta que le devolviera el pasaporte. No podía más. La discusión acabó a gritos y la proxeneta llamó a dos personas de seguridad. “Me dieron la paliza de mi vida. Me dijo: “Ahora mismo acabas de matar a tu sobrina”. Me pegaron por todas partes. Me abrieron la cabeza. Ellos no nos pegaban en la cara para no dejar marca y para que no se viera que nos maltrataban, pero ese día no tuvieron reparo, me pegaron por todas partes. Luego llamaron a una compañera y le dijeron: “Que se duche, que vaya a la peluquería, que se arregle y que se vista para trabajar a la hora que se abra la sala”. Yo no podía caminar”.
Marcela se hizo con un teléfono móvil y llamó al número 24 horas de la Unidad de Rescate de Apramp: 609589479. Se inició un protocolo previsto para estos casos. Marcela pidió que no viniera la policía. Le dieron estrategias de cómo actuar y se dispuso a huir. “Cuando llegó el momento de escapar tenía tanto miedo que salí corriendo con unas botas con tacones de 15 centímetros, no sé cómo lo hice, hoy no sería capaz. Tenía el coche de la mediadora delante, pero no lo veía. Ella bajó del coche, me llamó, y todavía hoy no recuerdo cómo entré. Han pasado 15 años y aún no sé si entré por la ventana, la puerta o el maletero”.
A partir de ahí, Apramp la llevó a un piso de protección y comenzó un proceso de recuperación que duró tres años y durante el cual pasó por 11 psicólogos porque, además de las secuelas psicológicas, tenía el síndrome de abstinencia alcohólica, que produce nerviosismo, ansiedad, pesadillas y cambios en el estado de ánimo.
“El oficio más antiguo del mundo es mirar para otro lado”
Marcela no volvió a la universidad a estudiar Derecho. Se formó con Apramp, primero como auxiliar de geriatría y después como mediadora de la entidad para “rescatar al máximo número de personas que podamos”. Asegura que “si una mujer se dedica a la prostitución es porque se encuentra en una situación de vulnerabilidad”, e insiste en que a veces no se trata tanto de que proceda de un país o de un entorno pobre, sino de una familia desestructurada, como fue su caso. Y añade algo más: “La prostitución no es el oficio más antiguo del mundo. El oficio más antiguo del mundo es mirar para otro lado”.


