Este párrafo de Paco Madrid rebautiza el Raval como Barrio Chino. Corría 1926. El término surgió en su libro Sangre en Atarazanas. Sin embargo, la fama del lugar, pese a los intentos de Josep María de Sagarra y Josep Maria Planes en Nits de Barcelona, se consolidaría gracias a los extranjeros de paso, anonadados ante ese espectáculo nocturno en una especie de isla del centro urbano.
El Chino de mediados de los años veinte ha sido estudiado con esmero por Paco Villar, tanto en volúmenes más generales como en el monográfico dedicado a La Criolla del carrer del Cid, sancta sanctorum del espíritu del tiempo entre su interior enloquecido, los parroquianos bailando sardanas con frenesí y sus concursos de travestis, donde a buen seguro participó Flor de Otoño, más tarde interpretada en el cine por José Sacristán, si bien en ese filme de 1979 el local se situaba en el carrer de la Carabassa.

La Criolla nos brinda la posibilidad de dar rienda suelta a ese entusiasmo francófono, del que participaron escritores muy en boga durante el periodo de entreguerras, tales como Paul Morand, Francis Carco, Joseph Kessel o Pierre Mac Orlan, quién con La Bandera, adaptada al séptimo arte con rol protagónico para Jean Gabin, cosechó los mayores aplausos hasta la irrupción en 1949 del Journal du Voleur, de Jean Genet, crónica de sus años más desesperados.
La singladura barcelonesa del antiguo presidiario ha sido mitificada desde el oportunismo típico de la contemporaneidad. Por ello, sospecho y lo proclamo sin dudas cómo la mayoría de los analistas no se habrán leído el volumen, quedándose con la anécdota de la manifestación de las Carolinas para protestar contra la eliminación de un Vespasiano de las Ramblas.
La liquidación de ese urinario borraba de la avenida un punto de encuentro clásico entre homosexuales. Genet siempre se rodeó de los mismos, y en las páginas de su polémico Diario, licuado por los decenios y la banalización, proliferan referencias válidas para comprender cómo padecía un colectivo muy valiente antes de la Guerra, cuando terminaron sus ilusiones, así como las de Pepe, dueño de la Criolla y fundador del Barcelona de Noche del carrer de las Tàpies.

Pepe recibió varios balazos de madrugada, en la puerta de su domicilio al lado del Portal de Santa Madrona. Era 2 de mayo de 1936, y como cuento en mi ensayo La ciudad violenta, lo más probable es imaginar una muerte por culpa de saber demasiado de temas políticos, vengándose con su asesinato el de los hermanos Badía, acaecido pocos días antes como uno de tantos preludios de ese catastrófico julio golpista.
La victoria de los fascistas y los bombardeos devastaron el barrio Chino, aun así medio incontrolable, tolerándose hasta cierto punto sus refugios de vicio, bien por su ubicación geográfica, bien por la evolución de la posguerra, sobre todo si se piensa cómo en 1951 llegó la Sexta Flota norteamericana, produciéndose una pequeña revolución porque los marines estadounidenses no dependían de la legislación española.
Esto conllevó, como estudió Xavier Theros en su La sisena flota a Barcelona, la unión de varias fuerzas, en principio opuestas. Mi amigo José Luis siempre se recreaba explicándome cómo el Paralelo parecía acaparar focos más populares, mientras el Chino copaba la mala vida, simbolizada en garitos como el Cádiz del carrer de Montserrat, concentración de borrachos, homosexuales, marineros de barras y estrellas u otros bichos raros adictos a la caída del sol.

De estos también tenemos información de primera mano mediante Coto Vedado, autobiografía de la juventud de Juan Goytisolo, quién no oculta sus frecuentaciones por la zona, algunas saldadas con leves estancias entre rejas, en ocasiones junto a Jaime Gil de Biedma, más longevo en sus visitas, constantes casi hasta su muerte por amor a dar con jóvenes dispuestos a mantener relaciones sexuales, de la inocencia de antaño a la crueldad de los setenta y ochenta, cuando la decadencia del poeta se asimiló con la violencia de sus predilecciones.
Como puede comprobarse en este breve paseo, la literatura del Raval no es una gran desconocida, sino más bien una víctima del sambenito del mercado editorial español, según el cual carece de sentido reeditar si no existen posibilidades reales de vender, como si la tradición importara nada, por no hablar del valor documental de textos capaces de resucitar espacios en continua transformación.
Quizá los dos mejores textos sobre el Chino de la Segunda Posguerra, sin considerar un breve relato de Sergio Pitol, serían el increíble Izas, Rabizas y Colipoterras y La marge. El primero es una obra conjunta de Camilo José Cela y el fotógrafo Joan Colom, el verdadero poeta del laberinto con su inmortal blanco y negro, empeñado en captar a las trabajadoras del oficio más antiguo del mundo como excusa para ampliar el foco a toda la pobreza jamás denunciada al ser invisible para los medios de comunicación, más interesados en redactar notas sobre la marcha de la avenida García Morato para esponjar tanta insalubridad.

La imposibilidad de dar con esta maravilla a precio bajo es un atentado contra la Historia de Barcelona. Lo mismo ocurre con lo utópico de soñar con una reedición de La marge, inédita desde el primer lustro de los noventa; su autor, André Pieyre de Mandiargues, ganó el Goncourt de 1967 con esta novela, mérito para tener una plaza en el nomenclátor, adyacente al carrer de Sant Ramón.
La marge es una maravilla narrativa y antropológica desde la plasmación de las efemérides de un turista francés en el Chino de los años sesenta. Desde mi punto de vista, atesora una sensibilidad extraordinaria, un poder magnífico de los cinco sentidos y un don especial, imprevisible cuando se redactó, al legarnos cómo era la fauna de muchas calles desaparecidas, hasta los topes de personajes tan tiernos como sórdidos.
Lo mismo podríamos decir de ciertos elementos presentes en las novelas del último Marsé, como por ejemplo Caligrafía de los sueños. En esta ficción, quizá su última gran contribución prosística, bajamos con Ringo a Robador para asistir a iniciaciones erótico-festivas, bien aliñadas con referencias al origen medieval del sexo de pago en el perímetro, esos fuegos precursores de diversos calores.
El recurso a la habitación oscura, la escalera temblorosa y los nervios de juventud tienen su contrapartida, más bien poco usual, en el retrato del Chino hacia su demolición, y con ello no hablamos de En construcción, mito inevitable y necesario de modernos, sino de El delantero centro fue asesinado al atardecer, de 1988 y cumbre de la novelística de Manuel Vázquez Montalbán en lo relativo a reflejar una Barcelona poco transitada, mezcla de lo preolímpico, la drogadicción de los ochenta y el fin de un mundo a través de derrumbes, figurados y literales.

Toda la saga de Carvalho son episodios nacionales de la Ciudad Condal, pero con El delantero se alcanza otro nivel, como si el maestro estuviera en estado de gracia y fuera muy consciente de cómo nadie más estaba dispuesto al riesgo de una crítica tan desnuda desde la supuesta ligereza de las andanzas del detective y toda su troupe.
Exhibir la extinción de un universo implica intuir, como mínimo, la aparición de cierto futuro, de ahí el tono elegíaco, también audible en El triunfo, ópera prima de Francis Casavella, cuyos ingredientes gitanos y rumberos eran, nunca mejor dicho, el canto de leyendas con pies en el suelo, no en vano la fundación de la rumba como género se sitúa en el carrer de la Cera, en la actualidad dotado de un mural destinado a imponer ese quilómetro cero ante la Gràcia del Pescadilla, derrotado por Peret en estas lides.
Montalbán y Casavella pusieron el punto y final a la literatura del Chino. La del rebautizado Raval aún queda pendiente, como casi todo de la Barcelona posterior a 1992, no sólo aquella con resaca del Procés. Los retos creativos son inmensos, y en lo relativo al entorno de esta pequeña serie hay muchas bazas a destacar, desde la abolición del pasado para vender la moto del modelo BCN hasta el fracaso de la operación por la resistencia de esas calles a homologarse con las demás de la capital catalana. Esta obra del mañana deberá sentarse en el diván del siglo y deshojar margaritas para decidir si quiere incorporar la impunidad policial, como con la paliza y muerte del empresario Juan Andrés Benítez el 6 de octubre de 2013, cunas de terrorismo, convivencia interracial, cotidianidades truncadas, espeluznantes especulaciones o todo este batiburrillo hasta regalar una crónica con o sin invento de este presente sin escriba, cautivo de velocidades hacia la amnesia.



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