Una de las novedades de esta guerra es que está retransmitida con mucho detalle y en tiempo real. Cada día escuchamos testimonios y vemos imágenes en directo de personas que sufren los ataques, muestran su miedo y su pena, y lloran o imploran ayuda, desde abuelos hasta bebés y embarazadas. Es un impacto de la imagen muy directo, sin demasiadas explicaciones del contexto de esas vidas -que no conocemos- y eso nos empuja a responder con todo tipo de iniciativas solidarias para, de paso, calmar la angustia. Que se trate de europeos –con los que el reconocimiento es más fácil- facilita esas reacciones impulsivas e inmediatas de ayuda, a veces muy individualistas.

La empatía digital -aquella que se genera a partir de imágenes y que no se acompaña de otros lazos más sólidos y reales- tiene todas las características de lo virtual: fulgurante y rápido, pero efímero e inconsistente. Por otra parte, esa multiplicación y repetición de las mismas imágenes produce, sin duda, una saturación y una indiferencia que termina banalizando aquello que se retransmite. Ucrania focaliza ahora muchos temores porque ahí también se cristalizan otros problemas relativos a nuestras vidas futuras: paro, seguridad, economía, cambio climático. La pantalla proyecta y vela, al mismo tiempo, un malestar amplio que surge siempre después de que la crisis sanitaria (pandemia) se alivia y llega la recesión económica, fenómeno recurrente en todas las grandes epidemias. Las numerosas protestas en nuestro país forman parte de ese cabreo post-Covid.

Para los más jóvenes, las pantallas son la ventana abierta donde captan la vida. Una madre le pide a su hijo de 6 años que cuide de su hermana de 3 en una fiesta de cumpleaños para que no sufra daños. El niño, con cara preocupada, le pregunta “¿mamá, vamos a Ucrania?”. Este pequeño ejemplo nos da la pista de cómo un asunto omnipresente en los medios, y que pone en juego la muerte y la destrucción, nunca pasa desapercibido para ellos.

A los adolescentes les afecta especialmente a partir de las comunidades virtuales (Tik Tok, Instagram) a las que pertenecen y donde estos asuntos también aparecen. Ellos y ellas -ucranianos y españoles- usan las redes sociales para hablar de la guerra y combatir así sus propios miedos y temores. A sabiendas de ello, la Casa Blanca reunió a 30 estrellas de TikTok para darles claves sobre lo que está ocurriendo en Ucrania con el fin de frenar la propaganda del Kremlin y aconsejar a los jóvenes sobre un buen consumo de la información. Se confirma así que las RRSS son ya un arma bélica más, la prolongación de la guerra por medios virtuales.

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