¡Pobre Filomena! Tenía sesenta y seis años. Vivía cerca. Quizá volvía a su casa, sita en el 23 de la riera de Bogatell, hoy en día Rogent. Un tren la arroyó en un lugar indeterminado de la Meridiana, entre esta calle y Almenara Alta, donde ahora mismo estoy indeciso, con el lateral de la iglesia flanqueándome y unos edificios de distintas épocas, sobre todo de c. 1900 y algunos de 1936, me han llamado siempre la atención, por lo variopinto de sus fachadas y porque, en el cruce de la Meridiana, se ve como el inmueble de la esquina se construyó a un nivel más bajo, algo lógico, fruto de la gran reforma establecida durante el primer Franquismo y cuajada a lo largo de los años sesenta.
En este punto del mapa ocurrió el choque, fatal para Filomena ese 25 de octubre de 1912. Cinco años antes, Antonio Pujol halló diez bombas Orsini en la vía férrea, junto al Rec Comtal, próximo a Almenara Alta. No era el primer rescate efectuado en esas latitudes, con los torrentes y el Rec óptimos como almacén de explosivos.

El 18 de diciembre de 1925, junto a esta vía cuyo nombre se debe a los propietarios originales del terreno, los duques de Almenara Alta, la locomotora 4439 atropelló a la niña Marina López, residente en el 131 de la Meridiana. La colisión se produjo a poquísimos pasos de su hogar.

La línia blau marí indica Almenara Alta, la vermella els edificis de Meridiana 119-129, la blava fosca el carrer Rogent, mentre la violeta el de la Sèquia Comtal. La fletxa marró indica l’església de Sant Martí del Clot, mentre la negra el Rec Comtal

Almenara Alta, como Puiggener, es muy tranquila. La gente de los aledaños la usa como atajo para alcanzar la gran avenida, mientras los mecánicos departen y constituyen un poderoso foco de energía. El diseño del conjunto es extraño, con dos aceras ridículas, una de ellas con una rampa de acceso con una barandilla.

Como en muchos otros rincones, la sensación es aquella de aquí nunca pasa nada. En 1933 un basurero agredió con un instrumento de trabajo, ¿sería una escoba?, a Esteban Torres, quien había recogido unos papeles de un cubo. Ese mismo año, ocho individuos irrumpieron de repente en el almacén de pinturas de Domingo Payá, amenazaron al dependiente y destrozaron todo el material. Iban armados con pistolas.

La illa del carrer Muntanya, entre Meridiana i València | Jordi Corominas

Historias anónimas, a imagen y semejanza de su ubicación. La omnipresencia del templo y la Meridiana contribuye a eclipsarla más. Pocos se fijan en ella, la vista yéndose a las obras del Centre parroquial martinenc o a la isla excepcional del carrer de Muntanya entre València y Meridiana.

Una vez, y esto sí es un misterio absoluto, soñé coincidir con un amigo fallecido durante la pandemia en su cruce con la vía rápida, con la fealdad del alambre, el ábside al fondo. Fue muy surrealista. Lo transcribí en otro escrito y en esa ocasión podía justificarse al ser real y tener tan vívida la memoria de ese cruce, como si la nebulosa nocturna se hubiera fundido con un fragmento cotidiano, nunca acaecido.

Les cases del 119, amb Rogent, al 129 de la Meridiana | Jordi Corominas

La disposición espacial y la estructura urbanística, determinada aquí por Sant Martí del Clot y el Rec Comtal, genera uno de esos caos perfectos de la zona, pues, si abandonamos Almenara Alta y circulamos por la Meridiana, el siguiente carrerpara descender hacia el Clot será el de la Sèquia Comtal, dividida por múltiples extraños a diseccionar sin prisa.

No quiero imaginarme cómo sería el entorno durante la dictadura, con el puente del carrer Meridional con Aragó a la vista y el de Muntanya, pegado a nuestra isla hacia y con la plaça del Doctor Serrat. Ambos eran horrores, eso sí, desatados en separar más el Clot y el Camp de l’Arpa, además de menospreciar hasta el paroxismo la arquitectura del perímetro, sólo realzada cuando los retiraron y con la nueva reforma de la Meridiana.

En este tramo, tras dejar atrás el comprendido entre Glorias y Rogent, asistimos cada semana al pellizco de comprobar cómo aquello de una Meridiana verde no era una utopía. Como es comprensible, no todo es prodigioso, es más, quizá debería atenderse más al peatón, pero la regeneración, pese al inevitable tráfico, podría ser un acierto de calado, y si supieran un poco más de Historia hasta podrían rebautizar algún trecho como rambleta del Clot, la de verdad, porque esta sería la sucesora de la existente durante el primer tercio del siglo XX.

Vista de la Meridiana cap a 1930. Al fons es veuen les cases del 119 al 129. A la dreta la rambleta del Clot, al fons l’antiga església de Sant Martí de Provençals

Al menos, la pacificación relativa propicia prestar más atención a detalles nada ocultos, como la serie desigual en cuanto a altura desde Rogent, puerta de acceso a Camp de l’Arpa, al carrer de València, en el lado montaña de la Meridiana. Me interesan sólo las fincas del 119 al 129. La primera data de 1920, y las siguientes de finales de esa década. Su combinación es un resquicio del pasado y las circunstancias de la Meridiana, etiquetada como lo contrario por la acumulación de bloques de pisos, de ilustre firma como la de Oriol Bohigas, como pantallas de la Sagrera y Sant Andreu.

El 119 es el más distinguido en su simplicidad, blanco y fronterizo, mientras el 121 es diminuto, de planta, con el 123 ornado con una tribuna como motivo enigmático antes de investigar; el 125 ausente, con la sospecha de un torrente haciendo de las suyas, y el dúo 127-129 hegemónicos por su verticalidad, vistosos por su coronación y broche de cierta belleza, en contraste con sus compañeros hacia el carrer de València, asimismo útiles para observar las fases del entramado en el lado montaña de una manzana triangular por la influencia del carrer de Bofarull, antes de su muerte en este sector por la expansión de València, la riera del Bogatell, los raíles ferroviarios y la junción chiripitiflaútica de Meridiana con el carrer de Aragó.

El 127 i el 129 de la Meridiana vistos des de les pajaritas de l’actual rambleta del Clot | Jordi Corominas

El 123 es una torre impropia, quien sabe si un capricho de Jaime Muns, encargado al arquitecto Salvador Sellés, consciente de estar a veinte metros del tren y por ello ahorrarse un dineral. Quién sabe si este 123 de 1928 fue la consecuencia de otro episodio de crónica negra en el mismo número. El jueves 4 de diciembre de 1924, dos malhechores maniataron en su domicilio a Victoria Fabrés Roma, embolsándose dos mil pesetas en joyas. El marido, José Cantó, se llevó un susto casi de muerte. Quizá por eso se fueron a otro barrio, lejos de la pesadilla.

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1 comentari

  1. juan cantó morata on

    hola jordi soy nieto de la señora victoria fabrés “ramón” no “roma”que mencionas en el articulo” Los anónimos de la Meridiana”del robo de la casa de av.meridiana 123,estoy buscando informacion de esa casa,agracederia mas datos de esa vivienda si la tienes, lo poco que se fue construida por mi abuelo contratista de obras EUDALDO CANTÓ CAPAFONS marido de mi abuela victoria,esperando mas informacion te saludo atentamente JUAN CANTÓ MORATA gracias.