David Orozco era juez de paz en Cali (Colombia), una figura que tiene como objetivo mediar en conflictos ocurridos dentro de la comunidad sin necesidad de recurrir a la justicia ordinaria. En agosto de 2018, recibió una carta amenazante por parte de la organización paramilitar Águilas Negras en la que advertía a él y a una treintena de jueces y juezas de paz de la zona: “Los tenemos en la mira sus movimientos y los de sus familiares allegados”. “Exigimos su renuncia ya o empezamos a sacarlos nosotros mismos pero con los pies por delante”.

Carta amenazante por parte de la organización paramilitar Águilas Negras

Al principio, David no creyó seriamente en esas amenazas, pero los escritos y las llamadas telefónicas se sucedieron. “Te vamos a matar”, le dijeron. Su mujer, Silvia Sánchez, trabajaba como dependienta en una panadería, y las idas y venidas de motos delante del establecimiento (una forma común de asesinato en el país en la que el piloto conduce y el copiloto dispara el arma) le hicieron sospechar que sus vidas corrían serio peligro.

“A uno le dan donde más le duele, a los hijos, a la mujer, a la mamá, al papá… Los Águilas Negras desaparecen a los líderes y ahora desaparecen a todo el mundo”. David cree que hay dos motivos por los que este grupo criminal fue a por ellos. El primero es que “en Colombia no interesa que se ayude a la gente, y yo ayudaba a la gente en la cuestión social, en las tutelas, en las peticiones… No me veo capaz de aceptar que vulneren los derechos, porque eso es lo que yo hacía, me reunía con la gente para decirle cuáles eran sus derechos”.

El segundo fue el apoyo a la candidatura de Gustavo Petro a la presidencia de Colombia. “El día de las elecciones, nosotros estábamos animando, ‘venga, venga’, porque Petro perdió por poco y, mientras, la policía nos tomaba fotos. En vez de ir con gases lacrimógenos iban con cámaras. Todos los que estábamos allí recibimos amenazas”.

“En Colombia no interesa que se ayude a la gente, y yo ayudaba a la gente en la cuestión social, en las tutelas, en las peticiones …” | Pol Rius

David fue a la Alcaldía de Cali a pedir ayuda en materia de seguridad, pero le dijeron que no había efectivos para estos casos. Le aconsejaron abandonar el cargo de juez de paz, una actividad por la que no recibía salario. Él era comerciante, que era el empleo que sí le proporcionaba ingresos. Finalmente, no pudo ejercer ninguna de las dos actividades y tuvo que esconderse durante un tiempo en una casa en la que no había ni luz ni agua.

Cuando David tomó la determinación de salir del país, Silvia optó por seguir a su marido. Dejaron atrás a sus dos hijos, que estaban al cuidado de la madre de ella. “Era una locura, yo no tenía plata, pero yo vi que esto estaba imparable. Todo el mundo me decía ‘David, estás loco, es imposible’”.

“Fue muy duro llegar acá”

En agosto de 2019, un año después de recibir las primeras amenazas, Silvia y David volaron rumbo a Barcelona. “Fue muy duro llegar acá”, recuerda ella. “Lloraba mucho”. Tenían 100 dólares que le había dado su hermano en Bogotá, pero no sabían que no podían pagar con dólares, ni sabían dónde podían cambiarlos a euros. El aeropuerto les parecía muy grande, no encontraban un cajero por si aún les quedaba dinero en la tarjeta de crédito, no conocían la ciudad y no tenían a nadie que les acogiera.

Durante los dos primeros días pudieron alojarse en un hotel y empezar a tramitar la solicitud de asilo, pero a las 10 de la mañana del tercer día se vieron en la calle sin saber a dónde ir. A Silvia aún se le humedecen los ojos: “Estábamos en el Arco de Triunfo, esperando con la maleta, con el bolso. ¿Para dónde cogíamos? Sin conocer, sin saber para dónde ir, para allá, para acá. Teníamos una gaseosa y pan, eso era lo único que comíamos”.

“Fue muy duro llegar acá”, recuerda ella | Pol Rius

A través de un wifi público, desde el móvil localizaron dónde estaba ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) y se dirigieron hasta las oficinas, donde les explicaron que desde allí se encargaban de llevar a cabo algunos proyectos, pero no de ayuda directa a las personas. Les aconsejaron ir a CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado), donde les asesoraron sobre qué pasos seguir, y les dieron 40 euros y la dirección de un albergue en el Poblenou donde pasar la noche.

Llegaron al centro del Poblenou como solicitantes de asilo, pero no pudieron acogerles. Llevaban todo el día caminando de un lugar a otro en una ciudad que les era desconocida y se les habían hecho las 11 de la noche. Llamaron a su persona de referencia de CEAR para explicarles lo ocurrido y les puso en contacto con un responsable de la Tancada, un edificio cercano al mercado de la Boquería que funciona como un refugio para inmigrantes indocumentados y en el que pasaron la noche. Después estuvieron tres semanas en una casa de l’Hospitalet y regresaron de nuevo a la Tancada, donde vivieron unos ocho meses.

‘En agosto de 2019, un año después de recibir las primeras amenazas, Silvia y David volaron rumbo a Barcelona’ | Pol Rius

Los inicios de su lucha social en Barcelona

Silvia y David no dejaban de informarse y de acudir donde pudieran proporcionarles ayuda y orientación, desde alimentos en iglesias de barrio hasta charlas en Cáritas. Así fueron conociendo la importancia de tener la tarjeta sanitaria y de estar empadronados, incluso si no tenían un domicilio fijo (se empadronaron en la Tancada).

Silvia solía trabajar algunos días como limpiadora o como cuidadora, como otras compañeras de diferentes países. Algunas de ellas empezaron a poner en común lo mal pagadas que estaban por no tener papeles, las explotaciones y las humillaciones a las que se veían sometidas y las peticiones de servicios sexuales.

Las mujeres se anunciaban por Internet o pegando carteles por la ciudad ofreciéndose como cuidadoras, y a menudo recibían muy poco dinero y se veían intimidadas por los pagadores. “Fueron tantas cosas las que nos contaban en las reuniones. Yo, por fortuna, no tuve esos problemas. No tenía trabajo todos los días, pero gracias a Dios tampoco sufrí tanto como otras chicas”.

Ahí empezó a gestarse lo que se convertiría en el Sindicato de Mujeres Cuidadoras Sin Papeles, junto con otras personas de países como Argentina, Perú, Colombia y Marruecos. En paralelo, conocieron a más entidades del barrio que colaboraban con personas en situación de vulnerabilidad y cada vez se sentían más parte del Raval.

“Fueron tantas cosas las que nos contaban en las reuniones. Yo, por fortuna, no tuve esos problemas. No tenía trabajo todos los días, pero gracias a Dios tampoco sufrí tanto como otras chicas” | Pol Rius

Silvia está muy convencida del paso que tuvieron que dar, por dignidad y por solidaridad. “Como sindicato, estábamos para dar la cara por las que no podían darla. Justo cuando empezamos, había chicas que estaban cinco meses, seis meses o un año sin empadronar y que no sabían de qué servía el empadronamiento. Otras preguntaban cuánto les iba a cobrar para tener una cita, que no se les cobraba nada. Eran muchas cositas, mucha desinformación. La idea era salir adelante nosotras mismas, y tratar de evitar tanta explotación”.

Silvia y David ayudaban también a otras personas que, como ellos unos meses antes, habían llegado a Barcelona sin conocer la ciudad para que supieran cuáles eran sus derechos e iniciaran los trámites para regularizar su situación. Se reunían periódicamente en la Caracola, un local que acogía a diversos movimientos sociales.

Durante la pandemia del Covid-19, y ante la escasez de alimentos de algunas familias, el matrimonio se organizó para repartir comida entre vecinas del barrio, ya que muchas personas se habían quedado sin empleo y necesitaban seguir pagando el alquiler. “Un día llegó una chica, estábamos en cuarentena, le dije: ‘venga, que yo tengo’. Le di arroz, que era lo que teníamos. Cuando vino David, le dije: ‘Ya no hay arroz, porque lo di’, y al rato le llamó un señor, porque tenía unos alimentos para darnos”.

“El Raval lo es todo”

La pareja está muy agradecida a las organizaciones y personas que han colaborado con ellos en estos dos años. Silvia está encantada de vivir en el Raval. “Por la gente”, asegura sin titubear. “Hemos conseguido buenas amistades, siempre estuvieron pendientes de nosotros”. David tampoco tiene dudas: “A mí me fascina. Llegamos donde teníamos que llegar, donde está la salsa, lo bueno, las organizaciones. Para mí, el Raval lo es todo. Yo me siento como pez en el agua porque aquí está todo lo que yo hacía en Colombia. Me nace del corazón ayudar”. Ambos forman parte de diferentes plataformas antirracistas y de diversos proyectos del barrio, como el Ágora, un espacio autogestionado en el que se celebran diversas actividades.

“A mí me fascina. Llegamos donde teníamos que llegar, donde está la salsa, lo bueno, las organizaciones. Para mí, el Raval lo es todo.” | Pol Rius

El Sindicato, que está a punto de ser reconocido oficialmente como tal y que está formado por mujeres y hombres, tuvo éxito entre las personas migradas, que estaban cansadas de sufrir todo tipo de abusos y que se atrevían a denunciar su precariedad. Ahora, llegan peticiones de personal de limpieza o de cuidados y Silvia se encarga de buscar a la persona que pueda acudir. Funciona mucho a través del boca a boca, no solo para estas cuestiones, sino también para alguna reparación en el hogar, pintar paredes o realizar algún traslado.

Silvia y David llevan un año en el Ateneu del Raval, un centro comunitario en el que está la sede del Sindicato de Cuidadoras Sin Papeles. Se han asesorado en Barcelona Activa y están realizando diferentes formaciones. No se plantean volver a Colombia, pero sí quieren que sus hijos, de 25 y 13 años, vengan a Barcelona. Esperan que así sea antes del verano, cuando prevén tener una nueva casa.

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