De su pueblo natal, Khohar, Rabia Waheed recuerda la vida sencilla con muchas zonas verdes y ríos, y con casas donde había varias familias. Vivía con su madre, su hermano mayor y su hermana mayor, y con dos tíos y sus respectivas familias, que estaban en dos espacios diferenciados dentro de la misma casa. Su padre no estaba. Se había ido a Barcelona en busca de empleo y allí trabajaba como cocinero.

Para ella, su padre, Abdul, era como un desconocido con quien hablaba por teléfono y a quien veía muy de vez en cuando. En cambio, los dos abuelos siempre estaban allí. “No tuve la suerte de conocer a las abuelas. Ellos son los que me enseñaron la religión y diferentes valores. Me decían que tenía que ser buena persona y me dejaban jugar en la calle”.

En 2010, cuando Rabia tenía 10 años, le dijeron que irían todos a vivir a Barcelona: su madre, sus hermanos y ella, para reencontrarse con su padre. Ella había visto en la televisión cómo eran las ciudades, con edificios altos y muchos coches. “Era un mundo diferente, y lo quería descubrir. Yo no había salido nunca de la zona”.

Ir a la ciudad le pareció una buena idea, pero la noche antes del viaje empezó a entender que se iba más lejos de lo que pensaba, cuando los vecinos fueron a su casa a desearles suerte. Tener que dejar sus juguetes, regalos y objetos personales le hizo ver que aquel trayecto no era lo que se imaginaba. “No me lo podía llevar todo, ni las amistades, ni los abuelos”.

Al día siguiente, los abuelos, que vivían muy cerca, fueron a despedirse. Cuando se puso el coche en marcha en dirección al aeropuerto y vieron cómo decían adiós con la mano desde la entrada de la casa, a los pocos metros tuvieron que pedir al conductor que parara, y los cuatro echaron a correr hacia ellos. “Mi madre estaba llorando. Ella sí sabía lo que estaba dejando. Yo no. Los abracé, esta vez muy fuerte, y sentí que estaba dejando algo atrás”.

La nueva vida en el Gòtic

El barrio Gòtic, en el distrito de Ciutat Vella, se convirtió en su casa. No conocía a nadie y era una zona turística en la que veía a mucha gente diferente. Los primeros días en la escuela Àngel Baixeras se sentía extraña. “No sabía hablar, en el patio no sabía si estaba jugando bien, no entendía los códigos. Por ejemplo, en educación física, el profesor explicaba qué teníamos que hacer y yo tenía que esperar a que alguien lo hiciera para entenderlo y hacer lo mismo. La asignatura que más me gustaba era inglés, porque me podía comunicar y podía participar, y era la que sabía más de la clase entonces”.

Cuando vio que había unas chicas paquistaníes en la escuela, se acercó para presentarse y ellas le sirvieron de enlace durante las primeras semanas y meses. El aula de acogida también le gustó porque en ese espacio no se sentía extraña, sino que estaba con personas de lugares diferentes con las que aprendía. “Fue difícil al principio, pero los profesores me ayudaron mucho. En Pakistán no me gustaba mucho ir a la escuela porque es más estricta. Aquí hay diferentes actividades, hay programas culturales y te motiva ir a la escuela. Allá al profesor le tienes que tratar de usted, si no es una falta de respeto. Aquí hay más comunicación, los profesores son más cercanos. Vi un cambio”. Otro cambio fue dejar de ser la pequeña de la casa, con el nacimiento ya en Barcelona de su nuevo hermano.

En menos de dos años, Rabia había aprendido suficiente catalán y castellano para comunicarse e interactuar en la escuela, en el parque y en el barrio. “Yo lo cogí muy rápido. Para mis hermanos, que habían venido con 19 y 16 años, fue un poco difícil porque ya tenían una red fuerte allí. Poco a poco empecé a tener mi vida aquí”.

“No me lo podía llevar todo, ni las amistades, ni los abuelos” | Ana Basanta

Volver a Khohar

Con 13 años, volvió a su pueblo para la boda de su hermano, Noman, que se casó con una chica de Pakistán. Rabia ya se había hecho a Barcelona, estaba acostumbrada a comunicarse con todo el mundo y desconocía algunas costumbres de Pakistán. Hablaba sin diferenciar entre chicos y chicas, y gesticulaba mucho. Por eso, le tuvieron que recordar que en Khohar las chicas hablaban de manera más pausada y estaban más quietas. “Mis tías me decían ‘ahora tú eres de allá y no te adaptarás aquí’. Para mí era un continuo descubrimiento de cosas que no había experimentado”.

A Rabia siempre le ha gustado compartir experiencias con gente de diferentes lugares. Durante la adolescencia, conoció el mundo de los casals e hizo algún voluntariado relacionado con la enseñanza del catalán y el castellano a personas recién llegadas y con el acompañamiento a personas mayores con problemas físicos. El agradecimiento y la ternura le recordaban a sus abuelos, y la hacían sentir a gusto.

“Me encanta conocer diferentes visiones, diferentes personas, eso es lo que te permite abrir la mente y aceptar otras miradas. Somos personas, no robots, y tenemos capacidad de razonar”. Ha participado en Ravalinks, un proyecto de la Fundación Tot Raval orientada a jóvenes del barrio o vinculados a entidades del barrio que provienen de diferentes países. “Hablamos de intereses e inquietudes comunes, intentamos solucionar diferentes retos, reivindicamos romper con estructuras patriarcales y romper estereotipos”.

Habla seis idiomas: inglés, catalán, castellano, urdu (Rabia quiere decir “primavera” en urdu), panyabí e hindi, y está pensando en estudiar francés. A través del programa “Aprendemos. Familias en Red” de Casa Asia, da clases de catalán y castellano como profesora dinamizadora. Se trata de un proyecto que abarca varias zonas de Barcelona y Rabia está en la escuela Beethoven de Santa Coloma de Gramenet, donde imparte clases a las madres del alumnado procedentes sobre todo de Marruecos, Pakistán e India.

Prejuicios

Rabia quiere romper barreras en un mundo de prejuicios. Entre los más repetidos con los que se ha encontrado, figuran que “las personas extranjeras vienen a robar el trabajo”, pero ella remarca que muchas veces tienen empleos que las personas autóctonas han rechazado, y que si ocupan un buen puesto es por méritos y competencias propias.

Otro prejuicio es que “a las familias de Pakistán no les interesan los estudios. Tienen hijos, se casan y no salen de su círculo cerrado”, una afirmación que no tiene nada que ver con su día a día. Un tercer recelo es el tema del hiyab, el velo que cubre la cabeza. “Dicen, ‘ah, seguramente la habrán obligado’, y yo lo que digo es que somos nosotras las que sabemos más del tema, las inmigradas. ¿Qué tal si te acercas y me preguntas?”

Rabia defiende que lleva el velo porque es musulmana y porque quiere que se la reconozca por su carácter y su personalidad, y no por la apariencia física. “Una vez, en una entrevista de trabajo o de prácticas me dijeron: ‘¿Qué tal si te lo quitas?’ Si yo no hubiera entregado algún trabajo o si hubiera hecho mal alguna tarea, habría una razón para decir que esta persona no encaja, pero el problema es poner la apariencia por encima de mi currículum, cuando ni siquiera tenía que estar de cara al público, que estaba en el departamento administrativo. Para mí, el velo es significativo, no es solo una prenda de ropa. Tengo el pelo tapado, pero no mis capacidades ni mi mente. Todo lo que puedo aportar a una asociación, a una empresa o a una entidad no tiene nada que ver con esto”.

La boda

En 2019 volvió a Pakistán para el enlace matrimonial de su hermana, Iqra, que se casaba con un chico que vivía allí. “Esta vez lo disfruté bastante porque ya conocía los límites y porque era la boda de mi hermana, que es la única que tengo”. Fueron tres días de fiesta, con tres trajes diferentes. Rabia quería uno de color granate, pero le dijeron que era rojizo y no era conveniente para mujeres solteras. “No queremos que destaques”, argumentaron. Rabia obedeció, a medias, ya que uno de los días sí que llevó un complemento de ese color, un pañuelo de terciopelo que colgaba del hombro. Y, una vez en Barcelona, se puso un vestido granate para su cumpleaños.

A Rabia le gustan las bodas de Pakistán, pero siente la presión de que tiene que ser la siguiente. “Todas las chicas de mi edad que conozco de India y de Pakistán están casadas, pero yo digo ‘no me habléis de este tema porque de momento todavía me falta’. Quiero casarme, pero a los 24, 25 o 26”.

Ha acabado el Grado Superior de Administración y Finanzas y, está decidiendo entre estudiar Business Administration and Management o bien Traducción e Interpretación, después de la experiencia que tuvo en el Consorcio de Educación de Barcelona, pero de momento se ha tomado un año sabático antes de la universidad por motivos familiares. Con el Covid, su padre se quedó sin empleo y ahora trabaja en el Reino Unido como cocinero; en concreto, en Manchester y en Liverpool, así que por un tiempo se desplazará hasta allí con su madre y su hermano pequeño.

“Para mí, el velo es significativo, no es solo una prenda de ropa. Tengo el pelo tapado, pero no mis capacidades ni mi mente” | Ana Basanta

“Aquí hay más libertad”

Lo que sí tiene claro es que le gustaría vivir en Barcelona. “Yo quiero estar aquí. En Pakistán creo que ya no podría vivir, e Inglaterra no me gusta. Es que me gusta Barcelona, vivo aquí, son mis calles, ya conozco la historia y no me quiero mover. Hace 11 años que estoy”.

“Aquí hay más libertad, puedo hacer más cosas. Allí hay más estructuras patriarcales. A pesar de que hay cosas positivas y negativas en los dos lugares, sentí que allí no podía hacer muchas cosas con tanta libertad, aquí, en cambio, sí. Es muy diferente. Allí la gente es más reservada, tiene otra mentalidad. Por ejemplo, si allí sale sola una chica de casa es como que seguramente es mala porque queda con alguien. Hay prejuicios que aquí no hay. Y la vida del pueblo tiene pros y contras, es bueno conocer a los vecinos, pero que algunos te estén como espiando no me gusta. Aquí estoy superbién”.

Rabia se siente entre dos culturas y se queda con lo mejor de cada una. “Aquí me dicen que soy de allí y allí me dicen que soy de aquí. Yo soy una persona nómada. He nacido allí. Otra cosa es de dónde te sientes y cómo estás. Yo me siento entre aquí y allá porque yo estoy viviendo una realidad de mi vida y lo estoy disfrutando bastante aquí”.

Esta dualidad la vive día a día. “Puedo comer fideos por la noche y almorzar chapati (pan) por la mañana. Puedo escuchar canciones en catalán o en panyabí o en inglés. Puedo quedar con Paula por la mañana o con Khadija por la tarde. Yo digo que soy de estas dos culturas, y estoy muy bien. Estoy intentando encontrar un equilibrio entre las dos y crear una nueva vida o crear mi espacio personal. ¿Por qué tengo que escoger una de las dos?”

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1 comentari

  1. Hola me ha parecido muy interesante la historia de Rabia. He leido todo y la verda me ha gustado mucho,me gustaría en algun momento us puedo compartir mi experiencia tambíen. He venido con 16 años y me quede aqui soy de Pakistan. Llegue muy joven he pasado por muchas dificultades pero por suerto adapté el entorno y ahora mi siento de aquí y quiero vivir aquí para siempre. España es mi pais y mi hogar, Respectando las 2 culturas que són totalmente diferentes us queria compartir mi vision

    GRACIAS

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