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Ante el reto cierto del cambio climático, que puede llegar a afectar gravemente a la vida en la Tierra, los científicos, de forma muy mayoritaria, han identificado que los causantes son los gases de efecto invernadero. La emisión de estos gases se asocia a las combustiones de los combustibles fósiles. El carbón y el petróleo provienen de complejas transformaciones químicas de grandes cantidades de biomasa vegetal que fueron enterradas en épocas geológicas pasadas, hace muchos millones de años. Esta biomasa contenía inmensas cantidades de carbono, que al quedar aisladas bajo tierra fueron apartadas de la posibilidad de devolver a la atmósfera. Es decir, el carbón y el petróleo eran en realidad un gran sumidero de CO2.

El avance de la civilización se ha basado en un consumo intensivo de los combustibles fósiles, sobre todo a partir del inicio de la industrialización. Se calcula que entre 1850-2019 la actividad humana ha liberado un total de 2390 GtCO2, una cifra que estremece por su magnitud. Y al quemar carbón y petróleo, se libera el CO2 que había sido retenido durante millones de años y pasa a la atmósfera. Es muy evidente la correlación entre los consumos de combustibles fósiles y la concentración de CO2 atmosférico, que debe detenerse por dos razones básicas. Una tipo ecológico: para evitar o al menos moderar el cambio climático; otro de tipo económico: ningún recurso renovable es infinito, por tanto, llegará el momento en el que la demanda será superior que la oferta, con un gran encarecimiento.

De alguna manera este escenario ya lo estamos viviendo, con las fuertes subidas del gas, de la gasolina (o gasoil) y de la electricidad. Nos dicen que es culpa de la guerra de Ucrania, pero esto sólo es una excusa que puede contar parte del problema pero no todo. En realidad los precios ya empezaron a subir antes de que los soldados de Putin pisaran el suelo del país vecino y seguramente tiene más relación con el agotamiento de los recursos (el temido “peak”).

En todo el mundo se lleva una contabilidad, estado por estado, de las emisiones anuales de CO2 y se han fijado objetivos a distintos horizontes: a medio (2030) y largo plazo. Por ejemplo, en Europa se pretende reducir, en 2030, al menos un 55% de las emisiones producidas en 1990, que siempre se toma como año base. España está evidentemente comprometida parcialmente con este hito e, incluso, tiene una hoja de ruta, para reducir las emisiones en 2030 hasta un 22% las de 1990. En Cataluña se propone que la reducción sea, en ese mismo período, de un 27%.

¿Y cómo vamos? Disponemos los datos del conjunto de España en 2022 (desgraciadamente, los de Cataluña, según IDESCAT, estado parados en 2020, poco representativos para ser pandémico). En el conjunto del estado, en 2022 las emisiones se han incrementado en un 5,7% respecto a 2021. En lugar de disminuir, aumentamos y ahora estamos al mismo nivel de emisiones que en 1990. No parece creíble que en los siete años que quedan hasta el año 2030 cumplimos con los objetivos que nos hemos puesto a nosotros mismos.

La justificación “oficial” a ese incumplimiento nos remite a la fácil excusa de la meteorología y la guerra de Ucrania. Ha sido un año seco y, por tanto, la hidráulica ha disminuido; y la crisis energética ha obligado a quemar de nuevo carbón. A su vez, en pleno encarecimiento del gas, las centrales térmicas de cogeneración del país han funcionado mucho más que en los años anteriores, algo difícil de entender teniendo en cuenta el precio que ha llegado el gas. Todo este tema energético se está convirtiendo en un misterio mucho más difícil de entender que el de la Santísima Trinidad.

Sin embargo, ya pesar de todas estas circunstancias, es evidente que la ambición de todos (Administración, industrias y ciudadanos) para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero es muy débil, a pesar de estrambóticos impuestos que se van poniendo por el camino . Es el caso del llamado “impuesto sobre las emisiones de dióxido de carbono de los vehículos de tracción mecánica” que tienen más que ver con la voracidad recaudatoria de los gobiernos que con la eficacia de la reducción de las emisiones, tal y como demuestran las cifras .

Si las emisiones de CO2, como parece, son la causa de todo ello, deberían abordarse verdaderas políticas de corrección. En cualquier caso, el balance de emisiones en España (y supongo que también en Cataluña) aumenta en lugar de disminuir.

No vamos bien para conseguir los objetivos de reducción para el año 2030, que está muy cerca.

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1 comentari

  1. Álvaro Cristóbal on

    Coincido plenamente con su opinión, vamos mal. Creo que todo este debate en torno a las emisiones de CO2 se centra siempre en reducir las emisiones pero hay un trabajo paralelo que se debería realizar y es el de FIJAR de nuevo ese CO2, y hay una manera muy sencilla: Plantemos árboles y mantengamos las masas forestales existentes, a gran escala. Igualmente, eduquemos a la gente para hacerlo también a pequeña escala.