Este reportaje forma parte de una serie de artículos sobre la situación de las personas refugiadas palestinas en el Líbano y la falta de derechos en aspectos como la vivienda, la salud, la educación, el trabajo o la infancia.
Los campamentos de refugiadas palestinas en el Líbano se establecieron hace más de 70 años como espacios provisionales para atender a la población que había tenido que dejar sus hogares a causa de la guerra árabe-israelí de 1948. Con el paso del tiempo, las tiendas de campaña han dado lugar a construcciones más estables y a auténticas ciudades con calles sin nombre, edificios altos, hacinamiento y ningún tipo de diseño urbanístico, ya que a medida que la familia crece y nacen nuevas generaciones, los edificios han ido sumando plantas, sin poder aumentar la superficie del campo. Como resultado, hay un acceso precario a las infraestructuras básicas, como por ejemplo electricidad, agua, alcantarillado o calles asfaltadas.
“Cada año muere gente electrocutada por los cables que cuelgan en la calle de edificio en edificio. Ahora está algo mejor justamente porque no tenemos electricidad. A causa de la crisis que afecta a todo el país, el Ministerio de Energía es incapaz de proporcionar un buen suministro de luz y agua”, apunta Kassem Aina, fundador y director de la ONG local Beit Atfal Assumoud (BAS), que en árabe quiere decir ‘La casa de los hijos de la resistencia’, puesto que en sus orígenes asistía a menores huérfanos. Se trata de una organización humanitaria nacida en 1976 que atiende a las refugiadas palestinas en el Líbano, así como a otras personas que viven en los campamentos o cerca de ellos.
Kassem Aina hace referencia a campos como Chatila, en Beirut, donde hay zonas que son auténticos laberintos con calles abarrotadas de conductos de luz y agua. Los cables se pueden tocar con la mano y se sostienen sin orden ni mantenimiento adecuados, con el consecuente peligro de ocasionar cortocircuitos, incendios y muertes humanas. En los últimos dos años, sin embargo, la grave crisis económica que sufre el país ha motivado que el gobierno libanés tan solo pueda garantizar la electricidad una o dos horas al día en muchas zonas, por lo cual, paradójicamente, el riesgo a morir electrocutado en la calle se ha minimizado.
Cada año muere gente electrocutada por los cables que cuelgan en la calle
La solución para que la luz llegue a los hogares es contratar un generador privado, que tiene un coste medio de unos 200 dólares por hogar, un precio difícil de pagar cuando el salario mínimo legal es de 675.000 libras libanesas, equivalente a 450 dólares, por lo que es habitual que entre varias viviendas intenten encontrar una solución conjunta. La alternativa es vivir prácticamente a oscuras, porque como los campos no pueden crecer en superficie, los inmuebles van sumando plantas a medida que va aumentando la población y, a veces, la distancia entre edificios es de pocos centímetros y no llega la luz del sol, ni en las casas ni en muchas calles, que suelen estar sin asfaltar y empantanadas. “Hay personas que viven en edificios echados a perder, sin acabar, sin agua corriente y sin electricidad. En el caso de Chatila, yo la única solución que vería sería empezar desde cero, cerrar el campo, y hacer uno de nuevo a otro lugar, pero no lo veo factible por parte de las autoridades libanesas. Está muy mal, no veo cómo se puede arreglar”.

A las 9.40 de la mañana de un día cualquiera del mes de julio, llegar al centro de BAS en Chatila es sortear prácticamente a oscuras numerosas calles, o mejor dicho espacios construidos entre bloques que no superan el metro de anchura. Si te encuentras con alguien, lo más fácil es chocar. Una vez en las instalaciones, tampoco hay luz, sino algunas linternas. Llevan así desde que han abierto a las 8 de la mañana y nadie está sorprendido. Jamile Shehadé, una de las trabajadoras más antiguas y maestra de la guardería, explica que la situación se ha convertido en algo cotidiano: “A veces tenemos luz una hora cada dos días. Hoy de momento no ha venido, ayer vino una hora… Ahora tenemos un generador, pero es muy caro, pagamos 500 dólares por el generador cada mes”.
No todo el mundo tiene la posibilidad de tener electricidad y esto es un problema para la conservación de alimentos, especialmente en verano. “La carne es cara, la verdura es cara”, destaca Jamile Shehadé. “A veces, si vas al mercado a última hora lo encuentras más barato. Antes lo podías guardar en la nevera, pero ahora ya no puedes porque sin electricidad no hay nevera y se tiene que ir con más cuidado. No se pueden desperdiciar los alimentos. Una de las iniciativas innovadoras que hemos llevado a cabo es explicar a las madres qué cocinar y cómo cocinar para evitar perder los productos o que se consuman en mal estado y las personas enfermen”.

Un informe del Programa Mundial de Alimentos indica que entre octubre de 2020 y octubre de 2021 los precios se encarecieron un 300%, mientras que la cesta básica de la compra, que incluye productos como aceite o lentejas, se multiplicó por cinco desde octubre del 2019. Como ejemplo, un kilo de carne cuesta cerca de 135.000 libras libanesas, el equivalente a 32 horas de trabajo.
A esto se añade el hecho de que no hay agua potable, sino que los acuíferos son de agua salada. La usan para cocinar, lavar la ropa y ducharse, pero tanto las casas como las escuelas, los centros médicos, las tiendas o cualquier otro local tienen que comprar agua para beber. Teniendo en cuenta que en los campos hay familias numerosas que viven en un sexto o un séptimo piso sin ascensor, subir cada día garrafas de agua se convierte en una pesadilla. Es lo que le pasa a Zeina Mohamed Abu Jamouy, que vive con tres hijas y tres hijos en Chatila en una casa con solo dos habitaciones y moho en las paredes. “Me encuentro sola y sin energía, literalmente y a nivel anímico. Tengo que pagar por el agua, pagar por la luz, pagar por todo. Tengo un generador compartido con el vecindario porque sola no llego. Necesito una casa más grande y que no tenga humedades, porque casi toda mi familia tiene problemas de asma a causa de eso”. Zeina recibe ayudas del BAS y algunos de sus hijos e hijas tienen padrinos y madrinas de países como Bélgica, India o Alemania, puesto que de otro modo no podría subsistir. Es uno de los muchos ejemplos de familias en situación de vulnerabilidad que no llegan a final de mes y sobreviven gracias a las ONG.
Tengo un generador compartido con el vecindario porque sola no llego. Necesito una casa más grande y que no tenga humedades
Hay varios proyectos para instalar placas solares y resolver así el tema de la electricidad. Es lo que han hecho en los centros del BAS en Burj al Shemali, en el sur del Líbano, y en Beddawi, en el norte. “Nosotros tenemos suerte, tenemos energía solar desde el verano pasado”, comenta Abu Wassim Mahmoud Al Joumaa desde su despacho de Burj al Shemali, con aire acondicionado, muy agradecido a quien lo hizo posible. “Antes del coronavirus, todos los veranos vendía un grupo de personas voluntarias de los Estados Unidos que organizaron un programa de clases de inglés, pero con la Covid-19 no pudieron venir y nos preguntaron si podían hacer algo por nosotros. Les comentamos que necesitábamos un generador y que había la posibilidad de hacer un proyecto de energía solar, de forma que hicieron una recolecta de dinero en Estados Unidos, lo enviaron, y ahora tenemos energía solar”.
Desde Beddawi, su homólogo Mohammad Chehadi tiene una experiencia parecida. Disponen de placas solares en el centro gracias a una ONG americana, Anera, que trabaja con personas refugiadas y afectadas por los conflictos en Palestina, Líbano y Jordania, y que aporta recursos para emergencias inmediatas, salud, educación y desarrollo económico sostenible. “Si no dispusiéramos de energía solar, tendríamos una o dos horas de electricidad al día, y tendríamos que tirar de generador o arreglarnos con velas”. Esto es especialmente importante en estas instalaciones porque ofrecen servicios y actividades diversas, desde guardería y cursos de formación profesional, hasta clases de música y danza, sesiones de concienciación sobre igualdad de género o consultas de dentista, entre otros proyectos.
Además de las deficiencias en el suministro eléctrico, los campamentos sufren hacinamiento y las viviendas son unos espacios deteriorados y pequeños en que no hay privacidad, puesto que en una misma habitación pueden vivir madre, padre y criaturas. Esto se ha agravado con la llegada de personas palestinas que huyen de la guerra de Siria desde 2011, y las redes de agua, el sistema de alcantarillado y la recogida de basura, que dependen de la UNRWA, se han visto desbordadas. Según datos de 2022, la agencia de Naciones Unidas retira cada año de 59.000 toneladas de desechos sólidos de los campos.
Texto extraído del informe ‘Sobreviure als camps de refugiades. La població palestina al Líban pateix una manca crònica de drets‘ editado por la Associació Catalana per la Pau, l’Associació Catalunya-Líban y la Fundació ACSAR.