Sesión plenaria en el Congreso de los Diputados.

La mentira siempre fue un arma política de largo alcance. Decía H. Arendt en 1971 (“La mentira en política”) que la verdad factual, cuando se opone al provecho o el placer de un grupo determinado, “se recibe hoy con mayor hostilidad que nunca”. Los disfraces de la mentira son variados: desde transformar los hechos en una mera opinión restándoles fundamento (“Vd. dice que la economía va muy bien, pero eso es su opinión mentirosa”) hasta la repetición infinita para naturalizar aquello que era solo una falsedad inicial (“Vd. gobierna con los filoterroristas”). La derecha y sus populismos extremos son maestros en el arte de la mentira, creyentes fieles en las nuevas “realidades alternativas” que se construyen con ella. Arendt se preguntaba: “Si las mentiras políticas modernas son tan grandes que requieren un reordenamiento completo de todo el tejido factual (…), ¿qué impide que esas nuevas historias, imágenes y no-hechos se conviertan en un sustituto adecuado para la realidad y la factualidad?”.

El éxito popular de los carnavales radica justamente en la posibilidad, aunque sea por unas horas, de vivir una realidad alternativa donde los hombres pueden ser mujeres, los pobres ricos y viceversa. Las mentiras triunfan porque quien más quien menos ansía que le mientan de vez en cuando. ¿Recuerdan el diálogo de Johnny Guitar? Él le pide a ella que le diga algo bonito y cuando ella le responde ¿Qué quieres que te diga?, él le susurra: “Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años”, a lo que ella consiente afirmando que, efectivamente, le ha esperado todos estos años.

La izquierda, tradicionalmente, ha optado por la verdad dándole un valor universal como si estuviese desprovista de ambigüedades y claroscuros. “La verdad está de nuestro lado” y ese hecho les otorga una superioridad moral, difícil de conciliar con la realidad. ¿Dónde está la verdad en que millones de votantes de la derecha y de la extrema derecha sean personas de clase baja, muchas en situación precaria cuando esos partidos rechazan cualquier política solidaria y de redistribución de las rentas? ¿Dónde está la verdad en que muchas mujeres voten a partidos que niegan la violencia de género y promuevan ideologías claramente machistas? ¿o los votantes, de origen inmigrante, que aplauden a líderes racistas? La verdad es más compleja y escurridiza que la mentira y siempre -decía Lacan- se dice a medias porque la verdad precisamente es aquello que del saber y de la palabra puede ser escuchado sin poder ser dicho. Lo que a la izquierda le convendría escuchar en las palabras -o en los silencios- de todos esos indignados es aquello que los inquieta y perturba sin que puedan decirlo, más allá de los signos de rabia o absentismo donde eso solo se escucha si alguien es capaz de leerlo. Descalificarlos por sus malas elecciones confirma esa superioridad moral, completamente estéril.

Añadamos el segundo ingrediente: el impudor o sin-vergüenza. En política -como en la vida- cuenta lo que se dice, pero, sobre todo, cómo se dice. Esta misma semana, los radicales republicanos han expulsado a la congresista Marjorie Taylor Greene por llamar “pequeña zorra” en pleno hemiciclo a una compañera de grupo. Es la misma congresista que se fotografió con sus cuatro hijos, armados hasta los dientes, para felicitar las navidades. Su mentor y fiel defensor, Trump, no dudó en afirmar que a las mujeres había que “agarrarlas por el coño. Puedes hacer lo que quieras”. Y, en nuestro país, Isabel Díaz-Ayuso pronunció -sin inmutarse también- su “¡Que te vote Txapote!” en un pleno de la Asamblea de Madrid en febrero, a sabiendas del daño que eso producía en las múltiples víctimas del etarra.

La lista de invectivas sería larga, pero no hay que fascinarse con los ejemplos y, sí, captar su lógica. Decía Mencius Moldbug, bloguero de la extrema derecha norteamericana, que los exabruptos son un instrumento organizativo más eficaz que la verdad porque “cualquiera puede creerse la verdad, mientras que creer en lo absurdo es una auténtica muestra de lealtad. Y quien tiene un uniforme tiene un ejército”. El impudor atrae votos y votantes porque legitima colectivamente pasiones individuales. Siempre ha habido exabruptos en política, pero se mantenían en el ámbito privado, chascarrillos velados para no autorizar a otros a su uso. Hoy, ha caído el velo y quién no muestra ese impudor, corre el riesgo de ser un ‘flojo’ y caerse del tren en marcha. El impudor no apunta a la verdad, no es un ejercicio de transparencia (“yo hablo claro”), trata, más bien, de deshumanizar al otro, cosificarlo como un objeto (sexual) o como un personaje no humano (perro) para degradarlo en lo más íntimo. No produce claridad en los vínculos, sino que nutre el odio.

Nos quedan los ludibrios, curiosa palabra que designa el “escarnio, burla cruel cuya finalidad es humillar o despreciar a alguien”. En la línea del impudor, pero con un añadido significativo ya que se trata de provocar la risa, compartir con el otro la alegría de esa burla. Es una invitación a ejercer la fiesta que proporciona la ‘libertad’ autoasignada de hacer lo que a uno le satisface. Se trata de una libertad confundida con la idea aristocrática de la soberanía y con la defensa de los privilegios. “Mi Libertad, mi goce”, allí donde gozo soy libre. El éxito de esta fórmula festiva es que promete satisfacción y olvido al tiempo. Preserva el no querer saber, ni de la fragilidad humana (efectos del virus, trabajos precarios) ni del pasado (la memoria perdida, individual o colectiva).

A la izquierda le cuesta encontrar la fórmula para señalar las contradicciones y desigualdades de un neoliberalismo -cada vez más convencido de que la democracia es un estorbo para su crecimiento- y al mismo tiempo, entusiasmar a sus seguidores, más allá de asustarlos con las alarmas de lo que viene. La activista, y luego mística, Simone Weil decía que “la inteligencia no puede ser movida más que por el deseo” y añadía que “para que haya deseo, es preciso que haya placer y alegría.” Sólo por aspirar a esto, vale la pena ir a votar.

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3 comentaris

  1. Luis Manuel Estalayo Martin on

    ¿Mentira= Derecha vs. Verdad=Izquierda? ¿Asi de simple y polarizado? Quién reiteró algo sobre un Comité de expertos en Covid , por ejemplo, no fue la Derecha, ¿no? Quizá ambos términos de esta polaridad que escribes sean marcas de mercado utilizando las mismas estrategias de comunicación para persuadir a sus potenciales consumidores. Lamentablemente

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