No soy muy aficionado a la ciencia ficción por pisar el suelo siempre pegado a la realidad, pero eso no excluye tener una voluntad muy favorable a la fantasía. Si por mi fuera elegiría el teletransporte y viajar en la máquina del tiempo, vehículo ideal para mejorar estas investigaciones al contemplar sus objetos de estudio.

Como ello aún no es posible, me conformo con imaginar estas hipótesis mientras camino por la parte baja del Camp de l’Arpa y accedo casi a una de sus conclusiones tras pasear todo el carrer de Vidiella, enlace invisible entre Muntanya y Nació, donde ahora me hallo enfrascado en una reflexión sobre su nomenclátor.

Mapa de 1871. En color granate se muestra la ubicación de Can Vintró, en rojo donde estaba el barrio de Ca n’Oliva

En más de una ocasión he comentado como hasta 1942 se denominó Internacional o de la Internacional. Su nuevo bautizo era un giro copernicano destinado a mostrar, sobre todo tras la derrota en la Guerra Civil, la pujanza de los vencedores y su credo basado en un conservadurismo acérrimo, aplicado hasta finales de los cincuenta mediante una autarquía nada amante de ampliar fronteras, algo sólo enmendado cuando a Franco le dijeron que, algún día, las naranjas de Valencia podían fastidiarse por las inclemencias meteorológicas.

La anécdota volteó la tortilla y así intervino el Fondo Monetario Internacional en la vida española. El lector convendrá en cómo Nació es la antípoda del anterior. Desde aquí reivindicamos por enésima vez una campaña para recuperar Internacional, a poder ser con su artículo femenino, al mostrar mucho mejor la idiosincrasia del barrio, compuesto cuando consolidó su crecimiento urbanístico por clase trabajadora, sucesora del universo rural de antaño.

Vista del final del carrer Nació | Jordi Corominas

Asimismo, no deja de resultar sorprendente como este Ayuntamiento tan progresista y conocedor de su ciudad no ha planteado mi propuesta para marcarse un tanto en la barriada, quizá porque son unos ignorantes de la periferia, a la que creen poder contentar con cuatro sandeces, cuando debería ser su principal foco de atención, inexistente por perpetuar la cultura de postal y marginar todos esos lugares en desacuerdo, sin importar si es parcial, con sus postulados, gravísimo error, pues en los márgenes hacia el Besós muchos estarían dispuesto a darles apoyo, incluso sin merecerlo.

Este tramo inferior de Nación da sensación de dejadez entre el flaquear de la verde exuberancia de toda la calle y unas obras con vistas al parque de Can Oliva o del Camp de l’Arpa, adonde iremos en breve para desmenuzar la desaparición de un pequeño barrio colindante al Rec Comtal, característica común con una hilera de casas en la Meridiana a partir del 155, distintas a las demás de la gran avenida al ser anteriores a su alineación y pertenecer a la línea original del carrer dels Bofarull, la continuación del camí dels Enamorats, plagado de molinos para aprovechar tanta abundancia fluvial, como aún puede verse en el carrer de l’Arc de Sant Sever, una fantasmagoría superviviente en el carrer València.

Vista del Parc de Ca n’Oliva desde Degà Bahí | Jordi Corominas

Las fincas de la Meridiana bien pudieron hacer de pantalla al Mas Vintró, propiedad de la homónima familia, payeses en Sant Martí de Provençals desde, como mínimo, 1727, cuando Ramon de Falguera, noble terrateniente, otorgó el establecimiento perpetuo en este enclave a Pere Vintró.

De este modo, su caserón rural se ubicó entre las futuras calles de Vidiella, Nació y Muntanya, erigiéndose como uno de los símbolos del poder de este clan, con otra posesión similar en la carretera d’Horta, junto al torrent de la Guineu para redundar en su sabiduría para con las aguas, imprescindibles en todos los sentidos, como también asumió nuestro siguiente protagonista.

Se trata de Josep Oliva Calvet, quien el 19 de septiembre de 1858 logró la permuta de una mojada y media tras acordarlo con Pere Vintró, feliz por la operación al ganar más tierras en Sant Andreu, mientras Oliva exultaba al haber dado, finalmente, con unas hectáreas ideales para construir un ladrillar, preludio de un pequeño barrio por disponer de suficiente espacio como para edificar viviendas para sus trabajadores.

La realización de Oliva ganó enjundia con el tiempo, hasta constituir un verdadero laberinto unido a otra iniciativa similar de Francesc Trinxant, propietario más o menos en el mismo período de las parcelas adyacentes, urbanizándolas tras comprarlas al Marqués de Castellbell. Así fue como brotaron Trinxant, el pasaje de les torres d’en Trinxant o el combo crístico de Amargor y Sospir, con esta enlazándose hasta la carretera de Granollers y por lo tanto inmiscuyéndose en el cogollo del ladrillero.

Vista desde la Meridiana del cruce entre Degà Bahí y Trinxant | Jordi Corominas

Ambos casos se adecuan a todo el proceso de expansión del Camp de l’Arpa, de norte a sur en dirección al Clot mediante la conversión de lo rural en fincas para así rentabilizar tanta adquisición, en consonancia con la marea fabril decimonónica, cuando Sant Martí devino la filial industrial de Barcelona, con la consecuencia de alterar su fisonomía y sufrir un paulatino ascenso demográfico, aún más notorio tras las Reales Agregaciones de 1897.

Y aquí me tienen, en el cruce de Nació con Dega Bahí, inmerso en mis cavilaciones, antes de centrarme en el parque donde hasta hace no tanto se conservó Can Oliva y su entorno. Esta esquina tiene algo de origen para toda esta serie dedicada al Camp de l’Arpa, sobre todo por mi obsesión con este trocito de Degà Bahí, inaugurado con una panadería casi siempre cerrada, un muro larguísimo con dos chimeneas de tocho, correspondientes al obrador, y una retahíla de paredes medio en ruinas como antesala a otros derrumbes a medias, con algunos de ellos riéndose de la lentitud municipal por ostentar sin ínfulas de ningún tipo sus viejas formas y hasta los interruptores eléctricos, exigua reliquia en esa abundancia de estímulos.

Vista del cruce de Degà Bahí con Nació | Jordi Corominas

La causa de mi empecinamiento era, por favor no se sorprendan mucho, una curva justo donde muere Degà Bahí y Trinxant se despide hacia la Meridiana. Creí, antes de abocarme a los mapas, dar con un torrente inencontrable, error más tarde subsanado, pero esa es la magia del estudio, admirarse para abrir más los ojos, agitar el cerebro y propiciar una memoria demasiado amnésica para las autoridades, favorables a homologar para así evitar la molestia de lo plural, demasiado pesada para un progresismo nada vanguardista, más bien adepto a la metodología capitalista denunciada por Pier Paolo Pasolini, sólo útil para conmemoraciones, enarbolar banderas y tapiar la puerta cuando el calendario tumbe sus hojas.

Share.

1 comentari

  1. He llegit tres vegades l’article però encara no sé de què parla. De polítics del PSC? de permutes de terrenys del segle XIX, de les polítiques de Franco amb les taronges, o de pastisseries fantasma? Aquesta literatura barroca fa que perdi el fil del l’explicació i finalment no sé què m’interessava. No és raonable fer enumeració de subordinades amb tanta dispersió de temes, opinions i anècdotes que ja no saps com començava la frase. Igual que quan mires la tele i després de 20 minuts d’anuncis no saps quina peli miraves. Jo volia saber simplement l’origen i el destí de les casetes on va a parar Degà Bahí, i el desenvolupament urbanístic del barri. Allà hi ha un magatzem curiós, al pati de darrera hi viuen okupes que salten la tanca de 3 metres, i la pastisseria de la mateixa illa no obre mai portes… Aquella illa és un misteri.