Auge y caída de los padres fundadores en Garcilaso

El funeral de Carmen Escoté Esqué, viuda de Francisco Subirats Font, simbolizó el trasvase de una época a otra en la frontera dels Indians. La finada había fallecido en el 170 de Garcilaso. Desde hacía tiempo debía andar mal de salud, preparándose para la muerte. Es solo una hipótesis, pero a finales de los años cincuenta varios anuncios de prensa intentan vender un inmueble con almacén y cinco dormitorios.

Debió ser fría esa mañana de reyes de 1960. La salma mortuoria avanzó por el carrer de Garcilaso, en realidad sus dominios por ser la última superviviente de la estirpe de los fundadores. Su destino antes de acompañar a su marido en el cementerio de Montjuic era la iglesia de Pío X, en la plaza del Congreso Eucarístico, centro del homónimo barrio donde antes apenas había campo, mientras ahora representaba una modernidad reciente, revolucionaria en el espacio y camino de ser una anécdota olvidada pese a su trascendencia. 

Subirats y Escoté tuvieron tres hijos, fruto de un amor entre personas de distintas edades. Según Martín Checa, Pancho sí trabajó en Cuba, donde perdió a su esposa durante un parto. Su regreso a la Barceloneta es el inicio de su minúscula leyenda, derivada hacia els Indians porque a principio de siglo XX compró parcelas en Garcilaso junto a sus amigos Diego Frau, con quién compartía profesión bursátil, y Josep Trius Tous, todos ellos nuevos ricos del mar a la montaña.

La hija de Subirats y Escoté se casó con Frau, ya fallecido durante las exequias de su suegra. Su torre en el 40 de Francesc Tárrega empezaba a ser un recuerdo lejano, sustituida por un bloque desde mi punto de vista muy desdeñado pese a su valor, no sólo limítrofe, sino del triunfo de una arquitectura, la del Congrés, como metáfora ante la súbita vejez de los endebles Indians.

Según Checha, Trius y Frau fueron los que animaron a Carmen Escoté a adquirir unas tierras en la carretera de Horta a la Sagrera. Hemos mencionado en varias ocasiones cómo se inauguró en 1867, reforzándose como núcleo de comunicación a partir de 1883 con el estreno de una línea de tranvía entre el pueblo a la vera de la montaña y ese barrio de Sant Marti de Provençals.

Ese empujón a la viuda, una villa con nombre femenino siempre es una novela pendiente, consolidó la preponderancia en la urbanización de un tramo de la futura Garcilaso, el comprendido entre Manigua y Puerto Príncipe. Josep Trius Tous, el último de la fila del triunvirato, disponía de dos fincas en el 217 y el 199, ésta última frente a la vivienda de los Frau, contigua a la imaginaria Villa Carmen, concebida para pasar alguna que otra temporada; Escoté Esqué no dejó la Barceloneta al menos hasta los años veinte de la pasada centuria, algo imitado por Diego Frau, quien en 1921 aún efectuaba arreglos en su casa del carrer de Balboa. 

Los Frau, los Trius y el clan de Carmen Escoté protagonizaron un período optimista del carrer de Estévanez, ideal para el fin de semana y las vacaciones estivales. Por aquel entonces, los confines de la carretera de Horta a la Sagrera en este punto se trazaban con prestancia. Su rumbo hacia passeig de Maragall, otra vía apuntalada desde lo tranviario, culminaba junto a la masía de Can Sabadell y los laboratorios del Doctor Ferrán. Desde ahí, la trilogía de apellidos pioneros gozaba de unos metros de imperio, por lo demás muy representativos de cómo una zona determinada dels Indians manifestaba su poder mediante el tipo de construcciones, mas suntuosas en apariencia por todos los huecos a su alrededor.

Así fue como, pongamos hacia los años treinta, advino el esplendor de Estévanez con Francesc Tàrrega, esta con diversos ejemplos de villas o una refundación de las masías de otrora con Ca la Gallinaire. La única amenaza para la supremacía derivaba de la inteligencia de ciertas industrias, alternativas de un mañana a las puertas, como la más tardía Roselson de Manel Roselló o la Hispano ICO, ubicada entre los números 56 y 68 de Puerto Príncipe, especializada en la fabricación de jeringuillas y agujas hipodérmicas, a tiro de pájaro de Villa Carmen. 

En 2020 se eliminó cualquier rastro visual de la viuda con la oferta de apartamentos en el 170 de Garcilaso. Antes de la pandemia se derruyó un inmueble de varios pisos con características inherentes a los años cuarenta, cuando Escoté Esqué quiso hacer negocio, adaptándose a la época y a un contexto, el del primer decenio de la posguerra, donde en los Indians se edificaron muchos bloques para la clase trabajadora, dignos por no acaparar las alturas. 

Antes de su deceso, Carmen se vio sacudida por dos rupturas más de la forma tradicional de su Garcilaso, mutada por dos reformas de calado. En julio de 1959 el Congrés obtuvo una estación del metro Transversal Alto, de la Sagrera a Vilapicina. La denominación no es baladí, Els Indians no tenían identidad alguna, pero es que además esa declaración descarada de victoria franquista en la periferia se conjugó con el establecimiento de una boca del subterráneo junto a la finca de Escoté Esqué, por ello penalizada y en peligro de ser expropiada.

Esa calamidad se propulsaba, sin ser al final acometida, por la flamante apertura del carrer de Felip II, lanzado desde Virrei Amat hasta continuarse en Bac de Roda, tras un segundo trecho casi de anonimato una vez dejada atrás la Meridiana. De esta a Virrei Amat, Felip II es la plasmación del éxito de generar un todo desde una nada, las viviendas del Congreso Eucarístico, enmarcadas por su magna avenida, humilde por hallarse en el margen y prepotente por finiquitar un orden antiguo, estructurado en la soberana, indiscutible y apartada rectitud de Garcilaso. 

Resulta triste y curioso analizar una fotografía aérea de 1956 del feudo del triunvirato. Sus palacios de fortuna, siempre unidos, aún evocan un instante congelado de su paraíso alejado de la Historia. Su irrupción, bien hilvanada con un contundente ciclo migratorio, colmó tantos y tantos vacíos, erigidos para mayor gloria de otros modelos para lucrarse, solvente y enérgica, no como la senectud de sus antecesores. Los herederos de Trius siguieron a los demás y vendieron sus dominios a inmobiliarias a mediados de los sesenta. Lo primigenio se había desfigurado hasta lo irreconocible, excepto por el horizonte de Garcilaso desde el carrer de Manigua, una serpiente en pleno caracoleo y una cola fiel a cómo fue todo aquello.