Tengo un especial cariño al barrio de Horta por múltiples y variados motivos, algo curioso en un barcelonés del Guinardó; no me cansaré de insistir en mi idea de una ciudad federal de verdad a partir de las barriadas, algo más comprendido por los vecinos, con las autoridades escudándose en lo caro de esa ambición.

Horta siempre será ella misma, algo connatural a su posicionamiento en el mapa de la capital catalana y las circunstancias de su agregación en 1904, penúltima de la serie canónica, por cierto, un desastre clasista porque suele omitir las de los años cuarenta, como si todas concluyeran con la de Sarrià, en 1921.

Mapa de los cambios viarios en Horta. En la parte superior se pueden ver los efectuados en Campoamor y Eduard Toda

Horta tiene tanta potencia como para impregnar núcleos limítrofes, como comentaba el otro día con una amiga, de ahí esa cierta sensación de un lazo fuerte con Vilapicina y el entorno del carrer de San Iscle, muerto en Can Peguera, uno de los muchos emblemas dels Nou Barris.

Nuestro protagonista de hoy tiene dos núcleos centrales muy claros. La localidad tuvo escasa densidad demográfica hasta su unión con la urbe condal, destacándose, tanto en la realidad como en la leyenda, por un par de oficios esenciales, surgidos en parte por sus condiciones geográficas, como los torrentes, clave para las celebérrimas lavanderas, cuyo rastro puede admirarse, saltándose zanjas ilegales montadas por la comunidad de esta belleza, en el carrer d’Aiguafreda, huérfano desde la Pandemia de la autenticidad de la Baixada de Can Mateu, destrozada en favor de vivienda pública sin considerar las reclamaciones de la vecindad y algunos historiadores, como servidor.

La bajada de Can Mateu antes de las demoliciones | Jordi Corominas

El segundo trabajo se relacionaba con el adobo de pieles. Ambos prosperaron en lo que podemos entender como meollo de la Horta. Su homónima calle aflora en la confluencia de Tajo con Cartellà, desplegándose con sinuosidad hasta el carrer de Campoamor, con la nueva iglesia de Enric Sagnier erigida en encrucijada entre estos hemisferios, el de abajo para los aborígenes, el de arriba, en 1870 denominado Colonia de les Estires, para veraneantes de aquel entonces, mientras ahora lo ocupan pocos privilegiados y una plétora de residencias geriátricas, al menos fantásticas para preservar el patrimonio.

La nueva iglesia de Horta, cruce entre los dos grandes núcleos del barrio | Jordi Corominas

El Ayuntamiento ha emprendido en este sector primigenio otro formato del concepto de súper illa, desde mi punto de vista muy positiva y factible en Horta, flanqueada de vías más o menos rápidas como el passeig de Fabra i Puig, el de Valldaura o el de l’Estatut. El léxico municipal ensalza su proyecto desde sus coordenadas de siempre, poniéndose una justa medalla al haber pacificado, término que en mi imaginario visualiza una guerra anterior, dos arterias importantes. Feliu i Codina se adentra en Horta desde el limes con Nou Barris, hasta fenecer en la segunda sin tanto ruido estridente, Chapí, hoy de Zarzuela, antaño bautizada como de la Combinación por engarzar el pueblo con los parvenus urbanos con fincas majestuosas.

Confluencia de Chapí con Feliu i Codina, dos calles pacificadas | Jordi Corominas

Las más significativas tanto de Feliu i Codina como de Chapí son de un Modernismo menos ostentoso que el del Eixample; suelo denominarlo, desde su diáfana sencillez, Modernismo de barrio, más impresionante porque esos edificios encierran muchas historias útiles para aprehender los pormenores de Horta entre el siglo XVIII y los primeros años del Novecientos.

Las súper illas en espacios con tanto pasado deberían atender mucho más a la pedagogía urbana. Cuando paso por plaça Eivissa veo sobresalir una antigua placa, donde se indica su denominación previa, del Mercado, pues lo albergaba, con el Ayuntamiento en la plaça de Santes Creus. Los habitantes agradecerían conocer mientras caminan estos detalles. Con ellos se fomenta la identidad plural de las Barcelonas desde una Cultura ciudadana en mayúsculas para abandonar el concepto de la calle como mera autopista de consumo.

Placa actual de plaça Eivissa que tapa su nombre anterior: plaça del Mercat | Jordi Corominas

En Horta tenemos todas las lagunas con relación a esta temática. Entre el carrer d’Horta y la plaça Eivissa existe un pasajito porticado. A través de la consulta de planisferios y guías de Barcelona averigüé que era el del Solitario. Ahora es anónimo, como anónima es la actuación para potenciar este aspecto de realzar los orígenes y anónima la labor del Ayuntamiento para enaltecer todos esos bienes arquitectónicos y de la naturaleza, asimismo a ponderar, de otro modo todo esto carecería de sentido, en el entorno del carrer Campoamor.

Antes apareció por aquí la nova església d’Horta. Su antecesora se ubicaba arriba del carrer Campoamor. La reemplazó el club de Tennis como preludio a la opulencia en ese segundo segmento del barrio, guardaespaldas del tercero, con comienzo si uno quiere en la esquina de Rembrandt con Salses, por donde asoma el vestigio de la parte posterior de ese templo quemado durante la Setmana Trágica de 1909. La construcción de Sagnier, además de ejercer de junción entre Hortas, expiaba a toda la población del mal.

Parte de atrás de la antigua iglesia de Horta, en Rembrandt con Salses | Jordi Corominas

La tercera Horta, con la excepción de Salses y sus fincas para periodistas a partir de la Ley de Casas Baratas, se constituyó en la década de los sesenta, advirtiéndose esto por la estética de sus inmuebles, con algunas salvedades muy sorprendentes. Este perímetro se estableció como una súper illa avant la lettre porque la circulación automovilística se concentraba en avenidas aleñadas, como el passeig Universal, el de Valldaura o Campoamor.

El reportaje de esta semana estaba programado en mi agenda para más adelante, pero el contacto con un vecino y sus informaciones me impulsaron a estudiarlo durante estas navidades desde una queja poco pensada por la mayoría, un error monumental porque, en una ciudad con setenta y tres barrios, las minucias de pocas calles pueden decantar la balanza hacia un lado u otro del electorado.

Albert de Gregorio comenta que en la zona de vías como Lloret, Venècia, Salses, Canigó, Eduard Toda o Pintor Pinós no se invierte desde hace más de doce años. El tercer punto para la súper Illa de Horta ha alterado el sentido del tráfico para vetar la lógica del camino comprendido por Fulton, carrer d’Horta y Campoamor. El cambio de sentido de circulación de esta última durante un centenar de metros tiene una consecuencia más directa, ajena a esos itinerarios coherentes con un toque de sentimentalidad bien comprensible.

Punto de unión entre Fulton y la calle de Horta. El porticado del edificio del fondo corresponde al pasaje del Solitari | Jordi Corominas

El carrer de Campoamor, basta pasearlo para cerciorarse, es de rentas altas, con sólo un bloque de pisos, manteniéndose su enjundia finisecular y del principio de la pasada centuria. Hacerla de bajada para los vehículos en el segmento colindante con Rembrandt, Venecia y Lloret de Mar perjudica en especial a ciertas calles de la tercera Horta, donde otrora el silencio era soberano. Desde el verano de 2021, cuando se modificó el sentido de las calles, Eduard Toda y Lloret de Mar han casi triplicado el número de vehículos, concentrándose su paso de las siete y media a las nueve y media de la mañana. Los humos se han ido hacia una cuadrícula urbana con rentas más bajas, generándose una redistribución inversa, un sinsentido en un gobierno de izquierdas, como si se deseara dar aún más galones a la riqueza de Campoamor, justificándose esto por los metros pacificados junto a la escuela de las Dominicas, otra damnificada durante la Semana Trágica.

Vista del carrer d’Eduard Toda desdde Feliu i Codina | Jordi Corominas

Los anuncios sensacionales del consistorio capitaneado por Barcelona en Comú exhiben con mucha soltura su particular sota, caballo y rey. Los oídos no quieren escuchar las grietas de algunos experimentos. Todos estamos de acuerdo en disminuir tanto la polución automovilística como otras mil y una contaminaciones, calamitosas para la mayoría, pésimas para el Planeta. Hasta aquí todo bien, o no tanto. Una percepción de las propuestas vierte a una rapidez contraproducente, como si nadie estuviera al volante y nadie hubiera reflexionado sobre cómo realizar esos ajustes en una ciudad que Porcioles quiso convertir en una pista rápida. Derruir su legado en esa senda es imperativo. El problema es la ignorancia del mapa y la parcelación del mismo sin reparar en idiosincrasias abrazadas a un conjunto, vital para la movilidad, factor poco o nada percibido con la via Laietana, cuya metamorfosis se agradece desde la buena voluntad, no así en su despreocupación por atascar otras vías veloces sin aumentar la frecuencia del transporte público.

Si esto acaece en el centro, la muestra del botón del resto la tienen en esa tercera Horta- ¿De verdad podemos poner el dedo en la llaga y acusar a Comuns y Socialistas de generosos con los más adinerados, como en el carrer de Campoamor? Sí, desde luego que sí, planteándonos si nuestros exabruptos por su ingenuidad no son más bien llantos por su cinismo.

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