Con el recuerdo aún fresco de los ágapes navideños, me dispongo a introducir un concepto que no sé si será muy fructífero, pero que sin duda resonará muy mucho en buena parte de  quiénes leen estas líneas: hablemos de anarcocuñadismo

Sí, en los últimos años y, especialmente, en las fechas más recientes, quien más, quien menos ha oído hablar de libertarismo, de liberalismo libertario o de anarcocapitalismo. A pesar de que estos son conceptos diferentes que refieren, por lo tanto, a cosas distintas, se han empleado de forma simplificada en el lenguaje político trasladado a los (y por los) medios como prácticamente sinónimos. Y aún con todo, tampoco se ha trasladado al público general una definición precisa y acotada sobre lo que evocan dichos conceptos. Para ser justos, sí, se ha entregado una noción bastante genérica y meridianamente clara: algo que tiene que ver con la radical libertad del individuo.

La libertad es algo maravilloso. Como concepto, fabuloso. ¿Quién no apreciaría la libertad? En principio, nadie se opondría, de buenas a primeras, a un concepto como el de libertad. Eso sería propio de tiranos.

Sin embargo, ¿qué es la libertad? ¿cómo la definimos? He aquí un problema que no es menor: no hay un único concepto de libertad y, por lo tanto, cuando la describimos, la describimos en base a un marco teórico determinado. No se puede pretender dar una aproximación ni siquiera a los principales conceptos de libertad en un artículo de estas dimensiones y características. Así que me dispongo a ir al grano.

A grandes rasgos, el concepto de libertad que opera como vector general en estos discursos que se reiteran tanto en la actualidad parten de una concepción que la entiende, en términos políticos, como libertad negativa. Este concepto fue célebremente utilizado por el filósofo Isaiah Berlin en el ensayo Dos conceptos de libertad (1958). De forma resumida y para rescatar lo que necesitamos aquí, la libertad negativa hace referencia a que uno es libre para hacer lo que quiera siempre y cuando su libertad no interfiera en las acciones libres (en la libertad) de un tercero. Es decir, lo que regiría principalmente sería el principio de no-interferencia, un principio que a veces se resume de un poco caricaturesca, cuando no grotesca, con la archiconocida frase: tu libertad acaba donde empieza la de los demás. Por supuesto, la libertad negativa es un concepto que hace referencia de forma exclusiva a los individuos y no es aplicable (al menos no sin ciertos problemas) a las colectividades, comunidades, etc.

Algo que a menudo se pasa por alto con este concepto es que, aunque asumamos como válido y apropiado el principio de no-interferencia individualista, no es en absoluto obvio lo que significa interferir o no en la libertad de un tercero. Por ejemplo, ¿una desigualdad extrema de la riqueza y una fuerte jerarquización social interfiere o no en la libertad de muchos individuos para proyectar sus metas? No puedo ahondar en esta cuestión, aunque daría para muchos artículos. Y para muchos libros (de hecho: ha dado y dará).

Sin embargo, como esbozo, una idea de la libertad que pase por la no-interferencia suena muy sugerente, sobre todo si nos evitan el suplicio de entrar en los detalles y pormenores (no seáis aguafiestas, por favor: amad la libertad por encima de todas las cosas).

Así, ante la dicotomía de ser o no ser libre, ¿quién iba a preferir no serlo? Uno debería tener la libertad de tomarse unas cañas, independientemente de la pandemia que pudiera haber. Uno debería poder elegir qué hacer con su dinero, siempre. Uno debería poder vender órganos de su cuerpo, ¿o diréis que no? ¿Es que acaso nuestro organismo no es propio en la medida en la que es una propiedad de la que dispongo? ¿Es que acaso si tengo capacidad de consentir no voy a poder hacer lo que me de la real gana?

Tal vez, alguien a estas alturas pueda pensar que estoy frivolizando con algo serio, con algo que no debería admitir estos comentarios y rintintines. Pero, a decir verdad, estos debates se han tenido y se están teniendo y, lo que es peor, no me ha hecho falta caricaturizarlos para que cupieran en este artículo: sin exageración, porque estos debates suelen plantearse de forma dicotómica, y como una lucha entre la libertad y la servidumbre.

De este modo, los mensajes a propósito de esta forma de libertad que aquí estoy detallando han fagocitado lo que yo denomino como anarcocuñadismo. Es decir, dícese de una concepción sobre que la libertad entendida como no-interferencia es buena siempre per se, sin consideraciones ni circunstancias a tener en cuenta, que no admite discusión, ni matices de ningún tipo.

Así, si el fagocitador de ideas de turno aparece diciendo que bajar los impuestos es siempre y en todas las circunstancias algo bueno para todo el mundo: se compra la idea (acotación: se entiende aquí que un impuesto es la privación de operar con libertad respecto al capital propio). Por lo tanto, un/a anarcocuñado/a detestará las paguitas, aborrecerá lo público y venerará la iniciativa privada, sea en la modalidad que sea.

La añadidura del adjetivo cuñado al sustantivo de anarcocuñadismo se comprende ahora de forma clara. La libertad utilizada como un tema de discusión corriente sobre el cual se repiten multitud de eslóganes que raramente se cuestionan, la libertad como algo muy acotado pero que, en cambio, parece muy difícil de poder definir.

Y me pregunto yo, ¿no estaremos predicando con la libertad de quiénes quieren comprarlo todo sin restricción? ¿Incluidos a nosotros mismos?

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