Hay ciertas convenciones que asumimos de forma casi incuestionable. Nos movemos por el mundo leyéndolo continuamente y, en este sentido, damos por descontadas muchas cosas, probablemente demasiadas, cuando nos relacionamos con nuestro entorno. Así, habitualmente asociamos a la derecha ideológica una serie de valores y características. Por ejemplo: la defensa del orden y la utilización de ciertos mecanismos de control y vigilancia y, de forma más específica, la plena conformidad con el monopolio del uso de la violencia por parte de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. En este sentido, la protesta en las calles no suele ser un recurso habitual de las personas de derechas. Esto ha sido habitualmente así por razones obvias: la movilización en las calles implica siempre un cierto grado de disconformidad y desconfianza respecto a que la vía de la política representativa vigente (el sistema) pueda ser suficiente para resolver cualquier malestar social.
La derecha sociológica se vincula, especialmente en países como España, con una fuerte raíz conservadora, lo cual se suele traducir con una confianza en que las instituciones disciplinarias del Estado son eficientes y suficientes para regular la convivencia ciudadana, anteponiendo el Orden a otros criterios como la contestación social. Por supuesto, hay infinidad de matices y reflexiones que no se pueden abordar aquí y, de hecho, quizás el planteamiento parezca algo caricaturesco por su excesiva brevedad y simplificación. No obstante, habida cuenta de lo que observaremos en este escrito, lo caricaturesco no sobra. No sobra en absoluto.
En las protestas que se han venido sucediendo durante estas últimas semanas en Ferraz, en teoría a raíz de la concreción de una ley de amnistía entre Pedro Sánchez y las fuerzas independentistas catalanas (ERC y Junts), se han visto estampas variopintas y muy diversas que han resultado cuando menos curiosas para quienes están alejados ideológicamente de esa mayoría de manifestantes: rezos públicos del Rosario, personas manifiestamente confundidas (¿Contra quién vamos? espetaban dos señoras hace unos pocos días), otras personas con escasa verborrea y un conocimiento muy difuso, defensores de la patria que no podían comprender por qué la policía actuaba contra ellos (por putodefender España), conspiranoia (con su correspondiente apelación a la plandemia), etc. Por supuesto, también hemos encontrado grupúsculos de extrema derecha (neonazis, filofascistas varios, etc.). Sin embargo, los grupos de extrema derecha agitadora no los estimo particularmente interesantes porque su presencia y su actuación, en mayor o menor medida, entraban dentro de lo que se esperaba (además de que es más frecuente). Pero no ha sido así con los otros grupos de la lista. Estos son los que han provocado una perceptible estupefacción y cierto regocijo en la izquierda o, al menos, en quiénes se alejan ideológicamente de los manifestantes de Ferraz.
Pero, ¿por qué? ¿de dónde emerge esta sensación? Mi tesis es clara y diáfana al respecto: nadie se esperaba que la caricatura que se tenía sobre el conservador medio de este país fuera tan real. Hasta tal punto esto ha sido así que la realidad ha superado las expectativas de la propia caricatura.
¿Qué es una caricatura? Se entiende como caricatura una suerte de imitación algo deformada pero, y esto es lo crucial, siempre basada en un sustrato auténtico, en algo que se está dando. La caricatura no inventa, exagera. Aunque quedarnos únicamente con la exageración es perdernos los matices y la profundidad de lo que implica una caricatura. La caricatura insiste, repite aquello que es más característico de lo que se caricaturiza. Sí, otro asombro: lo más singular no es irrepetible, sino todo lo contrario, es algo que se repite. Esto es así porque nuestra configuración personal, aquello que nos hace quiénes somos, está repleta de tics, gestos, formas de expresión que, en su combinación, nos convierten en más o menos diferentes a los demás pero que, en realidad, son formas observables y, por lo tanto, imitables.
Así, la caricatura del conservador promedio se inspiraba en gestos que antes fueron observados y posteriormente utilizados para la construcción de la misma. No obstante, la observación continuada de la caricatura, pero sin el referente en el que se inspira, hacía que, de alguna manera, olvidaramos que la caricatura no es solo exageración: hay verdad en ella.
De este modo, la colisión entre el escenario inusual que supone la protesta en la calle con los referentes reales en los que se inspiraba esa caricatura generó un curioso efecto: el facha, el ultracatólico o el conspiranoico, por citar solo unos cuantos, resultaron ser más facha, más ultracatólico o más conspiranoico que la idea que teníamos de él. Estos hacían cosas que nuestra imaginación no se atrevió a atisbar porque ya pensábamos que nuestra idea sobre ellos era demasiado exagerada. Pero no, la caricatura iba a rebufo de su original y no al revés. Y siempre suele ser así. Porque si el humor siempre sorprende, el encuentro con lo real acaba siendo aún más hilarante.