Janet y Aura son portavoces de Putas Libertarias del Raval, que representa a mujeres del barrio barcelonés, y de Putas Indignadas, que abarca al conjunto de la ciudad. “Somos antisistema, antirracistas y antifascistas, y no queremos pertenecer a un sistema capitalista, patriarcal y colonial, que es el eje de la pobreza estructural en que vivimos. Nosotras no somos víctimas, somos clase obrera y, al igual que cualquier persona, trabajamos por techo y comida”, así se presenta Janet, que utiliza su nombre de trabajo, igual que su compañera Aura.

Janet nació en Uruguay y se trasladó a Barcelona cuando tenía 20 años. Cinco años después, empezó a trabajar en barras americanas porque tenía dificultades económicas y pensó que sería algo temporal. De eso hace más de 30 años y, desde entonces, ha combinado el oficio más antiguo del mundo con empleos legales por los que cotiza en hostelería, limpieza y cuidados. “En el año 85 creí en el imaginario colectivo de que era mejor estar en un sitio cerrado para evitar miradas indiscretas y ser señalada, porque el estigma puta la sociedad te lo va impregnando, y te lo marca a fuego”, explica sobre sus inicios como prostituta.
Después de las barras americanas, trabajó en pisos en los que se ejercía la prostitución, y hace 21 años llegó al Raval para trabajar en la calle. “Cuando llegué al Raval, pasé de vestir con lencería fina e ir peinada de peluquería a vestir con bambas, vaqueros y camiseta, y venía dos horas por la tarde y dos horas por la mañana, y ganaba lo mismo que en el piso trabajando diez horas. Ahí es cuando realmente me di cuenta de lo perdida que había estado, de cómo me había dejado coaccionar por el imaginario, porque realmente aquí todo lo que ganaba era directamente para mí y con muchas menos horas. Siempre he mantenido mis principios. No he hecho nada que me hiciera daño, nada que me degradara, y no he sentido que nadie manejara mi vida”.
“Yo he estado con curas”
Janet resta importancia a los riesgos de su profesión, según su experiencia personal: “Nuestros clientes son los hombres de esta sociedad, son nuestros padres, abuelos, tíos, hermanos, hijos, no son extraterrestres, y también hay curas. Yo he estado con curas, y muchas compañeras mías también”.
Afirma que a los clientes les gusta el engaño y la fantasía, y que en términos de “puta-cliente”, ellos son más simples de lo que podría parecer: “A los que van a barras americanas les gusta presumir, quieren que los demás hombres vean cómo abre la cartera y saca dinero. El hombre que va al piso lo hace con timidez, con el plan de hacer algo rápido que él sabe que no está bien hecho pero que él necesita. Muchas veces, las señoras me dicen, “pero si mi marido y yo en mi casa tenemos relaciones sexuales completas”, pero no es cuestión de tener relaciones, es el morbo que te da ir a un sitio y encontrarte a una señorita vestida con ligueros y tacones”.
Para Janet, la sociedad tiene una idea equivocada de quiénes son las mujeres que ejercen la prostitución de forma voluntaria. “Nosotras somos madres. Yo tengo dos hijos, de 26 y 23 años. El mayor es ingeniero biomédico, con el máster acabado, y el pequeño es ingeniero informático. La gente se cree que las putas no tenemos cultura o no tenemos otra cosa que hacer, pero no olvidemos que, desgraciadamente, no todas nacemos con las mismas oportunidades, pero sí nacemos con capacidades para desarrollar diferentes herramientas para defendernos. Muchas de nosotras tenemos hijas universitarias, economistas, dentistas, médicos, y las madres han sacado a sus hijos adelante y han pagado las carreras con su puteril”.

Aura asiente y da la razón a Janet: “Hay mucha gente que tiene el concepto de que ser puta es estar esperando al cliente y ganar dinero fácil, pero es que nosotras hacemos de madres, de abuelas, de amigas, de compañeras, de amas de casa, tenemos la casa arreglada, sabemos cocinar, sabemos lavar… Piensan que nosotras no sabemos hacer esas cosas”.
Aura empezó hace más de 20 años a ejercer la prostitución, primero en pisos y después en las calles del Raval. También es madre. Sus hijas ya son mayores de edad y, cuando les comentó cómo se ganaba la vida, ellas no se extrañaron demasiado, por lo que Aura sospecha que ya lo intuían, debido a sus idas y venidas de casa con excusas de lo más variadas. “Se lo han tomado de forma tranquila porque, dentro de lo que cabe, mis hijas son muy liberales. Yo he sido una madre que ha estado ahí, con ellas, al pie del cañón, y eso es lo que han tenido en cuenta. La sociedad es la que nos discrimina”.

Janet y Aura han visibilizado su situación para reclamar sus derechos y los de sus compañeras, ya que no todas se atreven a dar la cara. Consideran que el “estigma puta” y la “hipocresía social” perduran y les perjudican. Janet lo tiene claro: “De la calle no nos van a sacar. Hemos normalizado la esclavitud con nómina, la de entregar 40 años de nuestra vida al trabajo para luego terminar con una jubilación y una salud precarias, pero sin embargo a las que hay que salvar es a las putas. Yo no quiero que me salven, y gobierne quien gobierne, somos ingobernables. Yo el puteril no lo dejo ni aunque tenga 90 años”.
Irina Guevara: “Me acostumbré a ser mi propia agencia”
Irina Guevara llegó a Barcelona en 1997 procedente de Costa Rica. Tenía 31 años y huía de la marginación, la desigualdad social y las agresiones policiales por ser trans y prostituta. “Yo me sentía incómoda. Me decía: ‘¿Por qué tengo que llevar palos todas las noches? ¿Por qué tengo que ir presa?’ Había cosas que consideraba injustas. ‘¿Por qué no me venden comida en un restaurante?’ Porque era una mala imagen que hubiera una transexual sentada comiendo, porque había matrimonios con niños, pero ¿qué mal ejemplo iba a dar? Yo comencé a cavilar y sentí la necesidad de sentirme persona”.

Irina se inició en el mundo del trabajo sexual porque le ofrecía ingresos mucho más elevados que la peluquería en la que trabajaba. “El salario no me daba para lo que yo quería. A mí siempre me han gustado las cosas buenas, la cosmética cara, y allá eso era un lujo, allá solo la gente millonaria puede comprarse cosas caras. Y cuando fui prostituta, sí, me podía comprar perfumes”. A cambio, dice, en Costa Rica, Panamá y México conoció “el tercermundismo de América Latina”, que define como corrupto, con trato vejatorio y ataques de todo tipo, incluso de perros. “Era una pesadilla, me sentía insegura, y tenía las rodillas y los codos rotos de tanto esconderme de la Policía debajo de los coches o donde fuera”.
Vino a Barcelona por la comodidad de conocer el idioma y por la simpatía que tenía hacia España gracias a lo que había visto en televisión, además de que su abuelo materno era de Málaga y sentía que era un país cercano, a pesar de la distancia. Había visto noticias de Barcelona’92 y a Concha Velasco actuando en la serie “Teresa de Jesús”, con unos paisajes sobre Toledo que le parecieron maravillosos. También conoció la historia de Bibiana Fernández, antes Bibi Ándersen, lo que le convenció de que aquí gozaría de más libertades que en su país por su orientación sexual.
En comparación con su experiencia anterior, la situación nocturna en los alrededores del Camp Nou a finales de los 90 le pareció menos mala. “Yo venía saliendo de un abismo. Aquí me sentí más respetada porque ya había muchos derechos concedidos, aunque eran insatisfactorios para la comunidad que había en ese momento”. Mientras otras españolas trans le comentaban que tenían que luchar por sus derechos, a Irina le pareció “un paraíso de libertades” en el sentido de que podían trabajar a la luz del día sin que se la llevaran presa. Sí había algunas veteranas que recordaban que en los años 70, con Franco, las encarcelaban, recibían palos y les cortaban el pelo.
Con el tiempo, Irina consiguió la nacionalidad española y eso le permitió viajar por Europa y trabajar algunos meses en países donde la prostitución es legal, como Suiza y Alemania.
Tuvo el primer contacto con la entidad Àmbit Dona hace más de 20 años porque repartía preservativos y lubricantes en los alrededores del Camp Nou. Poco a poco fue cogiendo confianza y un día accedió a quedar en la sede de la entidad, en el barrio del Raval. Allí conoció también posibilidades de formación y empleo. De hecho, es auxiliar de enfermería en geriatría e hizo prácticas en un geriátrico de la Barceloneta, pero no le convenció ni por el tipo de trabajo ni por el sueldo. “Prefiero ser prostituta”, asegura.

“Llevo treinta años en este trabajo. No es dinero fácil, porque tienes que pasar muchas situaciones incómodas, como atender a personas que no están limpias, que huelen mal o que tienen defectos físicos, como también hay hombres bellísimos. Me acostumbré a ser mi propia agencia, a tener mi individualidad. No tengo que aguantar a un jefe que te está machacando por 800 euros al mes. Suena feo decirlo, pero me siento mejor remunerada”.
Irina colabora con Àmbit Dona como facilitadora del colectivo transexual para apoyar a otras personas en su situación porque sabe lo que es sentirse “humillada, vejada, y explotada”, y reivindica que la autoestima es clave para sostenerse en un mundo de prejuicios. Ahora tiene 58 años y dos viviendas de propiedad, una en la que vive y otra que tiene alquilada, con la que prevé tener dinero suficiente cuando se retire.
Bianca: “El scorting de lujo da mucho dinero”
Bianca (nombre laboral) es licenciada en Administración de Empresas y le apasiona el mundo de la moda. Es venezolana y, antes de venir a España hace tres años, trabajó en Ecuador durante cuatro años como encargada en una tienda de una conocida marca de ropa. Las primeras semanas y meses en Barcelona tenía más gastos que ingresos y, al ver que una amiga suya llevaba una vida mucho más desahogada, le preguntó cómo lo hacía. Fue así como se familiarizó con el mundo del scorting, por el que recibe importantes cantidades de dinero por sus servicios sexuales y de compañía.
La primera reacción de Bianca cuando conoció cómo se ganaba la vida su amiga fue una negativa rotunda: “Yo estudié en un colegio católico, mi familia es muy tradicional y ese mundo para mí era el pecado impreso. En ese momento, le dije a mi amiga que lo respetaba, pero que no, y sentí cierto prejuicio hacia ella. Luego me explicó que no era como lo pintaban en las películas, que ella elegía a los clientes porque los veía antes por una cámara y que no iba a estar con nadie que no fuera de mi agrado”.
Bianca empezó a verlo de forma más natural, buscó información sobre el sitio y contactó con entidades como Genera y Cruz Roja, que atienden a trabajadoras sexuales, para informarse sobre cómo protegerse de las enfermedades de transmisión sexual.
Así empezó a trabajar en La Suite y el Felina, que forman parte del mismo grupo. El club alquila las habitaciones a las chicas a 45 euros por 30 minutos, 65 euros por 45 minutos y 75 euros por una hora. Cuando el cliente entra al local, una encargada le informa de las normas. Las scorts le ven a través de una cámara y, si lo consideran, se presentan ante el cliente y él decide entre las candidatas. “El cliente ya sabe lo que va a conseguir y ya sabe que las chicas no hacen esto o aquello. Son clientes más fidelizados, la mayoría son empresarios franceses y españoles, personas con un nivel de vida alto”.
La Suite y el Felina tienen licencia de la Generalitat como “Bar musical con reservados para servicios de naturaleza sexual”. Su propietario, Stefan Gómez, defiende que la prostitución existirá, sea legal o no, por lo que sostiene que es mejor que se ejerza en condiciones de higiene y seguridad. “Jamás van a prohibir el derecho de una mujer o de un hombre o de un transexual a disponer de su propio cuerpo. Aquí facilitamos un espacio de trabajo para las profesionales sexuales y un punto de encuentro para los clientes”.
Para Gómez, “no se puede erradicar la prostitución porque siempre habrá hombres dispuestos a pagar y siempre habrá mujeres dispuestas a recibir este dinero. Hay gente que de manera voluntaria decide dedicarse a la prostitución, ya sea en un piso, sola, en la vía pública o en un local como La Suite”.

15.000 euros al mes
Bianca empezó en el turno de mañana para organizarse mejor con sus clases de idiomas y de marketing digital, pero al ver que en el turno de noche se facturaba más, optó por cambiar de horario. Antes de la pandemia, trabajaba tres o cuatro días a la semana, llegando a facturar cerca de 15.000 euros en un mes bueno, si bien los gastos podían rondar los 9.000 euros. “Fui encargada general en una tienda en Ecuador y me gusta mucho la parte comercial, pero aunque tengas título y te encante tu profesión, el scorting de lujo te da mucho dinero”. Calcula que una scort puede ganar entre 10.000 y 20.000 euros mensuales de junio a septiembre, a excepción del año pandémico, en que los clientes cayeron en picado.
Los familiares y amigos de Bianca no conocen su doble vida: “No digo que soy scort abiertamente, no porque me avergüence mi trabajo, sino porque sé que la mayoría de las personas no son de mente abierta y no se toman bien esto, y a nadie le gusta verse rechazado”. No cree que su familia le diese la espalda, pero siendo hija única y de padres “muy católicos y muy moralistas”, teme hacerles sentir mal y no se atreve a contárselo.
Con 27 años, Bianca prevé seguir como scort a largo plazo, aunque no descarta invertir en criptomonedas o en el sector de los masajes eróticos. “Yo creo que siempre hay que rentabilizar el trabajo de uno, yo ya tengo mi casa en mi país y tengo pensado buscarme negocios acá, pero este trabajo da mucho dinero. Por más que yo monte un negocio, para que pueda ser rentable va a pasar algún tiempo”.


