Anton Parambul y Dymitro Cooper Kupriyenko llegan a la cita uniformados y pertrechados con sus armas mientras el sonido de los bombardeos y los disparos retumban en los edificios que nos rodean. Pareciera que la batalla estuviera teniendo lugar a unos pocos cientos de metros cuando, en realidad, son al menos 13 kilómetros los que nos separan de la línea del frente de Kiev en la que ambos combaten. Son destacados miembros de la unidad anarquista Black Flag, aunque rechacen aclarar su rango. Acuden al lugar de encuentro acompañados por su comandante, una mujer cuya identidad insisten en preservar.

Tras un mes de guerra, ambos portan un uniforme embarrado y unas botas desgastadas. Y parecen tener una relación de maestro y alumno. Como todo en Ucrania, su historia incluye varios retruécanos que evidencian la complejidad de una sociedad heredera del régimen soviético y que, por tanto, maneja códigos muy distintos a los de las sociedades occidentales. Kupriyenko militaba en grupos nacionalistas hasta 2012, cuando se dio cuenta de que las ideas del bien común en las que creía –explica en una soleada y primaveral mañana en Kiev–, realmente eran defendidas por el anarcocomunismo y no por las ideas retrógradas en las que había creído hasta entonces. Fue en el movimiento Resistencia Autónoma en el que conoció a Dimitro, que llegó allí con 16 años, buscando un sitio donde poder poner en práctica la ideología que había aprendido en los libros. Ahora, ambos luchan codo a codo contra los militares rusos en su propia unidad, en el que muchos de sus miembros ya tenían experiencia bélica en la guerra del Donbás.

Cuando el 24 de febrero comenzó la invasión rusa, los grupos anarquistas ucranianos llevaban meses debatiendo cómo actuarían ante el eventual escenario. Muchos de sus militantes habían participado en la revolución de Maidán de 2014 y algunos combatieron en la guerra del Donbass contra las tropas separatistas rusas. Y, al mismo tiempo, desde hacía años, se enfrentaban a una creciente criminalización y persecución tanto por parte del Estado como de los cada vez más fuertes grupos neonazis del país. Ucrania prohibió el Partido Comunista y otras dos formaciones de la misma ideología en 2015. Volodymyr Zelensky, presidente desde 2019, no ha revertido esa ilegalización. De hecho, el pasado 20 de marzo impuso la ley marcial y suspendió la actividad de varios partidos políticos.

Finalmente, al menos tres grupos decidieron unirse a la defensa de su población mediante las armas: Black Headquarter, Rev Dia y Black Flag, con cuyos representantes se ha reunido en Kiev La Marea. “Europa tiene que entender que Rusia es un Estado imperialista que quiere ocupar todos los países que pueda. El régimen de Putin tiene tantos elementos fascistas en su gobierno: mata civiles, niños y no pararán”, explica Kupriyenko, a quien le traduce al inglés Parambul, quien estaba terminando su formación como maestro en artes marciales cuando comenzó la guerra. “Si Rusia gana aquí, continuará con los países del entorno hasta seguir por los de la Unión Europea. Es como cuando Europa pensó que si dejaba la República Checa a los nazis se contentarían con ella, y luego llegó Polonia, y luego… Es una lección que la Unión Europea no debería olvidar”, añade, mientras un perro callejero se les acerca para recibir caricias.

Resulta surrealista que nadie descarte ya que las fachadas señoriales que nos rodean puedan convertirse en toneladas de escombros en cualquier momento. En las jardineras, en cuyos poyetes permanecen sentados los dos soldados, despuntan los brotes de unos bulbos que desde hace un mes nadie atiende ni admira.

En un primer momento, las unidades anarquistas operaban bajo las denominadas Unidades de Defensa Territorial, conformadas por civiles. Sin embargo, como el resto de unidades que actuaban por libre desde la guerra del Donbás de 2014, con el inicio de la invasión rusa fueron incorporadas al mando único del Ejército. Pero en el caso de las anarquistas, no consideran que estén defendiendo al Estado ucraniano, lo que entraría en colisión con su razón de ser, sino a la población civil.

Fotograma de vídeo grabado por miembros de la unidad Black Flag.

Vivimos en un país con millones de pobres, azotado por las políticas neoliberales, las reformas privatizadoras de la sanidad. Somos anarcocomunistas porque creemos en la justicia social, pero ahora la prioridad es salvar a la población civil”. Por eso mismo, Kupriyenko subraya que no son partidarios de la OTAN y que no creen que vaya a declarar un espacio de exclusión aérea, como le ha pedido en numerosas ocasiones el gobierno de Zelensky en todos los parlamentos en los que ha intervenido mediante conferencia. Pero que aun así, añade, “debe hacerse todo aquello que contribuya a parar la muerte de civiles, y si la OTAN ayuda, estará bien”.

La guerra ucraniana está poniendo a prueba todos los conceptos de teoría política desde el siglo XIX. En este país, la mayoría de su población vincula la izquierda con el régimen de Putin, y la derecha con la democracia, la posibilidad de entrar en la Unión Europea, en la OTAN y en lo que consideran desarrollo, prosperidad y modernidad.

En la práctica, Putin es un gran aliado de las ultraderechas y movimientos neonazis de Europa y de Estados Unidos, y buena parte de las izquierdas apoyan al Gobierno de Ucrania, atacado e invadido por las tropas rusas. Por otra parte, el presidente Zelensky fue uno de los mandatarios que aparecieron en los Papeles de Pandora por tener participaciones en una empresa offshore en un paraíso fiscal, y en 2021 acometió unas reformas que concentraron su poder y que fueron identificadas, incluso por la prensa más conservadora, como autoritarias. Y el Batallón Azov, fundado en 2014 por destacados representantes de la ultraderecha y el neonazismo ucraniano, acoge ahora a voluntarios de todas las ideologías políticas, incluidos comunistas, anarcocomunistas, socialistas…

“Sí, hay gente de izquierdas en Azov, pero no podemos decir que Azov sea de nazis o de extrema derecha”, sostiene Kupriyenko, que a su vez subraya que su unidad no mantiene relación con ningún grupo de esas ideologías. “Es verdad que cada vez hay más gente de ultraderecha en el Ejército y en nuestra sociedad, pero no son tantos ni es un problema tan grave como se cree”, añade.

Los anarquistas, anarcocomunistas y comunistas llevan años sufriendo ataques y agresiones por parte de los grupos neonazis en Ucrania, que suelen publicar información personal de sus militantes en redes para que puedan ser identificados y atacados por cualquiera de sus simpatizantes ultraderechistas. Exactamente igual que hacen con las feministas y las personas del colectivo LGTBIQ+.

Sin embargo, sigue habiendo una diferencia importante con las torturas y los encarcelamientos que estos colectivos y grupos ideológicos sufren en Rusia. Por ello, en los últimos meses varios anarquistas rusos se habían refugiado en Ucrania. Y son más los que quieren unirse a sus filas, según explican los portavoces de Black Flag: “Muchos camaradas anarquistas rusos nos escriben para mostrarnos su deseo de venir y de defender a Ucrania con nosotros”. Y añaden que reciben apoyo de sus camaradas en distintos países europeos a través de donaciones.

En este sentido, Dimitri y Antón explican que la mayoría de las activistas de Black Flag son mujeres y que más allá de quienes luchan en el frente, son muchos más los anarcocomunistas que se dedican a labores de apoyo social como repartir comida a las personas desplazadas por la guerra y a los hombres sin hogar, que ya se encontraban en esa situación antes de la invasión y que seguimos encontrando –nieve o truenen bombas a lo lejos–, en los parques de ciudades como Kiev, Leópolis, Dnipro o Zaporiyia.

«Gracias a los camaradas socialistas y anarquistas de Rusia, que luchan contra el régimen de Putin, que están yendo a las protestas contra la guerra, por lo que les están deteniendo y encarcelando. Y gracias por vuestro apoyo y por luchar por la libertad en algunos batallones ucranianos», concluyen, antes de aclarar que no es en el suyo, pero sí en otros afines. “La verdad ganará, así que ganará Ucrania”, dicen, antes de marcharse, rumbo al frente.

 

Esta es una entrevista original de La Marea

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