Cuando los cartógrafos del Renacimiento llegaban al límite de lo conocido escribían en sus mapas la frase “Aquí hay dragones”, acompañada con dibujos de extrañas criaturas mitológicas.
Hubo que esperar hasta 1931 para que el científico Alfred Korzybski señalase algo tan evidente como que “el mapa no es el territorio”(1). Axioma que Jorge Luis Borges ilustró en el relato Del rigor de la ciencia, donde describe la inutilidad trágica de un mapa perfectamente preciso del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él.
Enfrentado a lo imposible de representar, el ser humano prefiere tener un mapa equivocado en lugar de no tener ningún mapa en absoluto. El esfuerzo de representación del mundo conduce a una sucesión ad infinitum de mapas de mapas, ya que siempre quedará un resto que escapa a semejante empresa.
Los nuevos cartógrafos son los científicos que exploran el cerebro humano. Aspiran a conseguir un mapa exhaustivo de sus circuitos y conexiones para comprender las propiedades intangibles de la mente, como pensar, escribir poesía o enamorarse, a la vez que predicen el nacimiento de una nueva clínica que resolverá las enfermedades mentales.
La tarea es titánica. Para mapear “un solo milímetro cúbico del cerebro humano se requieren 225 millones de imágenes y 1,4 petabytes”(2). La nueva cartografía de la conectividad trabaja con una petaescala que invierte la característica de los mapas geográficos basada en la reducción de lo representado. Es evidente que se enfrentan a serios desafíos técnicos, pero ese no es el único problema, ya que la técnica avanza sin cesar. Lo terrible es que están buscando en el lugar equivocado. El santo Grial del mapa cerebral no les dará ninguna respuesta sobre los misterios del ser hablante, salvo las referidas a las lesiones cerebrales.
Sigmund Freud, que también era neurólogo, inventó un nuevo recurso consistente en escuchar al ser hablante que sufre, porque solo siguiendo sus palabras podremos aproximarnos a la causa de su malestar, así como a su tratamiento. Fue el pionero de una nueva vía de exploración del territorio ignoto de cada sujeto: el inconsciente y la pulsión de muerte.
Jacques Lacan tomó el relevo de la exploración freudiana, aportando los elementos necesarios para establecer el campo del goce. Se cuenta que cuando conoció a Noam Chomsky en el Instituto de Massachusetts le dijo: “Pensamos que pensamos con nuestros cerebros, pero personalmente yo pienso con mis pies. En ocasiones pienso con mi cabeza, como cuando choco con algo. Pero he visto suficientes encefalogramas para saber que no hay indicios de pensamiento en el cerebro”.
Hay muchas maneras de pensar, según la parte del cuerpo que se privilegie, porque pensar no es una actividad cerebral sino un afecto que nos tortura, nos corroe, nos obsesiona y nos lleva al delirio vulgar o psicótico. Imaginarlo en el cerebro es la representación más común y la más errada.
Padecemos la acción del parásito que introduce el lenguaje y que nos convierte en seres hablantes (no traten de representárselo) y con este destino común cada uno tiene que encontrar un saber hacer para penar lo menos posible.
Lacan nos ofrece el ejemplo personal de un pensamiento en movimiento que se abre camino sorteando los obstáculos, pero asumiendo lo imposible. Signo de un verdadero deseo de romper con el loco afán de representación que enloquece al ser hablante.
[1]Jorge Luis Borges. “Del rigor en la ciencia” (1946). En: “Los anales de Buenos Aires, marzo de 1946). Publicado en la segunda edición de “Historia universal de la Infamia”, 2a. ed.
[2] https://ai.googleblog.com/2021/06/a-browsable-petascale-reconstruction-of.html
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El inconsciente, la pulsión de muerte y el goce; tres enclaves de como el sujeto se representa en el mundo de lo Real y apenas balbucea sobre su estar en el mundo por medio de lalengua, todo lo demás no es más que una tomografía oscura y sin sentido.
Freud en base a la escucha encontró a fines del siglo XIX las ” vías de facilitacion” de la satisfacción pulsional. los ” cerebristas” las descubrieron hace poco…