Lo más normal cuando paseas es hacerte preguntas, sobre todo si relacionas lo visto con el alrededor para encajar las piezas de un todo. Esto es así en cualquier circunstancia y lugar, si bien en el barrio de las Viviendas del Congreso Eucarístico hay lugares donde los interrogantes proliferan con más prestancia por cuestiones derivadas de la morfología.

A lo largo de estas semanas, he insistido bastante en cómo la construcción de nuestro protagonista se basó en una clave buena y otra más bien prepotente. La primera era positiva, al apostar por los principios de Sol, Aire y vegetación, mientras la segunda remite a la verticalidad del conjunto, contrapuesta a la trama horizontal de los barrios aledaños, como el de Salvador Riera y el de la Jota.

El del Congrés se compone, no me cansaré de comentarlo en aras de su comprensión, de cuatro cuerpos. Tres de ellos se unen con cierta soltura, mientras el cuarto se halla determinado por elementos anteriores a su creación.

En el centro, el cuarto cuerpo de las Vivendes del Congrés Eucarístic.

Estos pueden identificarse con cierta facilidad. El cuarto volumen del Congrés depende de su ubicación entre Concepción Arenal, la masía de Can Ros y las últimas edificaciones dels Indians, en el carrer de Cienfuegos con Jordi de Sant Jordi.

Soteras Mauri, Pineda Gualba y Marqués Maristany, nuestros tres mosqueteros, debieron romperse la cabeza durante años con tal de encontrar una solución para ser fieles a los principios de su gran legado. Para ello, apostaron por una plaza en el centro, complicándose la vida sobremanera en pos de rodearla de las preceptivas viviendas, en concreto cuatrocientas ocho, dos con portería y seis con tienda, a las que debemos añadir un bloque de dos plantas y catorce negocios más.

Estos números corresponden a la estructura, terminada a principios de los años sesenta, configurada por las calles del Cep y Bertrán y Güell, ambas nacidas como extrañas eles hasta acceder a la plaça del Cardenal Cicognani, ágora abierta y con vistas a la finca rural por excelencia de la zona, hasta 1968, cuando se culminó todo el proceso edilicio con más inmuebles en la calle del Cardenal Tedeschini, al fin colmado con ciento cuarenta y seis viviendas acompañadas de seis locales comerciales.

Cruce de la calle Cep con Cardenal Tedeschini, inicio del cuarto cuerpo del Congrés. | Jordi Corominas

El resultado fue un laberinto sólo comprensible si lo caminas para estudiarlo, pues, sin ir más lejos, Cardenal Tedeschini tiene un tramo posterior innominado, casi un apaño para salir de tan complicado trance y consolidar más si cabe la centralidad de la plaza dedicada a uno de los purpurados con más poder del siglo XX, hasta ser designado Secretario de Estado de la Santa Sede poco antes de su fallecimiento, en diciembre de 1973, tres días antes del atentado contra Luis Carrero Blanco, tumba para la supervivencia del Franquismo que, desde aquí, deseamos que no vuelva tras las elecciones de este próximo domingo.

Este cuarto cuerpo, pese a su heterodoxia, se ideó en los años cincuenta y lo enrevesado de su interior pretendía adaptarse al resto desde sus estándares de habitabilidad en consonancia con el objetivo de generar bienestar a sus residentes, sin atender para nada a la evolución del contexto histórico y sus canvios sociales, algo un poco clasista, como si terminarlo bastara para despreocuparse de su progreso.

Parte innominada de la calle Cardenal Tedeschini. | Jordi Corominas

En 1972 se anunció la próxima erección de una escuela para subnormales, era el lenguaje del período, en el carrer del Cep, la de los Santos Inocentes, aún vigente con otro léxico y parámetros sin tacha en su función. Esta vía, silenciosa y anónima como todo su perímetro, reapareció en los titulares de los periódicos sólo en enero de 1982, a causa de un suceso de crónica en la oficina 500 de la Caixa, sita en el número 16.

El lunes 4 de enero de 1982 era otra jornada más en la vida de Manuel Solanilla Prat. Este joven de veinticuatro años había nacido en Cardedeu, y desde 1979 era el encargado de abrir la sucursal. Esa mañana, unos atracadores le dispararon con una escopeta de cañones recortados, abandonada en el patio de la escuela con dos cartuchos, uno ya disparado, con toda probabilidad el causante de la muerte del empleado, inconsciente cuando fue trasladado por los sanitarios a una ambulancia, donde nada pudieron hacer para salvarlo, sólo constatar cómo falleció con las llaves en la mano, factor que añadía más incertidumbre a todo el homicidio, irresuelto y solventado, tras protestas de sus compañeros, con la promesa de aportar más seguridad a las entidades bancarias. La muerte de Solanilla se empareja con la de Francisco Martínez Asensio en 1977, cuando este contable de la fábrica Roselson, dela calle Puerto Príncipe en els Indians, fue asesinado por unos desconocidos en la calle de la Garrotxa para robarle lo retirado en otra caja de ahorros de plaza Maragall.

De este modo, cosas de los márgenes y la violencia de la larga Transición, ambas barriadas, casadas sin haber contraído enlace, se juntaron en la desgracia. Ahora mismo las fronteras entre los lugares son una anécdota para la mayoría. No hace tanto, cuando el lavado de cara barcelonés no era tan obvio como en la actualidad, estos límites marcaban desde lo estético una serie de diferencias notorias.

El cuarto cuerpo del Congrés podía ser glorioso en su diseño, no así en la realidad palpable. No sabríamos nada de todas sus problemáticas de no ser por un aficionado a escribir en la sección de cartas al director. En una de septiembre de 1973, tras descubrir que el municipio tiene un servicio para advertir del mal funcionamiento del alumbrado, se queja de cómo muchos faroles de Bertrán i Güell junto a la plaza del Cardenal Cicognani no se cuidan como es debido, indignándose por la pésima gestión de los gobernantes.

Tramo del cuarto cuerpo de las viviendas del Congrés Eucarístic. | Jordi Corominas

Sus lamentos regresarán el domingo 19 de agosto de 1979 con una misiva de título escalofriante: los drogadictos de la plaza del Cardenal Cicognani, transformada por culpa de esos malhechores, sentados en el recinto de cuatro de la tarde a medianoche, en un antro de vicio y corrupción.

El 28 de mayo de 1980, en una semana donde se detuvieron a sesenta y cuatro delincuentes en la capital catalana, La Vanguardia informaba de la detención de dos camellos en la mismísima ágora. Vendían droga a escolares, un poco lo del caramelo en la puerta del colegio, y a la muchachada del barrio. La nota no menciona qué tipo de sustancias ofrecían, aunque la cosa huele a porro, no a la plaga de heroína que por aquel entonces asolaba a tantas urbes mediterráneas.

En 2023, la plaza del Cardenal Cicognani es una delicia donde nadie reflexiona sobre todas las penurias razonadas a lo largo de estas páginas. Aun así, la maldición del desdén gubernamental sobre la misma no deja de planear en el horizonte, y ahora que tenemos nuevo alcalde le invitamos desde aquí a leernos y, si quiere, a pasear junto a quien escribe para gestionar mejor su ciudad, pues Barcelona no sólo es una postal, sino un mosaico apasionante con una pluralidad demasiado olvidada, a mejorar si la deseamos con todos sus engranajes a pleno rendimiento y sin grietas, se hallen donde se hallen.

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