Antes de las elecciones generales, Carles Puigdemont juraba y perjuraba que no haría presidente a Pedro Sánchez. El PSOE era uno de los verdugos del independentismo, un adalid del 155 y, en el peor de los días, unos ñordos tan malvados y peligrosos como el PP, pero algo más cínicos e hipócritas que estos. Para Pedro Sánchez, el expresidente Puigdemont era un tránsfuga irredimible, un traidor a la sagrada Constitución española y, algunos días, un nacionalista empedernido que flirteaba con los discursos xenófobos de la extrema derecha. Pero pasaron las elecciones, y de un día para otro, todos los insultos, los reproches y toda la “inteligencia” orientada a sostener estos relatos, caían en picado. No hay nada que una más que la necesidad mutua.
La sensación en estos momentos es que el acuerdo está más cerca que el desacuerdo. Tras la visita de Yolanda Díaz a Carles Puigdemont, se empieza a respirar cierto ambiente de optimismo, pero todo deberá desarrollarse siguiendo el baile de las apariencias. La condición fijada por el líder de Junts per Catalunya, a quien el destino le ha dado la oportunidad de resurgir de las cenizas, es, por un lado, la amnistía, y por el otro lado, avanzar hacia el reconocimiento del derecho de autodeterminación, sea lo que sea lo que esto significa. Para que el acuerdo acabe fructificando, ambos bandos tendrán que poder sacar pecho y reivindicarse como “ganadores” de las negociaciones. La ecuación ganadora la tienen igual de clara en Ferraz como en Waterloo: amnistía sí, referéndum no.
Si Puigdemont da el paso y Junts per Catalunya se convierte en un partido convergente, el expresidente tendrá que enfrentarse a las críticas más duras posibles por el orgullo de un partido nacionalista: traidores, botiflers, españoles. Si acaba haciéndolo Pedro Sánchez, la oposición que deberá enfrentar será más seria. La amnistía representa una dificultad política y legal mayúscula que toca el corazón de los poderes del Estado, aquellos que durante décadas han hecho de la “unidad nacional” un axioma vital.
El “problema catalán”, por motivos de origen que se remontan a la conformación de España como estado nación, ha contado en democracia con el Tribunal Constitucional como principal motor de disrupción y conflicto. Aún hoy escuece la sentencia que tumbó el Estatuto de Autonomía. Sin embargo, entonces el TC tenía mayoría conservadora, mientras que ahora son los progresistas quienes tienen la sartén por el mango. ¿Cuán “progresistas” deben ser los miembros del TC para legislar a favor de una idea plural y descentralizadora de España? Este es un misterio aún por resolver. Así que sí, el esfuerzo que deberá realizar Pedro Sánchez para conseguir un encaje legal que justifique la amnistía será importante. Contará, como ya es costumbre, con la oposición del expresidente de España y líder socialista por antonomasia, Felipe González, que sigue empeñado en madurar a la inversa que el vino.
Por último: Feijoo y Junqueras. Tanto los líderes del PP como de ERC se encuentran en fuera de juego, pero por muy distintas razones. Lo que está ocurriendo con las negociaciones con Puigdemont enfurecen al militante convencido de ERC, y podría argumentarse que razones no les faltan. Junts per Catalunya está haciendo exactamente lo mismo que ERC lleva haciendo, con cierto éxito, en los dos últimos años. Porque, si la amnistía se considera un éxito del trabajo y del ingenio negociador, los indultos también lo son. La única diferencia es que Junts per Catalunya ha puesto todos los palos posibles a la estrategia negociadora, mientras que ERC, hoy, apoya el cambio de rumbo que está efectuando Junts.
Feijoo, por su parte, añora los buenos tiempos del “pujolismo”, y derrama lágrimas de cocodrilo mientras da luz verde a extender los pactos con VOX por todas partes. Las contorsiones que están haciendo Junts per Catalunya y el PSOE para justificar sus movimientos son extraordinarias, pero que el PP haya tenido el atrevimiento de sondear a los postconvergentes sobrepasa toda línea imaginaria del ridículo ajeno. Una vez más.