Como es comprensible, el viajar con continuidad comporta conocer mejor el lugar donde habitas y pensar mejor en sus facetas, a rebosar de marices. Leí, justo antes de transcurrir una semana en el norte de Italia, un ensayo de John Foot sobre la ciudad de Milán, fijándome en su visión de los No Lugares, neologismo acuñado por el malogrado Marc Augé, fallecido a finales de julio.

Según el antropólogo francés, un No Lugar es un espacio intercambiable donde el ser humano permanece anónimo. Entre sus más notorios ejemplos figuran centros comerciales, medios de transporte, salas de descanso, hoteles y supermercados.

La definición de Augé es acertada. En mi imaginación, los grandes no lugares son los aeropuertos y los centros comerciales. Sus extensiones también suelen ser anónimas y su diseño arquitectónico/estético no suele cambiar en exceso el comportamiento de las personas, quienes, no obstante, sí generan un lenguaje acorde con el lugar.

En las instalaciones aeroportuarias no se produce ninguna mutación en el estado de ánimo por las preocupaciones de los usuarios. Si todo va como la seda, el trámite es pasar el control, esperar la cola y subirte al avión. En caso de retraso, sí pueden nacer instantes bastante surrealistas, asimismo inseridos en los códigos de esta ecuación.

Un supermercado no tiene porqué ser un No Lugar, sobre todo si hablamos de los de barrio, con saludos y sonrisas por la rutina, menos frecuente en grandes superficies comerciales. Mientras escribo, acude a mi cabeza el Centre Comercial Diagonal Mar, nada sorprendente por dos motivos.

Turistas haciéndose un selfie | Jordi Corominas

El primero parte de una anécdota lejana, cuando lo vi desde un taxi y me pregunté qué narices era esa mole blanca tan impersonal. El segundo es porque, desde mi punto de vista, hay No lugares al aire libre y el terreno del Fórum de Las Culturas de 2004 es paradigmático, más aún en contraposición con otras experiencias europeas, como el BAM milanés.

Lo exterior es un extra a todo este discurso. Los jóvenes se sitúan en grupos cerca de las sedes de los almacenes o complejos multiusos para la compra homologada. Su amistad no sucede en el interior, permanecen fuera, con toda seguridad porque estos enclaves ahora son los sucesores de las iglesias de antaño en centralidad de sus zonas.

Milán no quiere irse del texto porque es parte integrante del mismo. La piazza del Duomo y la Galleria son su particular parque temático, además de, no por casualidad, símbolos universales de la capital lombarda. Sus residentes tampoco evitan a sus mitos; sin embargo, estos se hallan copados por un turismo salvaje y, en general, bastante inculto, que relaciona su visita al dúo, completado un poco más allá de la Scala, más con la Semana de la Moda y no tanto con la Historia Cultural.

Turista posando en la Galleria de Milán | Jordi Corominas

Ello es perceptible por cómo ocupan las vistas a la magna catedral y la estructura de la Galleria como una pasarela para desfilar, perfeccionar sus poses y hasta portar vestidos concebidos para la ocasión, todo por el sumo dios del Me Gusta de las redes sociales y la identificación del viaje frívolo con sacarse fotos idénticas, sólo distintas por la composición genética de los retratados.

En Roma, la Fontana di Trevi es la meca de este panorama. En muchas de mis fotos del sitio se verifica cómo nadie mira la obra, más bien sus teléfonos y el espectáculo, esa es otra idea clave, del alrededor. Los niños suelen quebrantar la norma al admirar el Arte, extasiados por esa inexplicable novedad, sin casi relato a través de sus guías adultos.

Turistas en la Fontana di Trevi | Jordi Corominas

En el Duomo, antes alfa y omega para la cotidianidad de la urbe norteña, cacé al vuelo muchas conversaciones de turistas del Cono Sur, embriagados por el esfuerzo de Gaudí. Confundían la Sagrada Familia con esa maravilla justo delante de sus ojos.

La Basílica de Gaudí es el sacrosanto No Lugar de Barcelona. Lo mencionado de estos espacios en Italia vale para la Ciudad Condal. El trecho no peatonal de la fachada principal, se tejió para mayor gloria de los visitantes de BCN, salvo durante la Pandemia, cuando los habitantes de Barcelona la hicieron suya para alegría de los más pequeños.

Barceloneses aprovechando el tramo pacificado de la Sagrada Familia durante la Pandemia | Jordi Corominas

Esos metros son una mina para sacar fotografías de los guiris haciéndose selfies. Como no miran, tampoco se enteran de lo que ven, obcecados en su propia imagen y el yo estuve aquí de lo efímero.

La plaza con el laguito aún sobrevive como feudo de interacción social por los señores de la Petanca, amos tras la expulsión de los aficionados al cruising homosexual a altas horas de la madrugada.

En el ágora con vistas a la fachada de Subirachs no existe esta vida barcelonesa. Un porcentaje considerable de sus bancos acogen a los extranjeros, muchos de ellos cansados del autobús, legendario transporte en esos aledaños, amenazados más aún en su ser de la ciudad por la hipotética construcción de la escalera del templo, que conllevaría expulsar a miles de vecinos, avisados, sí, pero hace casi cincuenta años. En esta plaza hay un urinario, algo milagroso en Barcelona, donde en vez de poner receptáculos para saciar la urgencia se prefiere aumentar las multas por mear en la vía pública.

A mi parecer, un espacio urbano es trascedente si mejora la existencia de los ciudadanos. La Sagrada Familia podría haber sido una especie de conexión entre el centro y los márgenes del viejo Sant Martí de Provençals. La morfología de sus cercanías confirma su condición de molestia y bicho raro. Abajo, las calles se nutren de pasajes para forjar una identidad intransferible sin apenas vínculo con la máquina de hacer dinero. Arriba, la avenida Gaudí es perspectiva sin nada práctico del todo al engarzar dos Modernismos de primera categoría.

La Sagrada tiene a una nada varios caminos antiguos. Estos aseguraban, como la carretera d’Horta o el camí d’Enamorats, el tránsito de la Barcelona antigua a los pueblos del Llano. Ahora, si bien la Diagonal puede solucionar el entuerto, su posición es de obstáculo y sólo simboliza a la capital catalana desde el parque temático, pues en el curso de la ciudad es un doble veto, tanto por la renuencia de los ciudadanos a su supuesto encanto, de hecho han sido expulsados, como por no ejercer ninguna función dentro del entramado urbano, perjudicándolo.

El segundo No Lugar Condal sería la Rambla. Algunos sumarían más ingredientes al plato. El passeig de Gràcia aún es, pese a todo, una avenida empleada por barceloneses y guiris, como rambla de Catalunya. La homónima plaza se aproximaría más a la personalidad ramblera porque nadie se queda en ella, salvo los de afuera con las palomas.

El mercado de la Boquería | Jordi Corominas

Ahora la Rambla está en un supuesto proceso de renovación, prometido por el anterior Consistorio. Hay muchas arterias europeas donde no vive casi nadie. La peatonalización del Corso de Roma le ha conferido otra idiosincrasia, mucho más dinámica según mi punto de vista.

El problema en la Rambla es como ha sido derrotada en su utilidad, hasta asesinar sus rasgos biográficos. Su vuelco acaeció después del Fórum de las Culturas y desde entonces los barceloneses no la pasean como era tradición, a lo máximo la cruzan para acercarse a Urquinaona o el Raval, sectores donde el aire libre si corresponde a todos porque sus pulmones económicos no sólo apuestan por una de las dos compañías en liza, turistas y ciudadanos.

De este modo, quizá quede claro como los parques temáticos al aire libre de las ciudades del siglo XXI son No Lugares excluyentes para los residentes, quién así asumen y luego acatan la recomendación no escrita de buscar su Milán o Barcelona en otras barriadas porque los hitos de postal no són de eixe món.

Estos espacios conllevan una concentración humana odiosa, causante de esa sensación de sobredosis turísticas. En los viajes también descubres mentiras sobre el grado de turistas inscritos. Por desgracia, la época, entre el gasto de ahorros familiares tras la Pandemia y una forma de viaje focalizada en dos esencias, no es de gran calidad entre este gremio, por lo demás sin duda numeroso, sin serlo tanto como nos han vendido.

El passatge de Canadell | Jordi Corominas

Es fácil notar más giros de ciento ochenta grados si nos alejamos de estos meollos. A pocos metros volveremos a la realidad. De la Sagrada Familia al passatge de Gaiolà o el de Canadell distan pocos metros, donde todo tiene una textura diametralmente opuesta. El milanés que sube por via Brera, menos masificada pese a la Pinacoteca, o el romano que se zambulle desde Trevi hacia Barberini respirará como el jaleo disminuye porque todos estos No Lugares hacinan a sus visitantes, quedándose el campo circundante abierto, corroborándose su separación.

¿Pueden modificarse para mejorar la vida de la ciudadanía? ¿Tienen posibilidad de enmienda? En la próxima entrega llegará la respuesta.

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