En tiempos de redes sociales, donde cualquier usuario denigra a quien se gana el sueldo mediante la escritura, conviene precisar que estas páginas son una mera aproximación a un fenómeno digno de ensayo.

Quizá las líneas venideras sean un embrión para un texto más largo sobre la literatura en esa zona de Barcelona, recuperada desde 1992 como Raval, cuando durante casi siete decenios se conoció como Barrio Chino por obra y gracia del periodista Paco Madrid.

Hoy en día nadie lo llama así por una operación de desmemoria propugnada por el Ayuntamiento y simbolizada, como he contado en varias ocasiones, por la rambla del Raval, existente para la mayoría desde siempre, cuando se inauguró en 2000 para enterrar el pasado en sintonía con toda Barcelona, urbe identificada en el buscador de Google con su equipo de fútbol, al menos desde 1993.

La rambla del Raval | Jordi Corominas

Antes, si así lo desea el usuario, cabe la posibilidad de dar con fotos antiguas de la ciudad, pero para localizarlas conviene tener paciencia, sobre todo si son de nuestro protagonista, borrado hasta cierto punto del archivo visual para así ocultar toda esa época de vicio y depravación, ahora sedada pese a las habituales quejas sobre las actividades desarrolladas en su laberinto, de los narcopisos a la delincuencia no tan menor, penosa para las hordas de turistas engañados.

Las cosas, no está de más decirlo, se han transformado. En 2000 pasear por Robador era adentrarte en una selva imposible de cuerpos esclavizados por la prostitución. Ahora el problema sigue en pie, nunca mejor dicho, pero en menor número para aliviar a nivel mediático las sempiternas protestas, asimismo licuadas por esa reforma capitalizada por la filmoteca, la posmoderna plaça Vázquez Montalbán, quien la demonizaría, y ese hotel circular, el mismo donde una vez entrevisté a Muñoz Molina, escandalizado por el rosa burdel de su habitación.

De putas aquí se habla mucho. En mi recuerdo está esa investigación de hace muchos años para dialogar con Carmen de Mairena, con quien terminé citándome en el café de la Ópera tras subir en dos ocasiones a su desvencijado inmueble y contemplar admirado su horror vacui de cuadritos con imágenes suyas, la Faraona y Carmen Sevilla. Las tres diosas se rodeaban de hedor y papel de wáter, excelsa compañía para su propietaria, quien una tarde, con un señor abrochándose la bragueta en primer plano, me recibió con un fantástico pijama verde con ositos.

Raval. en verde, la Rambla, en lila la calle de Robador, el rojo corresponde al pasaje de Bernardí Martorell. La flecha naranja muestra la calle Hospital, la negra Sant Pau

Vayamos a caminar con lecturas para cumplir lo prometido. El Raval tuvo la mala suerte histórica de quedar apartado del progreso demográfico por culpa de las pestes de los últimos compases de la Edad Media. Las epidemias impidieron llenarlo de población para cuadrar todo el espectro barcelonés, bien limitado por la muralla de Pere el Cerimoniós, pero vacío en ese arrabal, de ahí su nombre, significativo porque aún en la contemporaneidad se identifica como una periferia única al englobarse dentro del centro urbano, causa de infinitos quebraderos de cabeza para los gobernantes, algunos de ellos, como Lluís Companys, ansiosos por derribarlo a cañonazos.

Ya dije que no pretendo ser exhaustivo. Una de las primeras referencias modernas a este entorno es la novela La papallona, de Narcís Oller. El Zola catalán, esa fue su noble intención, lo describe antes de la Gloriosa de septiembre de 1868, en el preludio del sexenio democrático, cuando la capital catalana quiso anticiparse a un futuro a decir verdad poco consumado.

La prosa de Oller en esta ficción nos transporta hacia un sitio emblemático, el passatge de Bernardí Martorell, resistencia de cuando sus cercanías, donde radica la rambla del Raval, eran una cuadrícula de calles entrelazadas sin respiro, con epicentros hacia la muralla o la Rambla, sólo señorial y céntrica desde mediados del siglo XVIII.

El pasaje de Bernardí Martorell | Jordi Corominas

Al lado de Bernardí Martorell podríamos referirnos a Casa Leopoldo, adoptaremos a Carvalho en la próxima entrega, o al asesinato de Salvador Seguí en el cruce de San Rafael con Cadena, pero adentrándonos en la travesía olemos un marchamo de mala vida mezclado con la belleza histórica de sus formas, nada parisinas, pues pasajes como este enseñan la idiosincrasia propia de Barcelona, en este sector jalonada por su urbanización decimonónica, donde, por ejemplo, es posible apreciar en el carrer de l’Hospital cómo era la estética antes del Modernismo, de tendencia ecléctica y desfasada al llegar tarde a las modas.

Esquina de la rambla del Raval donde Cadena, lugar del asesinato de Salvador Seguí | Jordi Corominas

El Raval a finales del Ochocientos encajaba como anillo al dedo con su tesitura geográfica, no en vano la influencia del puerto era su brisa natural. En la parte baja, las casas de dormir se conjugaban con el vaivén de meretrices, no todas con su cartilla higiénica, y perdularios, célebres en planisferios del vicio, según el poeta Rafael Nogueras Oller en el tou de la femta,/ i els carrers de Lancaster, Guàrdia, Montserrat,/ Sant Ramon, Sant Rafel, Nou, Est i Trenta,/ amb tot el vi, les dones, l’aiguardent i l’absenta, / són els vuits corriols que l’han format.

Estos versos de Les Tenebroses, recuperados en 2010 por Labreu Edicions, condensan la topografía del mal al amanecer el siglo XX, cuando Nou de la Rambla se convirtió en la arteria clave al enlazar la inevitable Rambla con el neonato reclamo del Paralelo. El número 12 de esta conexión acogía el Edén Concert, nido de premeditaciones, alevosías y nocturnidades predilecto de muchos ricos, asiduos a la perversión de frecuentar lugares a priori extraños a su clase social.

Esta actitud de burgueses y aristócratas nos brinda un mar de anécdotas. En sus memorias, Oriol Bohigas explica cómo de adolescente fue a Nou de la Rambla a por unos disfraces y entró por error en un prostíbulo sito donde antes estuvo el Edén Concert. En esos años cuarenta la calle tenía muchos talleres de modistas. Una de ellas fue novia de Jesús Navarro Manau, el único asesino de Carmen Broto libre de suicidarse, no como su padre y Jaime Viñas, muertos tras ingerir cianuro.

El Edén Concert daría, como más tarde acaeció con la Criolla, para un libro de Paco Villar, magnífico cronista del Raval desde infinitas facetas. En sus instalaciones a buen seguro circuló Enriqueta Martí, quien con sus paseos me concedió el placer de desenmascarar una sarta de mentiras, pues la pobre podía no estar muy bien de la cabeza, pero nada tenía de psycho killer y sí mucho de desgraciada, enferma de cáncer de útero, deprimida por el fallecimiento prematuro de un hijo malnutrida y clasificada por el municipio como pedigüeña profesional.

Como ya he escrito mucho sobre ella, desde Barcelona 1912: el caso Enriqueta Martí hasta La ciudad Violenta, me conformaré con navegar por tres enclaves útiles para trazar una ruta. El primero, huelga decirlo, es el 29 de Joaquín Costa, antes Poniente, última de sus residencias y escenario llave para disparatar su caso. Si descendemos esta maravillosa calle con tantos inmuebles de 1860, edificados tras el derribo de las murallas para así acoger a las inmensas masas obreras y metamorfosear el proyecto de convertir el barrio en un amasijo de fábricas, alcanzaremos Carme. En su lado mar nos esperan Malnom y Picalquers, una doble ele como reminiscencia de otro urbanismo.

En el número 3 de Picalquers Enriqueta pasó los peores años de su vida si exceptuamos los meses transcurridos en la cárcel de mujeres de Reina Amalia, convento reconvertido y arrasado por los anarquistas el mismísimo 19 de julio de 1936, cuando abortaron el golpe de Estado fascista.

Enriqueta penó entre sus muros, doliente por el avance de su morbo, mientras los periódicos lo confundían con intentos de suicidios con mucha sangre para vender más tinta. No muy lejos, dos décadas después, los bombardeos franquistas despejarían otro ambiente nauseabundo para la moral imperante, el correspondiente al eje de Cid, Cirés, Migdia y otros reductos nada del montón, peligrosos y molestos al impedir la consecución de ese sueño de la piqueta, gran arma para demoler la insalubridad de tantos sueños paupérrimos.

En un proyecto de 1907, de ahora en adelante Plan Baixeras, vemos cómo la previsión siempre fue abrir la avinguda de Drassanes, durante el Franquismo García Morato, hasta Muntaner para así sventrare el barrio y limpiarlo de tantas malas pulgas. La rambla del Raval es heredera de estas ambiciones, si bien nadie lo ha proclamado muy fuerte para enmascarar la moderna falta de ideas, como si fuera ominoso asociar la evolución de la ciudad con una sucesiva acumulación de sedimentos transmitidos de generación en generación.

Las tres grandes vías proyectadas por Àngel Baixeras. La segunda correspondería al abarrocamiento del Raval, de Drassanes a Muntaner

Ese olvido deliberado del pasado produce monstruos de ignorancia. Justo hace un siglo el Raval devino Chino, y quienes lo popularizaron a lo grande fueron los escritores franceses, sin vergüenza alguna, no como los burgueses de Vida Privada de Josep Maria de Sagarra, de visita a esas cloacas para regocijarse con la miseria, a la postre la suya pues reírse de las carencias subsanables y ajenas se revierte como boomerang de oprobio.

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1 comentari

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