Carla Simón debió de caer de pequeña en la marmita del druida amigo de Astérix y Obélix, Panorámix. Sólo así, bañada en ese ficticio brebaje mágico, se entiende la fuerza de sus metrajes. Naturalidad, autenticidad, transparencia, sensibilidad… para describir la fortaleza de sus propuestas.

Decía Oscar Wilde que “ser natural es la más difícil de las poses”, y la obra de Carla desborda una naturalidad auténtica, nada impuesta, que engancha. Esta virtud parece ser la clave de un éxito que el miércoles le valió conseguir uno de los trofeos más preciados de la cinematografía europea, el Oso de Oro del Festival Internacional de Berlín. Un reconocimiento precoz, logrado con su segunda película, Alcarràs. Una cinta en catalán que gira en torno a una familia leridana de agricultores de melocotones -la suya-.

El romance con la capital alemana arranca hace cinco años, cuando la Berlinale ya se rindió a la creatividad de la cineasta catalana, otorgándole el premio a la mejor ópera prima con Estiu 1993. Con estas dos obras, y antes con un puñado más de cortometrajes, Carla, discretamente, se ha hecho un hueco en el panorama cinematográfico internacional. De 36 años, se graduó en Comunicación Audiovisual por la Universidad Autónoma de Barcelona en 2009. Se especializó en guión y dirección en la Universidad de California y en la London Film School, y hasta ahora.

Tras recibir el reconocimiento de un jurado presidido por M. Night Shyamalan -director de El sexto sentido-, en ese instante de gloria en el que el mundo escucha y mira, a Carla se le acumulaban las reivindicaciones. En Alcarràs se habla catalán, la lengua de los protagonistas -que ninguno de ellos es actor profesional-. “Con Estiu1993 sentí que había gente que descubría la existencia del catalán gracias a la película y espero que esto vuelva a pasar ahora, que gracias a Alcarràs mucha gente descubra la lengua”, dice.

Más reivindicaciones, Alcarràs está dirigida por una mujer, Carla, que después de recibir el premio, decía: “Las mujeres somos la mitad del mundo y debemos poder contar la mitad de las historias”. Más, Alcarràs es una película de autor, a menudo la cenicienta del cine. Carla espera que el premio sirva al menos de empuje para el sector, y se mejoren los presupuestos del cine de autor y que éste “pueda llegar más lejos”.

Alcarràs también se ha convertido en una reivindicación mayúscula en el campesinado. Como decía el filósofo, “la primera y más respetable de las artes es la agricultura”. De vez en cuando, es necesario recordarlo, entender la dureza del trabajo que se hace en el campo, darse cuenta de lo que cuesta llevar la fruta al plato. La película lo cuenta, y homenajea ese trabajo. Decía Carla, “la agricultura siempre sobrevivirá, lo que está en peligro de extinción es el modelo de agricultura familiar”. La película va de ello, de un drama rural sobre la desaparición de las actividades agrícolas, que gira en torno a la intención de instalar placas solares en una parcela agrícola dedicada hasta ahora al cultivo del melocotón.

Un drama con la familia Solé como protagonista, pero que sirve para tantas familias que, a lo largo del mundo, viven y sufren esta lucha. La directora dedicaba el filme a todas las “pequeñas familias de agricultores que trabajan la tierra todos los días para que las frutas puedan llegar a nuestros platos”.

Alcarràs viene de Estiu 1993, una propuesta también muy aplaudida por todas partes. En este caso, se narra la infancia de la propia directora, Carla, que, después de la muerte a causa del Sida de los padres y con sólo seis años, abandona Barcelona y se instala a vivir en el campo con el tío y su familia. Habla de cómo se afronta el primer verano con la nueva familia y el entorno rural, de cómo se adaptan todos a las nuevas circunstancias.

Alfredo, en Cine Paraiso, decía que “la vida no es como en las películas, es mucho más difícil”. La habilidad de Carla Simón ha sido y es saber retratar las dificultades de la vida real y hacerlas películas, sin perder en el camino ni un pedazo de autenticidad, con carretillas de sensibilidad, y con la frescura de los melocotones.

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