Pensaba estructurar esta serie en tres reportajes. Serán dos porque la comparativa del que estás leyendo pretende ser clara y lógica con relación al modo de gestionar espacios con posibilidad de ser centros urbanos, hasta desplegar nuevos ejes y lenguajes por la mezcla de lo nuevo con lo viejo.

En la primera entrega, vimos cómo los No Lugares al Aire libre recorren el Viejo Mundo con unas características comunes, tales como la expulsión del ciudadano, formar parte del parque temático y tener un código propio entre la exclusividad para el foráneo y su imposibilidad por aportar algo a la ciudad en un sentido de enlazar barrios o propiciar una Cultura con identidad propia.

En realidad, estos No Lugares al Aire libre ya la tienen, pero es eso, no es de este mundo, no desde luego del ciudadano barcelonés si piensa en la Sagrada Familia o la Rambla. La pareja es familiar y acude mucho más al imaginario que el parque del Fórum, residuo del evento fallido de 2004, el del carnaval de Carlinhos Brown, los guerreros chinos y la especulación para abrir el segundo frente marítimo, con muchos hoteles a la vera del recinto.

El origen del Fòrum tiene en sí todos sus pecados originales. Al mancillar la Historia del lugar sin honrar su memoria, demostró como el presente podía enterrar el pasado sin piedad. El recuerdo de los fusilados, de 1939 a 1952, de la ocupación de Barcelona al Congreso Eucarístico, queda en un muro con sus nombres, muy desastrado y menos cuidado.

Sector de juego infantil en el BAM | Jordi Corominas

Al terminar el Fòrum de les Cultures, su parque fue el solar enorme de una derrota no muy visible porque el acontecimiento, del que ahora se cumplirán veinte años, tiene algo de amnesia municipal, contagiada a los habitantes, quienes sonreirán al rememorar esos meses, el cénit del Alcalde Clos desde su perversión a una herencia de Maragall.

Esos meses fueron de riqueza en debates y visitantes en aluvión sólo al cierre. La imagen era muy la de esa Barcelona a tope de optimismo y pegajosa, engañada como el resto del país, cuando los jóvenes no podían emanciparse y la burbuja inmobiliaria iba loca, como en el Fòrum o sus aledaños.

El barrio del Front Marítim y Diagonal Mar es el vecino rico de esa rémora de cemento y verticalidades. Su renta per cápita se añade a un territorio vago en sus fronteras identitarias, hay sectores suyos muy Poblenou, y una vida cotidiana a mi parecer muy de incomunicación posmoderna, como esa mañana durante la Pandemia en el parque de Diagonal Mar y una señora contándome su indignación porque, en algún momento del confinamiento duro, habían quitado los patos.

La torre Pirelli desde la plaza de la estación Central | Jordi Corominas

Este desdibuje de los límites entre barrios desaparece en la divisoria entre el polígono sudeste del Besós y las estribaciones del Fórum. En ese punto cambia la vegetación como guinda a las diferencias estéticas entre los edificios y sus épocas, sobre todo por sus proyectos.

El Besós Maresme es un barrio pobre, como todos los de los aledaños, salvo el del Front Marítim y Diagonal Mar, cuya irradiación se extiende hacia una suma de No Lugares, del centro comercial al parque del Fòrum, del Residencial Antares con pisos de lujo a la torre Telefónica.

A la izquierda, los jardines verticales del BAM | Jordi Corominas

El parque no rechaza a la ciudadanía, pero tampoco invita. Su concomitancia con otros No Lugares al Aire libre sería la desolación de verlo en un día de cada día, con pocos caminantes, algún corredor y una actividad muy difusa, algo quizá reforzado por la percepción del entorno, con las chimeneas de Sant Adrià al fondo, la placa fotovoltaica y el aspecto general de parque de atracciones de Blade Runner, siempre a rebosar durante los festivales, donde cada vez es menor la presencia nacional, muy a lo Rambla o Sagrada Familia.

El gran problema del Fòrum es cómo se desaprovecha. Muy pocos sabrían hablar más de un minuto sobre su parque, algo muy bestia al tratarse de un inicio y final de la avenida más larga de Barcelona, la Diagonal. Su fondo, o quilómetro cero, podría ser verde y marítimo. De lograrse esa combinación, perdería su aura funeraria, arquetípica de desperdiciar las oportunidades de una Expo, hasta reconvertirse en un pulmón concurrido, en harmonía con todos los rascacielos de la proximidad.

De este modo, El parque del Fórum dejaría de ser un residuo de Barcelona, la carta para algunos eventos y poco más, sin predicamento en la cotidianidad. Su ubicación y el desacierto en su diseño, inactivo y sin reflexión desde hace años, deberían plantear un giro de 180 grados en el asunto, con opciones y antípodas en Milán.

Via della Liberazione, entre el BAM y la estación Central | Jordi Corominas

La capital lombarda era fea, la catalana era bonita. Las dos con equipos de fútbol y una mentalidad norteña, diferencial en sus respectivos países y causa de su buena fama internacional desde distintas premisas.

Milán tiene un surtido indiscutible de grandes eventos y a lo largo de esta década ha liquidado ese sambenito de niebla y gris, con el lugar común de ser sólo el Duomo, la Galleria y la Scala.

Quién tenga esa visión y ahora la pasee se sorprenderá de cómo el centro no es ningún infierno, con mucha zona peatonal y bastantes vías de tráfico poco intenso. En esta ciudad, no deja de ser muy estimulante cómo la comunicación entre las puertas viejas aún es muy efectiva, en gran parte por el entramado, donde todos estos ingresos se engarzan muy bien entre sí, algo que permite caminar muy bien Milán, pues de un enclave a otro puedes gastar poco tiempo.

Quizá el único paraje entre puertas a revigorizar, como se hizo con los canales Navigli hasta lograr un poderoso centro ciudadano y de ocio, era el de Porta Nuova, pues generaba, o eso puedo intuir, un hueco colosal de la estación Central a los barrios aledaños de Porta Garibaldi, con otro apeadero de mucha importancia, e Isola.

En 2015, Milán organizó su Expo y tumbó de un plumazo el dicho según el cual estos eventos solo pueden acarrear un desmorone. La operación, como en las Olimpiadas de Barcelona, no se desarrolló sólo para la cita, rentabilizándola desde mucho más allá, con horizonte de futuro.

Vista del BAM | Jordi Corominas

En mi último viaje a Milán, tuve la ocasión de comprobar su impacto desde múltiples significados. Sin duda, ha sido un éxito a la hora de dinamizar Porta Nuova y enmendar dos taras en las cercanías con La Centrale, las de la inseguridad y una fealdad bien pegada a su mano.

Aún, si subimos hacia la estación de Rocco y sus hermanos por Piazza Garibaldi, se percibe un horror antiestético en piazza della Repubblica, disipado cuando se huele el BAM, el parco degli Alberti, nuevo centro milanés fuera del mismo, algo propio de las ciudades que tienen muchas en su interior.

En lo urbanístico, tiene el mérito de hilar la Centrale con Garibaldi y Porta Nuova. En la Expo fue un campo de grano en cinco hectáreas de sus diez, muy en sintonía con los lemas de sostenibilidad, heredados en el BAM actual, inaugurado en 2018 y resurrección, que nunca se fue, del win win si aúnas inversión pública y privada.

Esta última tiene al final del parque, en la plaza Gae Aulenti, unas escaleras hacia porta Garibaldi y sus arquitecturas de hace un siglo, con el cementerio Monumental a pocas centenas de metros. Más cercana queda la perspectiva de antiguo y moderno desde esta puerta, o la Fundación Feltrinelli, nuevo emblema a una nada de una calle donde aún sobreviven case di ringhiera, corralas milanesas.

El BAM | Jordi Corominas

En fin, el BAM ahora mismo es quizá uno de los conjuntos más impresionantes de nuestro siglo europeo. A diferencia del Fòrum, conecta y mejora los barrios, es un incomparable jardín contemporáneo y, además, imbrica distintos sectores en el parque, todos ellos bien distribuidos y aprovechados por la ciudadanía, quedándose la conexión con lo colindante casi como algo anecdótico por la vida del lugar.

En él hay espacios de juego, así como rincones con tumbonas donde muchos leen o duermen, algo muy jardines de Luxemburgo, aquí con los verticales de Boeri como fondo junto a una casa popular más bella por el arte urbano.

Mires donde mires, es muy chocante mover los ojos y dar en todos lados con vivencias humanas distintas. Los niños juegan cobijados del sol, los mayores se ejercitan o caminan sin prestar mucha atención por la tranquilidad emanada. Los rascacielos no son agresivos, tampoco la transición hacia la entidad en sí de la plaza Gae Aulenti y su apoteosis del consumismo, con tipos humanos llenos de bolsas, sin histeria, y adolescentes apostados en las puertas de las marcas de postín.

Las gandulas del BAM | Jordi Corominas

La sensación de nula contaminación acústica es otro logro. El BAM es un modelo, así como su entorno hasta la estación Central y la prosecución hacia Isola o Garibaldi. Antes podías ir de esta a Brera y comprendías un Milán. Ahora puedes llegar desde la Centrale y entenderás uno nuevo, bien aprendido por su unidad estética, con un faro predecesor, una bisagra, con la Pirelli, de Gio Ponti.

Hace poco, con motivo de una charla en la radio sobre mi libro Bohigas contra Barcelona, me preguntaron sobre si Barcelona no se miraba demasiado a sí misma. Respondí que sin duda, con el extra de ser más bien de psicoanalista argentino. Tanto mirar hacia adentro hace más farragoso mejorar, pues sin el afuera y la evolución de la época no se puede avanzar para borrar agujeros negros, como el Fòrum, hasta refundarlos, felices.

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