Nadia Ghulam ha conseguido que lleguen a España seis miembros de su familia, después de ponerse en contacto con el Ministerio de Asuntos Exteriores y explicar su caso. Ahora que parte de su familia ha sido evacuada y se encuentra en buen estado en Salamanca, el siguiente objetivo es conseguir que lleguen a Catalunya, para lo que tiene que iniciar otro proceso, pero ahora tiene la seguridad de que su hermana, sus sobrinos, su prima, que es viuda, y sus hijos “están en paz y están juntos”.
Ella tenía que elaborar una lista de las personas de su familia que podrían ser evacuadas y, inicialmente, la activista y escritora quería incluir a su madre, pero ella prefirió que cambiara su nombre por el de otro miembro de la familia. “Me dijo, ‘lleva a tu hermana y, en mi lugar, lleva a tu prima, porque si yo voy allá, ¿qué hago?’ Me dijo, ‘tú salva a las niñas’. Se ha sacrificado por ellas”.
“Tengo el cuerpo aquí y el alma en Kabul”
Nadia, que durante el régimen talibán de los 90 se hizo pasar por hombre para poder trabajar y alimentar a su familia, ha colaborado para que ciudadanas afganas vengan a Europa para tener, como ella, una oportunidad, y ha dejado de dormir para obtener salvoconductos para sacar al máximo de mujeres del país. “Tengo el cuerpo aquí y el alma en Kabul. Estos días estoy en mil cosas”.
Nadia, que es fundadora y presidenta de la asociación educativa Puentes por la Paz, continúa buscando fórmulas para salvar a más mujeres de Afganistán. Ahora que no salen vuelos de Kabul para evacuar a personas, la opción que parece más viable es la de ir por tierra hasta Pakistán y, desde allá, volar hacia el país de acogida.
Inseguridad, incertidumbre y angustia
Lo peor de la situación de la mujer en Afganistán ahora es, explica Nadia, “la inseguridad en general y la incertidumbre de no saber qué pasará”. “La incertidumbre crea mucha angustia, los seres humanos planificamos nuestra vida, si este año acabaré el curso, si tendré este trabajo… Y de repente no sabes qué te pasará y otra vez hay riesgo de guerra civil. Ahora no hay preocupación sobre si la mujer lleva burka o no, eso es el que el mundo occidental piensa, pero no. La preocupación de las mujeres es la inseguridad. Ahora puedes andar por la calle y que te disparen cuatro balas en la cabeza”.
Para Nadia, es importante destacar que las personas refugiadas que vienen de Afganistán llevan 50 años de conflictos y, por lo tanto, a nivel de acompañamiento y de integración se tienen que tener en cuenta aspectos como el miedo y la desconfianza entre varios grupos que no se conocen entre ellos y que quizás tienen ideologías diferentes. Por lo tanto, su recomendación es no agrupar a muchas familias en un mismo lugar para alejarlas de estas preocupaciones sobre qué pueden decir y qué no.

Nadia Ghulam, coraje afgano
Nadia Ghulam nació en Kabul en 1985. Recuerda su infancia como “la más feliz del mundo” con su padre, su madre, su hermano mayor y sus dos hermanas pequeñas. “Mi padre trabajaba en el Ministerio de Sanidad, teníamos una casa muy grande. Mi hermano cuidaba de mí porque era cinco años mayor que yo, y mi padre me quería muchísimo. Yo era un poco payasa y muy divertida, tenía la afición de imitar todo el mundo y a los adultos les hacía mucha gracia. Era el centro de atención de los encuentros de familiares y amigos”.
Pero a los 8 años la niñez de la pequeña cómica saltó por los aires. El año 1993, en plena guerra civil afgana posterior a la retirada soviética, su casa fue bombardeada. “Hacíamos vida normal. Teníamos invitados en casa, somos un país muy hospitalario, siempre teníamos invitados en casa. Después de cenar, mi madre fue a buscar un poco de té y dulces para acompañar el té. Yo tenía curiosidad por saber dónde escondía los dulces y la seguí. Ella me vio y me dijo que la esperara en una habitación. Yo la esperaba, y en aquella habitación me cayó una bomba”.
Nadia estuvo seis meses muy grave en el hospital y durante dos años los hospitales prácticamente fueron su casa. La operaron 14 veces y, aun así, quedó desfigurada. “La mayoría de operaciones fueron sin anestesia. Sufrí mucho. No teníamos medicamentos, no teníamos calmantes, los médicos huían, había bombardeos constantes. Yo cuando voy al hospital me mareo y me desmayo por el miedo que viví en la infancia”.
Solo su madre estaba a su lado en el hospital y le explicaba cuentos. Este era su analgésico. “Ella era la única persona que me daba paz. No me dejaba nunca sola”. El afecto de la madre contrastaba con el punto de vista de los doctores: “Yo era una mujer quemada en la ciudad de Kabul. Los médicos decían ‘¿por qué la tenemos que curar? ¿De qué servirá? Nadie se querrá casar con una mujer quemada’. Y mi madre decía: “Saldrá, saldrá, saldrá”.
Mientras tanto, las dos hermanas pequeñas estaban en casa de una tía. El hermano mayor, Zelmai, murió mientras Nadia estaba en el hospital. Un amigo de su padre le explicó que fue a comprar comida y le intentaron robar el dinero. Zelmai se resistió porque lo necesitaba para alimentar a la familia en plena guerra, y le dispararon. En casa de Nadia nunca hablan de este tema y Nadia no ha podido verificar esta historia.

Diez años haciéndose pasar por hombre
Cuando salió del hospital, el padre estaba delicado de salud y, como el régimen talibán prohibía trabajar a las mujeres, Nadia decidió adoptar la identidad de su difunto hermano. Se vistió de hombre y durante diez años consiguió varios trabajos haciéndose pasar por Zelmai. Construyó pozos, trabajó en un taller de bicicletas, fue ayudante de imán en la mezquita e incluso cocinera de talibanes. “Yo vivía constantemente con miedo. Es un milagro que no me descubrieran. Si lo hubieran hecho, el castigo era lapidarme”.
Se quedaron sin casa y durante años fueron de un lugar a otro. “Éramos nómadas refugiados dentro de nuestro propio país. Íbamos de un barrio a otro, de un pueblo a otro, de una ciudad a otra… Es la historia de miles de afganos. Dejamos nuestra casa y no podemos volver nunca más. A veces llamábamos a la puerta y decíamos ‘por favor, abrid, tenemos niños, mi hija está herida…’. Algunos vecinos abrían y pasábamos algunas noches en su casa. Después teníamos que ir a otro lugar. A veces nos quedábamos en la mezquita”.
El año 2001, con los talibanes fuera del poder, Nadia empezó a estudiar. Su historia llegó a periodistas y cooperantes que la querían conocer. “Escribían artículos, me hacían fotos, me prometían ayuda y después desaparecían de mi vida. Esto duró cinco años. Pensaba que en mi país todo era guerra, violencia y pobreza, y que en Occidente eran buena gente y tenían palabra, pero llegó un momento en que creía que se aprovechaban, y me cansé”.
Conoció a la periodista catalana Mònica Bernabé, que se interesó por su caso. Nadia desconfiaba, pero finalmente aceptó su ayuda. Le pagó un curso de inglés de un año y, el segundo año, Nadia acabó trabajando con la periodista como traductora. A partir de aquí, y con la colaboración de la Asociación para los Derechos Humanos en Afganistán (ASDHA), el 2006 llegó a Barcelona para operarse y recibir tratamiento médico.
“Fue muy difícil la llegada a Catalunya”
“Yo tengo un carácter de superación, pero en mi vida me he encontrado barreras muy grandes y para mí fue muy difícil la llegada a Catalunya. Tenía muchas heridas y a nivel psicológico estaba en mis límites. No tenía ni la fuerza ni los ánimos para salir adelante, no conocía a nadie y no conocía la lengua. Cuando en el hospital me dijeron que me operarían de mis heridas y me sacarían piel de un lugar para ponerla en otro, yo pensaba ‘yo me quiero morir, ¿por qué ellos quieren hacer esto?’. Fue muy duro”.
Después de operarla con éxito en el Barnaclínic, varios medios de comunicación publicaron su historia y a ella le daba miedo perjudicar a su familia, por lo que en las fotografías se la veía tapándose la cara con las manos y el pañuelo. Cuando le comunicaron que tenía que volver a Afganistán no se lo podía creer. “Yo no lo entendía, estaba muy decepcionada. Lo único que quería era morir”.
“Tuve la suerte de que una familia catalana me acogió en su casa. Yo tenía 21 años, era mayor de edad y no me podían adoptar, pero me llevaron a su casa”. Desde entonces, vive en Badalona. Agradece la ayuda económica de la familia de acogida y las donaciones ciudadanas para costear operaciones y medicinas, puesto que aparte de las últimas intervenciones en el Hospital Vall d’Hebron, la gran mayoría han sido en centros privados.
Educadora social, escritora y activista
Mientras arreglaba la documentación para quedarse en Badalona, una profesora le dejó estudiar un grado superior de informática. Después, y con los temas burocráticos solucionados, fue a la universidad y cursó Educación Social y un máster de Intervención Internacional. Primero consiguió el permiso de residencia, y después también el de trabajo, que tiene que ir renovando periódicamente.
A medida que Nadia se involucró en el mundo social, notó que, cuando se presentaba diciendo de dónde venía, la mayoría de las personas “no tenían ni idea de Afganistán, solo les sonaba burka, Osama bin Laden y drogas”, y Nadia pensó que era el momento de explicar su propia vivencia, con sus palabras. “Mi padre catalán me dijo: ‘pero si hablando de tu historia, ya lloras, ¿cómo la escribirás?’ y dije: ‘Mi libro saldrá’”. Así surgió El secreto de mi turbante a cuatro manos con la periodista Agnès Rotger, que fue Premio Prudenci Bertrana 2010.
Más adelante, Nadia, que se considera más narradora que escritora, recogió los cuentos que le explicaba su madre en el hospital cuando estaba convaleciente y con la ayuda de su tío Joan Soler escribió Contes que em van curar. Ha publicado otros libros, como La primera estrella de la noche, inspirado en las mujeres de su familia.
El activismo ha llevado a Nadia a fundar la asociación Puentes por la Paz con el objetivo de luchar por la dignidad y la justicia de las chicas afganas. Trabaja en Kabul fomentando la educación de niñas desfavorecidas y la creación de clubes de lectura, y en Badalona acercando las personas recién llegadas a la lengua y la cultura catalanas. La última vez que viajó a Afganistán fue en septiembre del 2018 precisamente para revisar los proyectos de Puentes por la Paz.


