Imagen de “Buena suerte, Leo Grande”

Buena suerte, Leo Grande (2022) es una película británica protagonizada por Emma Thompson, que encarna a una maestra jubilada que anhela algo de aventura y sexo, lo que no tuvo con su marido fallecido. No duda en contratar a un joven gigoló con el que disfrutar, en una habitación de hotel anónima, del sexo y la conversación, asuntos que la relajan notablemente.

Grace and Frankie es una comedia televisiva estadounidense estrenada en 2015 y protagonizada por Jane Fonda y Lily Tomlin. Las parejas de ambas descubren sus gustos homosexuales y se unen sentimentalmente. Grace y Frankie, libres de la crianza de los hijos y del matrimonio, redescubren su sexualidad y la disfrutan. De paso, alimentan su creatividad y su espíritu emprendedor: venden recetas para un lubricante personal orgánico y diseñan y producen un vibrador para mujeres mayores. También para Deborah Vance, protagonista de Hacks -la serie ganadora de un Emmy- el sexo con un hombre más joven es liberador de sus sacrificios como madre.

Todas estas mujeres tienen en común su edad (madura) y su reivindicación de la sexualidad más allá de las obligaciones maternales, cumplidas con más o menos entusiasmo (depende de los casos). En cualquier caso, una cosa no quita la otra puesto que ejercer de madre no anula la condición de mujer.

La reciente sentencia del Tribunal Supremo de los EEUU -y las que anuncian que vendrán- prohibiendo el aborto se fundamenta en la maternidad, invocada como incuestionable ideal sagrado, y asume los valores propios de la misoginia: que quienes pueden tener hijos deben sus cuerpos a los demás.

También en nuestro país tenemos a nuevos victorianos, como el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, que denunciaba recientemente lo que llama la banalización del sexo, “hipersexualización” según su expresión, como una de las causas del problema de la despoblación, recordando que “la finalidad principal del sexo es la procreación y no la satisfacción de los deseos sexuales”.

Hace más de 100 años, Freud cuestionó, en sus Tres Ensayos para una teoría sexual (1905) esta moral victoriana, entonces imperante, para la cual la sexualidad tenía como meta únicamente la reproducción, mientras que él la reivindicaba como ejercicio de placer. Recordaba que “muchas de las llamadas perversiones sexuales gozan de la más amplia difusión en nuestra población, como todo el mundo sabe”. Se refería a prácticas habituales como la felación, el cunnilingus o el placer evocado en distintas zonas del cuerpo y con prácticas distintas al coito.

Este retorno del puritanismo, como vemos, es profundamente misógino -reactivo a los avances de las mujeres en cuestiones legales y sociales- y destila un odio profundo a lo femenino, entendido como aquello que no se sujeta a la norma macho, aquello que tiene contornos que no se adecuan al goce masculino, fundamentalmente fálico y fetichista (la mujer como objeto cosificado).

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