No sé si era en El Quadern Gris, pero siempre recuerdo cómo Josep Pla decía aquello de ir a buscar la noticia, en su caso en la misma Rambla tras descender de la sede de La Publicitat.
En mi caso, salí de la emisora de radio, encaminándome hacia el carrer del Doctor Trueta para sacar fotografías de la plaça de Mercè Sala, en el centro de la polémica las últimas semanas porque ha sido privatizada por los vecinos con el visto bueno del Ayuntamiento, quien por lo demás, esto es lo más grave, por ahora no ha invertido un euro, mientras los vecinos gastaron cincuenta y dos mil tras un informe favorable, datado el 7 de julio de 2022, del parque de bomberos.

Mientras estudio el lugar, de extraña configuración en la manzana por su pasado fabril, tengo la suerte de ser interpelado por un par de vecinos, de los que no diremos el nombre pese a su generosidad a la hora de aportar muchos datos contrastados para elaborar este artículo.
La plaça Mercè Sala, una regidora socialista del Ayuntamiento y presidenta de la RENFE, se inauguró en 2013. Se ubica entre el passatge Mas de Roda, el carrer Doctor Trueta, el de Roc Boronat y el de Ciutat de Granada. Antes acogió la harinera La Fama o Can Gili Vell.
Can Gili Nou se encuentra a poco más de doscientos metros, con entrada noble desde Taulat, una avenida clave en el Poblenou que en lo que nos concierne sirve como pantalla para la cara B de la reforma olímpica.

En este sentido, Can Gili Nou, rehabilitada como estupendo conjunto de viviendas, es la punta de lanza hacia la Villa Olímpica, mientras Can Gili Vell, la plaça Mercè Sala, se oculta por la fachada del almacén vinícola de Pedro Massana, de 1940 pese a su aspecto de masía.
La plaza surgió cuando se derribó el complejo de la harinera en 2009, manteniéndose para el recuerdo, un clásico del Poblenou histórico, su chimenea y una torre de cinco pisos reconvertida en viviendas y oficinas, con el añadido de otro bloque de forma invasora, desde mi punto de vista clave para entender los problemas del conjunto al generar huecos donde, sin ir más lejos, pueden habilitarse pequeños campamentos, causa de mucho malestar. Algo similar ocurre, desde otros parámetros, con el edificio de Josep Llinás en la esquina de Carme con Roig, espectacular en su ejecución y nefasto porque la forma de la fachada tapa el ingreso a Roig, uno de los nidos de narcosalas del Raval.
El tema de los campamentos es una especie de tangente de este reportaje. Los chatarreros ocupan a sus anchas ciertos espacios públicos, sobre todo solares, haciéndolos suyos con vallado, fantástico para acentuar el camuflaje con murales urbanos o simplemente aposentándose en el lugar, como ocurre en Pere IV, les Glòries o la mismísima Gràcia.
El campamento asimismo nos deriva al barraquismo espontáneo de nuestro siglo. En Can Framis, dentro del 22@, hay muchas tiendas de campaña en los jardines. Los inquilinos de la plaça Mercè Sala eran bastante más cutres y molestos, acumulándose en los últimos meses más de cuarenta denuncias, nueve de ellas por agresión, mientras muchas de vandalismo ni se presentaron, pues los vecinos se encargaron de limpiar las pintadas.
Uno de ellos me comenta cómo se siente del 22@, una novedad determinante porque todo este entorno ha pasado de ser un núcleo industrial a rehacerse poco a poco en una concentración empresarial mezclada, bastante respetuosa con el patrimonio, con antiguos habitantes, cada vez menos, y un comprensible aumento del valor de la parcela, por lo demás con obras sin cesar con independencia de las próximas elecciones municipales.
El 22@ es tranquilo por la noche. Es difícil vislumbrar sus calles con mucho ruido. La súper illa no está lejos y eso quizá haya acrecentado más el precio del metro cuadrado. A más aislamiento siempre hay más voluntad de garantizar una seguridad a priori consolidada, aunque quién sabe si la paz invita al miedo.
Aquí no sólo ha sido eso. En marzo de 2023 murió un turista canadiense, arrojado por unos ladrones en la ronda Litoral. Durante un tiempo se alojaron en la Mercè Sala, desde la privatización consentida acechada en la nocturnidad incluso por enmascarados, en cólera por el cierre, muy esmerado en su ejecución, sorprendiéndome como bloquea cualquier centímetro, como el del bellísimo passatge Mas de Roda, donde un interior es una plaza cerrada a cal y a canto, no como la nuestra, afirma un vecino, para quien la idea es conseguir un espacio para todos los ciudadanos, a cuya mejora contribuirá el Ayuntamiento para así equilibrar el gasto realizado por esta comunidad entre propietarios y arrendatarios de distintas nacionalidades, tal como se determinó a mediados de abril en un pleno de conciliación.

El concepto de plaza cerrada es un oxímoron en sí mismo. En mi recuerdo, proliferan desde la época del Fórum. Algunas, desde la preservación del entorno, tenían su lógica, como algunas del Raval, mientras otras devinieron un despropósito, más aún al enclavarse en Gràcia, como la de Les dones de 1936, con problemas de pavimentación y cloacas hasta ver demolida la reja de la vergüenza, pues una privatización en el corazón de la Vila con más ágoras clamaba al cielo.
En la ciudad, la categoría de privado incide también en los pasajes. En el Coll, el de Ministral exhibe un rótulo donde se veta el acceso a los extraños, y lo mismo acaece en otros como el de Coll de Portell, el de Comas d’Argemir en el Guinardó o el de Robacols en el Clot. Estos muros a veces no requieren ser físicos. En muchas calles de la ciudad se acumulan inscripciones de otras épocas, muchas de ellas pagadas por los ciudadanos, como aquellas contrarias a los niños y su sano juicio de jugar con la pelota en cualquier rincón del Planeta.

En las manzanas de la Verneda de los años cincuenta, ahora en diálogo con la nueva biblioteca García Márquez, hay otro claro ejemplo de plazas cerradas en sí mismas, pluscuamperfectas durante la Pandemia. En la frontera del Guinardó con Torre Llobeta, por mencionar otra tipología, existe la placeta de Caldes de Montbui, con un rejado de fecha indeterminada.
¿Es legal? Lo ignoro, mientras sí sé cómo los del passatge, el passadís y el pas de la Encarnació no han sido aprobados por el Municipio, tal como consta en una página de la Gaceta Municipal de 1971.

Esta trilogía de travesías se creó hacia 1910, cuando la hegemonía de los aledaños correspondía a torrentes y aún ni se intuían arterias como Pi i Margall o la ronda del Guinardó. La morfología y estas evoluciones en las cercanías lo han clausurado en sí mismo, sin salida hacia arriba y dos puertas con llave, una sorteable sin dificultades, la última asegurada después de 2020.
Tanta cerradura conlleva perder una oportunidad de conocer un sitio extraordinario y un lujo entre el limbo del Baix Guinardó y Gràcia, lujoso por usar uno de sus pasajitos como aparcamiento sin quebraderos de cabeza, más aún cuando Pi i Margall va de camino de ser una pasarela verde para aumentar hasta el paroxismo el reclamo hacia el Park Güell.
La máxima responsable de Urbanismo del Consistorio, Janet Sanz, declaró no estar al tanto del asunto. Sant Martí es gobernado por los socialistas, como Horta-Guinardó, donde el carrer Aiguafreda nos brinda otra muestra de privatización porque yo lo valgo.

Para quien no lo sepa, Aiguafreda es una de las calles más preciosas de Barcelona por conservar la idiosincrasia de cuando lo habitaban las míticas lavanderas de Horta, atribuladas al ir y venir con la ropa de los señores de Barcelona, encantados de vestir ropajes inmaculados por la prodigiosa agua del pueblo en los márgenes.
Durante la Pandemia, el Ayuntamiento derribó casas de la Baixada de Sant Mateu, quedándose Aiguafreda medio al desnudo, si bien siempre goza de distintas protecciones, desde el carrer de Granollers hasta algunas impedimentos para acceder a esa hilera de casitas y pozos colmado con un puentecito a rebosar de flores.

Nadie puede dudar de la trascendencia de procurar medios para defender la excepción de Aiguafreda, cercada por proyectos municipales y por ende cercándose, acurrucándose en su caparazón hasta instalar pequeñas puertecitas en sus ingresos para rematar su preocupación por la soledad, antes olida con el cartelito en que se prohibían las filmaciones, transigidas, lo viví en mis propias carnes durante el rodaje de la serie Históricos Anónimas, si se dialoga como dios manda y se demuestra hacerlo desde la objetividad y el rigor informativo.

Las vallas y las barreras están de moda en Barcelona. Las de las baterías antiaéreas del turó de la Rovira soliviantan al vecindario del barrio por considerarse usurpados de ese mirador, antaño sólo suyo y hoy en día fuente de conflictos, siempre en la nocturnidad, pues durante la mañana aún no hay tantos valientes capaces de subir hasta esa cima para sacarse selfies, dibujar o matar las horas entre el aire de las alturas y su silencio.
La Asociación de Vecinos del Poblenou opina de manera idéntica en torno a la cuestión de la plaça Mercè Sala. El eje fundamental de todo este debate es cómo el Ayuntamiento da su aquiescencia para privatizar un espacio público sin, por el instante, rascarse el bolsillo.

Esto queda desmentido por las últimas acciones del Consistorio, quien a fecha de martes 25 de abril de 2023 ha optado por desmontar el vallado haciéndose cargo de su montante económico. A la postre, el ridículo se conjuga con una intervención populista porque les han descubierto en un fuera de foco y deben revertir lo aplicado, según ciertos críticos más insólito si cabe por la benignidad en el trato con los implicados, a modo suo somatenes de nuestra centuria en un barrio siempre más llamativo, con atracciones como el cine Ideal, estos meses con huevos surrealistas por la exposición dedicada a Salvador Dalí.
Al saber la noticia, el vecino me contacta de nuevo. Su frase es un buen broche para este desaguisado de dos partes violadoras de normas cotidianas. Las ágoras suelen abrirse en sus cuatro costados, son espacios de comunicación pública. Vallarlos desde lo privado es una indecencia y el sí municipal un horror mayúsculo. Este ciudadano me escribe lo siguiente: “Espero que sea otro capítulo dentro de los derechos, lucharemos y al menos deseamos una solución equilibrada. Ahora somos las víctimas”.