Este reportaje forma parte de una serie de artículos sobre la situación de las personas refugiadas palestinas en el Líbano y la falta de derechos en aspectos como la vivienda, la salud, la educación, el trabajo o la infancia.

 

El nombre de Al Kamandjati viene asociado a la música y a las personas refugiadas. Se creó en 2002 en Francia de la mano del compositor e intérprete de viola y buzuq (instrumento de cuerda parecida al laúd pero con el cuello más largo) Ramzi Aburedwan, quien a su vez creció en el campo de refugiadas de Al Amari en la ciudad palestina de Ramal·lah.

Veinte años después de la creación de Al Kamandjati, la escuela enseña música a niños, niñas y adolescentes en situación de vulnerabilidad en Palestina y en el Líbano. Nour Abu Rayya es la coordinadora de actividades de Al Kamandjati en el Líbano, que cuenta con más de 60 estudiantes en los campos de refugiadas de Chatila y de Burj al Barajneh. Para ella, “la música da al alumnado un espacio para expresarse, tocar juntas, hacer amistades, verse, compartir ideas, conocer otras culturas y nuevos estilos musicales”.

“Para algunas personas, lo que es importante es tener agua, comida y salario, por supuesto que sí, pero, desde el punto de vista psicológico, tener la oportunidad de tocar música y hacer conciertos nos ayuda mucho. En el campo no tenemos espacios, vivimos en casas muy pequeñas que tienen una o dos habitaciones, estamos golpeadas por este contexto y es necesario proporcionar a los niños y las niñas y a la juventud espacios en los que puedan expresarse, lejos de los problemas que tienen en el día a día”.

Nour Abu Rayya, que vive en el campo de Burj al Barajneh, empezó las clases en Al Kamandjati en 2008 y diez años después pasó a ser coordinadora. Continúa los estudios de laúd (instrumento de cuerda pulsada con la caja de resonancia en forma de media pera) en el Conservatorio Nacional Superior de Música del Líbano, en Beirut, y con la música ha encontrado una forma de conectar con ella misma y de comunicarse con el mundo, más allá de la situación de pobreza que se vive en Burj al Barajneh y en todo el país.

La música da al alumnado un espacio para expresarse, tocar juntas, hacer amistades, verse, compartir ideas, conocer otras culturas y nuevos estilos musicales

“Para mí, el objetivo de la música es expresarme. Creo que tocar un instrumento es una buena manera de expresar cómo me siento. Hay estudiantes que empiezan con timidez. Yo misma me tuve que acostumbrar a que la gente me escuchara y me mirara. He visto cambios en los niños y las niñas que vienen aquí: confían más en ellas mismas y tienen más amistades. Y, en una época en la que los datos del paro son muy altos, tenemos estudiantes que han encontrado trabajo con la música, dando clases o como miembros de una banda”.

No todas las personas de los campos comprenden la necesidad de tocar el violín, el laúd, la flauta, el qanun (de la familia de la cítara) u otros instrumentos que tienen que ver con la historia, la cultura y la identidad palestina, y todavía hay algunos grupos conservadores y fanáticos que no lo ven con buenos ojos. “Recuerdo cuando empecé a tocar y cargábamos nuestros instrumentos por el campo”, explica la coordinadora. “Había personas a quienes se les hacía extraño, especialmente porque había chicas, y nos decían: ‘Pero, ¿qué hacéis?’. Año tras año se ha ido normalizando y entendiendo. Lo que hacemos, no es ‘haram’ (palabra árabe que quiere decir ‘prohibido por el islam’), sino expresar nuestra cultura. Poco a poco, se va aceptando y hemos roto con esta idea”.

Concierto de Al Kamandjati y BAS en Hamra, Beirut | A.B.

Cohesionar la identidad palestina a través del folclore y recordar sus raíces forma parte de las diferentes formas culturales que practican las refugiadas palestinas en el Líbano. Las canciones tradicionales a menudo hablan de amor, de la historia y de la diáspora. Las instalaciones en las que ensaya Al Kamandjati también acogen clases de canto y de Dabke, la danza popular árabe que se baila en grupo y que destaca por el zapateado. Desde Al Kamandjati, organizan conciertos por varias ciudades del Líbano y a menudo actúan con cantantes de otras entidades. “Hemos hecho conciertos en Hamra (centro de Beirut) y hemos participado en muchos festivales en diferentes pueblos libaneses como banda palestina. Es muy fácil. Las dificultades actuales tienen que ver no tanto con temas artísticos sino con los precios del desplazamiento a causa del encarecimiento del carburante”.

Puntualmente, también han viajado al extranjero. “En 2019 fuimos a Turquía y fue muy bonito. Para la mayoría de estudiantes, era la primera vez que viajaban fuera y era como un sueño hecho realidad. Hicimos dos conciertos, uno en Estambul y otro a Samsun, y también vinieron músicas de Palestina y de Turquía. Todas juntas tocamos un programa en común”. Están preparando otra gira, esta vez en Francia, pero todo depende de la financiación que consigan para el viaje.

Actuar en el extranjero para dar a conocer la cultura palestina e intercambiar experiencias con otros artistas figura también en el ADN de Al Kamandjati, que ha viajado hasta Catalunya de la mano de la Associació Catalana per la Pau en varias ocasiones, y lo ha hecho con artistas que residen en Cisjordania y que sufren la ocupación de Israel. Usan la música para lanzar un mensaje de resistencia en los escenarios y quieren compartir con el mundo su historia y sus raíces palestinas.

Aula de música de Al Kamandjati en el campo de refugiadas de Burj al Barajneh | A.B.

Amena Hussein es amiga de Nour y también toca el laúd. Desde que empezó las clases en Al Kamandjati en 2007, reconoce que su vida ha mejorado en diferentes niveles: “Me sirve para expresarme, para encontrar la calma. Si nos educamos, podemos hacer muchas cosas. Me ha ayudado a construir mi personalidad, yo he cambiado en los últimos años y la música ha influido. En los campos no hay lugar donde jugar y cuando era pequeña me quedaba en casa, no era fácil conocer a otras vecinas. En cambio, aquí venimos y tocamos todas juntas”.

Amena va a clase dos veces por semana, los viernes para tocar en grupo y los domingos para sesiones individuales, y ya no se imagina la vida sin el laúd. “Me hace sentir más cerca de Palestina, tengo la oportunidad de preservar la cultura y de compartir qué quiere decir Palestina. Por eso, aprecio mucho las clases, el tiempo que pasamos juntas y poder tocar en conciertos. Realmente, son mi familia. Siento que tengo dos familias.”

Las estudiantes están en una situación de vulnerabilidad y quiero dar lo mejor de mí, porque yo necesité a alguien que hiciera lo que yo estoy haciendo

Algo pareciendo le pasa a Ahmad al Aswad. Él toca el ney, una flauta típica de Oriente Próximo. En 2014 conoció Al Kamandjati y ocho años después es miembro de una banda libanesa y profesor de música en una ONG llamada Right to Play, una organización internacional fundada en 2000 con sede en Canadá que trabaja con escuelas y organizaciones comunitarias. Tiene una metodología de aprendizaje basada en el juego y el deporte para desarrollar las habilidades de menores víctimas de la pobreza, la guerra o las enfermedades.

“Al Kamandjati ha sido una oportunidad de encontrar trabajo y ahora enseño música a niños y niñas. No es para lo que había estudiado, puesto que yo estudié microtrónica (componentes electrónicos de pequeñas dimensiones), pero no encontraba trabajo y lo he encontrado a través de la música”, explica Ahmad al Aswad, que también continúa recibiendo clases en Al Kamandjati.

“La música es realmente importante porque a veces necesitas relajarte y evadirte de tu alrededor, y cuando tocas música viajas a tu propio mundo. A veces, cuando me siento triste, me hace feliz. Como profesor, siento que yo era como mi alumnado, y quiero dar todo lo que tengo, quiero ayudar a hacer que tenga una oportunidad en el futuro. Las estudiantes están en una situación de vulnerabilidad y quiero dar lo mejor de mí, porque yo necesité a alguien que hiciera lo que yo estoy haciendo”.

 

Texto extraído del informe ‘Sobreviure als camps de refugiades. La població palestina al Líban pateix una manca crònica de drets‘ editado por la Associació Catalana per la Pau, l’Associació Catalunya-Líban y la Fundació ACSAR.

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