Esta es mi historia, al menos una parte de ella. Dicen que los gatos tienen siete vidas, el ser humano supuestamente una. Sin desarrollarlo demasiado, para no alejarme del motivo de este escrito, para mí existen tres tipos de vida: la que nos quieren imponer, la que nos obligan a experimentar y la que escogemos llevar.

Este año he cumplido medio siglo de existencia, tiempo suficiente para haber acumulado las tres. Siempre me he sentido libre para decidir la vida que quería llevar, con aciertos y errores, como tiene que ser, aunque es justo reconocer que no siempre eres tan libre como crees. Más allá del entorno familiar y social en el que crecemos, que ya te condiciona, hay una serie de normas que se pretende debemos seguir, ‘’porque las cosas son así’’. Quiero pensar, que poco a poco eso va cambiando.

Una vida bajo un sistema establecido

Fue en ese contexto, el de lo que hay que hacer, donde libremente elegí crear mi proyecto de vida en común con quien era en ese momento mi compañera. En lo que a vivienda se refiere, tocaba entrar en el camino establecido. Eran mediados de los años noventa. El mantra era el de ‘’compra que alquilar es tirar el dinero”.

Soy barcelonés de toda la vida. Mi infancia transcurrió en plena transición, mi adolescencia y juventud durante los años ochenta (si no los recuerdas es que no estabas ahí o te sentaron fatal) y no fue hasta la Barcelona post olímpica cuando alcancé la madurez, un trabajo de los que creías para toda la vida y un sueldo decente para la época. Todo iba bien en mi mundo particular de arco iris y gominolas. Lo suficientemente bien para que en 1998 me convirtiera en propietario de un piso de 60 m2 y tres habitaciones en mi barrio de toda la vida, Sant Andreu. Un antiguo bloque de protección oficial, ya recalificado para que yo lo pudiera comprar a la anterior propietaria. Una mujer viuda, con graves problemas económicos, que resolvió con la venta y se volvió al pueblo con su anciana madre a vivir en la casa familiar.

Cerca de las vías, frontera con la Rambla Prim, a tocar con los terrenos que no muchos años atrás habían acogido el barrio de la Perona, ya tenía mi nido para toda la vida. Un lugar donde tener y ver crecer a mi hija o hijo, donde envejecer con tranquilidad una vez pagada la hipoteca a 30 años, diez antes de jubilarme. Plan perfecto. En casa entraba el suficiente dinero como para que la cuota mensual no se comiera ni el 20% y sin avales. Habíamos hecho muchos números y comprado basándonos en ellos para poder vivir holgadamente. ¡Santa inocencia!

La vida a la que nos empujan

Hago una elipsis de una década y me planto en el año 2008. Resumen previo a la crisis general y personal: montar mi propia empresa de yesos y pladur, un divorcio, quedarme con la propiedad tras darle su parte a mi ex. Este fue el primer aviso y boom mental. ¿Cómo era posible que un piso comprado siete años antes por 15 millones de las antiguas pesetas (90.000 euros) lo tasaran por 230.000 €? ‘’Es lo que hay”. “Bueno sin problemas” podía pagar sin esfuerzo esos 900 € mensuales de la nueva hipoteca. Una muestra de ello fue el poder hacerlo sin avales. La empresa iba bien, los números salían y el banco, la desaparecida Catalunya Caixa, contento. La historia como la primera vez, bonitas palabras en la oficina, un montón de hojas a firmar y un notario que no da explicaciones de lo que firmas, pero dice ‘’está todo bien’’. Nos fiábamos de ellos, hasta que todo estalló.

Mientras el Gobierno de Zapatero escondía la realidad bajo el célebre ¡España va bien!, en la calle ya empezamos a ver que eso no era así y tocaba apretarse el cinturón. Algunos hogares lo apretamos hasta gastarlo.

En mi caso, el gran crack llegó en verano del 2008. Mi empresa no era grande, básicamente era un autónomo con el suficiente volumen de trabajo como para haber llegado a contratar hasta cinco compañeros (si compañeros a sueldo, pero siempre fui un jefe nefasto), para poder asumir todos los encargos que recibía prácticamente del mismo cliente. Una empresa promotora que me contrataba tanto para obras nuevas como para reformas de edificios y pisos, sobre todo en el barrio del Raval.

Fue en el mes de agosto, mientras terminaba una obra nueva en la plaza de las Palmeras de Sant Andreu, cuando se me notifica que no voy a cobrar las facturas acumuladas y Evidalmat entra en concurso de acreedores. Volaron 40.000 euros que no voy a cobrar en la vida y tengo que tomar una decisión. Tras pagar sueldos y finiquitos, materiales, rescindir el contrato del local y deshacerme de la furgoneta, tengo que cerrar. La situación es insostenible e iba a ser peor.

Me voy al paro sin cobrar nada por ser autónomo. Con el sueldo de mi pareja no cubrimos, o pagamos la hipoteca o comemos y pagamos suministros. Venían años duros envueltos en un círculo vicioso que afecta a todo: relaciones personales, salud física y mental, graves pérdidas de peso y depresión profunda no reconocida. La vida se convirtió en un entrar y salir de distintos trabajos, cada vez de menos duración.

Me costó casi dos años sumar el tiempo trabajado suficiente para tener seis meses de paro. Al banco, ese que decía ser tu amigo, le daba todo igual, ¿que no cobras hasta el quince y la hipoteca la pasamos el día uno?, te jodes. Está automatizado, no se puede cambiar y paga intereses de demora cada mes. Los meses con ingresos cero, se acumulaba la letra, a la tercera empezaba el acoso telefónico y las amenazas, ‘’o pagas mañana o te cobramos la deuda entera’’. Angustia, miedo sin vivir, un teléfono desconectado (llamada que no recibes, corazón que no siente). Por suerte, en los trabajos que pude acceder tenía la opción de matarme a horas y poder sortear el tema hipotecario. Trabajando 14 horas en tres meses podía ponerme al día con la hipoteca. Eso sí, trabajaba para el banco, ya que raramente quedaba un céntimo que no fuera para ellos. Y si alguna vez tenía la suerte de que sobrara algo, para Hacienda a cuenta de esos IVAS que nunca cobré pero que a día de hoy sigo pagando. ‘’Nadie te puso una pistola en la cabeza para hipotecarte’’, te decían.

Paralelamente a esto, el euribor crecía y crecía, hasta casi doblar la cuota de la hipoteca. El banco me ofrece una carencia a 5 años, rebaja de la cuota a 700€ durante este tiempo. Ningún mal dura eternamente te dicen y te dices a ti mismo. Caes en la trampa. El trato consiste en solo cobrarse los intereses durante un lustro para facilitarte el pago mensual y evitar una ejecución hipotecaria. El truco que no te cuentan o te cuentan a medias, que al no rebajar capital, terminada la carencia vuelves a la cuota anterior a la carencia sumando los intereses del capital no reducido. Una locura, pero hay que pagar y salvar tu casa como sea, el tiempo dirá.

Y el tiempo dijo, porque el tiempo pasa, llegas a los cuarenta, cada vez cuesta más que alguien te contrate y los sueldos son cada vez más precarios. A finales de 2011, la cosa ya no hay quien la sostenga.

La vida que escogemos

Llegado a un punto de no retorno, cuando la vida se te escapa y lo has perdido todo, sólo puedes hacer una cosa, levantar la cabeza, afrontar la situación y buscar una salida. No es fácil, pero se puede.

Estaba en una situación donde ya acumulaba suficiente deuda como para activar la ejecución hipotecaria. ‘’Paga lo que puedas en señal de buena voluntad’’, era el nuevo mantra. Pero ni así, que más querían cuando todo el dinero que entraba en la cuenta era para ellos. Me llegaron a proponer una refinanciación poniendo la vivienda pagada de mis padres como aval. Me negué.

Pedí consejo a mi primo, que en esa época trabajaba en la banca, y me mandó a la PAH. Gracias eternas por ello. Puedo decir sin pudor que la PAH fue mi salvavidas. Aún recuerdo la primera asamblea de la PAH a la que asistí, con más miedos que esperanzas. Las palabras ‘’Bienvenidas a la PAH ya no estáis solas”, fueron un verdadero punto de inflexión. Aunque no fueron solo palabras lo que me encontré, encontrás un local donde no cabía un alfiler. Unas 200 personas en situaciones tan complejas que lo mía parecía no tener importancia. Historias tan aterradoras que si no las vives o ves, no te las crees.

Todo con dos culpables claros y comunes, la estafa hipotecaria y unas leyes absolutamente criminales pensadas para proteger en exclusiva al sistema financiero sin importar el coste humano. En esos momentos y desde el 2007, cerca de 400.000 familias ya habían perdido su casa vía ejecución hipotecaria. Y yo sin saberlo, tampoco se hablaba tanto de esto y de los desahucios en la prensa hasta la eclosión del 15M.

Empezaba una experiencia vital. Primero pasar de sentirme culpable por mi situación (es lo que te hacían y siguen haciendo creer) a ver que era una víctima más. Segundo aprendizaje. Conocer las cláusulas abusivas escondidas escondidas en la hipoteca, sentenciadas como ilegales por el tribunal europeo, pero que alimentaban la imposibilidad a pagar. Que se podía pelear por conseguir una dación en pago que no te condenará a una deuda inasumible que te impidiese una segunda oportunidad para rehacer tu vida.

Que existía la posibilidad de conseguir un alquiler social, aunque demasiadas veces tampoco pudieras pagar. En mi caso, Catalunya Caixa llegó a ofrecerme un alquiler social de 5 años, antes de que el gobierno de Rajoy los redujera a 3, de 375 euros en un momento en que mis ingresos eran de 700€. Pero aprendí a negociar, a defenderme, a decir que no y pelear por lo mio. Como me gusta decir, pasar de afectado a activista, cogiendo consciencia de una situación global totalmente injusta que consume a la clase trabajadora.

Aprendí que era un fondo buitre cuando Catalunya Caixa quebró. De repente me encontré siendo cliente del BBVA, con una falta de transparencia tal como no saber ni cual era mi nueva oficina. También me encontré que en ese proceso de desaparición de CX, habían vendido lo que para ellos eran hipotecas tóxicas a Blackstone, entre ellas la mía. ¿Y ahora qué? BBVA, a pesar de ser quien manda las notificaciones judiciales y los recibos de la hipoteca, se lava las manos a la hora de negociar mi solución por que el piso no es suyo. Anticipa, la filial de Blackstone en España para gestionar estos casos, se limita a llamadas de amenaza. Una nueva batalla acaba de empezar. Por suerte no iba afrontarla solo, en la PAH no solo encontré la fuerza, el conocimiento y el apoyo colectivo para revertir mi situación, también reencontré el amor y la posibilidad de formar una nueva familia. Ainhoa, aunque logró salvar la casa de sus padres que eran avales de su hipoteca, ya había perdido la suya cuando iniciamos nuestra andadura conjunta hacía un nuevo futuro.

Las campañas y acciones de la PAH contra el BBVA, abren una vía de negociación con Anticipa. Aún así todo queda a nunca presencialidad y hacer todo por teléfono, whatsapp o mail. Por el camino, ganamos la ley 24/2015, que obliga a bancos y fondos a ofrecerte un alquiler social en función de ingresos para acabar con buena parte de los desahucios. Fácil, alegría absoluta, tras tanto sufrimiento y trabajo, hay una ley que me pone en bandeja el final. Aún así, lo que tenía que haber sido una solución inmediata, aún tardaría siete años en llegar. Siete años de idas y venidas, de negociaciones, de acciones, de entregar una y otra vez documentación, de perder parte de la ley, de volverla a ganar, de conseguir una ampliación y mejora, de perderla, de volverla a ganar… Victorias ciudadanas truncadas por el buen hacer de gente como el PP, C’s y VOX, junto a un sistema de justicia a su servicio.

En septiembre de 2018, por fin firmaba un buen acuerdo con Anticipa. Una subasta pactada, tras la cual pasaban a ser los propietarios de lo que había sido mi piso desde hacía 20 años. Una vez realizada la subasta, firmaría libre de deudas un alquiler social en las condiciones que marcara la ley vigente en el momento de la firma. Este último punto hubo que pelarlo ya que estábamos a un par de semanas de recuperar los artículos suspendidos en 2016 de la ley 24/2015 y obviamente me beneficiaba hacerlo así.

Supuestamente iba a pasar un plazo máximo de 6 meses, según ellos, para acabar de formalizar todo. No fue así. La subasta no tuvo lugar hasta verano de 2020 y aún tuvo que pasar un año y medio para formalizar el alquiler. Por el camino reclamaciones de deuda mes tras mes, juicio y muchas llamadas y correos cruzados. No fue hasta junio de 2021 cuando recibí la aceptación del alquiler social, eso sí, no en mi vivienda. Un nuevo marco que nunca se había contemplado. Hacía ya mucho tiempo que tenía asumido y superado el hecho de perder mi casa, un golpe que se hacía más llevadero sabiendo que podría continuar en ella como inquilino, al menos 7 años más. Tocaba elegir, perder la oportunidad de cerrar todo este proceso que ya duraba más de una década y evitar el inevitable desahucio que llegaría más temprano que tarde, o seguir aferrándome a ese sueño, ya ficticio, de seguir en la que ya no era mi casa, pero si mi hogar.

Tras hablarlo con mi pareja, pensar y reflexionar, decidimos aceptar la propuesta y quedar a la espera de que nos dijeran cuál iba a ser  nuestro nuevo hogar. Empezamos a poner nuestra vida en cajas y a explicarles a los niños que nos íbamos a mudar. Poco esperábamos lo que todavía estaba por pasar, no iban a ponernos las cosas fáciles. Faltaba el último pulso.

Para que se entienda, cuando te mandan la oferta definitiva de alquiler social con cantidad a pagar, duración de contrato y donde vas a vivir, al tiempo que te lo notifican a ti, los bancos y buitres también informan al Ayuntamiento y a la Generalitat. Si no aceptas la oferta, salvo que sea por motivos de mucho peso y demostrables, la administración te sanciona dos años sin poder solicitar un piso de emergencia en el caso de ser desahuciado.

Lo que me encontré con mi experiencia personal, me parece altamente grave y denunciable. Las oficinas de vivienda, ya sean las municipales o la propia Generalitat, en ningún caso ven el estado de los pisos que te ofrecen en caso de realojo. Un error que deberían solucionar realizando inspecciones para comprobar el estado de las viviendas que los fondos ofrecen a las familias. ¿Por qué lo digo?

El primer piso que me ofrecieron fue en Buen Pastor, junto a las casas baratas y toda las nuevas construcciones de su entorno. No me importaba el cambio de barrio, seguía estando cerca del colegio. Me pasaron la calle y el número, no el piso no fuera que tuviéramos intención de ocuparlo. Tras un paseo para ver el bloque, su entorno y una breve investigación, descubrimos que estaba afectado de aluminosis y dentro de un plan urbanístico que marca su derribo. Gran jugada la de Anticipa para sacarse de encima una vivienda que no puede vender y es ilegal poner en alquiler. No coló.

En el siguiente intento nos vuelven a ofrecer un piso que podríamos catalogar de infravivienda, cuyas humedades compiten con cualquier catarata conocida, con unas paredes negras debido a ello del suelo al techo y con solo dos habitaciones. Según ellos las cataratas se solucionan pintando. Apelamos a la salud, a la ley de protección de la infancia y a los convenios de separación con nuestras parejas anteriores para exigir un piso de tres habitaciones como el que íbamos a dejar atrás. Cedieron. Les proponemos que puestos a irnos no tenemos inconveniente en cambiar de población, exactamente Mollet donde ya militamos en la PAH local desde 2019, tenemos parte de nuestro trabajo y miradas de matricular a la niña en la escuela de educación especial Can Vila. Nos dicen que si rompen con el arraigo están incumpliendo la ley. Manda narices cuando la están incumpliendo sistemáticamente desde 2015. Finalmente ceden.

Nos mandan un enlace de su web holapisos, para que hagamos una visita virtual al piso que nos quieren ofrecer en Mollet del Vallès. Otra infravivienda de dos habitaciones y un trastero de un metro por tres, sin más ventilación que la puerta de acceso a una pequeña galería donde se encuentra la caldera, que nos quieren colar como la tercera habitación. Aquí la cosa se pone tensa ya que a pesar de las discusiones, nos hacen la oferta formal y la suben a la administración. Tenemos un mes para aceptarla o rechazarla, recordad las consecuencias si rechazamos. Apelan a que las fotos engañan y que lo veamos, concertamos una visita que ellos mismos anulan una hora antes ‘’porque no tiene cédula de habitabilidad”. ¡Con un par!

Retiran la oferta y tras algunos intentos más, formalizamos otra visita que no podemos realizar ya que una vez en el piso, nos encontramos que está habitado desde hace dos años. Armamos la de dios, no nos creemos que no supieran eso. Pasan algunas semanas y, el 20 de diciembre, recibimos un correo tan corto como gratificante, al tiempo que da mucho para pensar: ‘’Llegado a este punto, donde no tenemos vivienda disponible, habitable y que reúna los requisitos, recibiréis oferta en la misma vivienda donde estáis residiendo. Gracias, un saludo’’

Trece días después, el 3 de enero de 2022, firmamos el alquiler social por 7 años, con posibilidad de renovación, en el piso que compré, me arrebataron y sigue siendo mi hogar. Un hogar que ha visto pasar tres vidas. Un hogar que ahora en sus cuatro paredes vuelve a ver un proyecto de oportunidad, una nueva ilusión y la consolidación de la vida que escogí llevar tras la que me empujaron a vivir. La vida de coger las riendas, de llegar al final de ese oscuro túnel que sí tenía una luz.

Recuerdo una viñeta que evocaba al cuadro de Goya La ejecución de los Defensores del 3º de mayo de 1808, para representar una ejecución hipotecaria. Cambiaba el muro por la puerta de una casa y al pelotón de fusilamiento por una comitiva judicial. Simplemente brillante, porque si bien es cierto que hace 24 años nadie me puso una pistola en la cabeza para obligarme a ser propietario, también lo es que me la pusieron en el pecho para llevarme al límite.

 

 

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