De todas las historias, epopeyas y narraciones que recorren la presencia del ser humano en el planeta Tierra, el origen y el devenir de los perros es con toda seguridad una de las más asombrosas.
La domesticación de otras especies, con especial énfasis en plantas y animales, es una constante humana, especialmente a partir de la revolución neolítica. La agricultura y la ganadería significan no solo la sedentarización de un ser humano, que a partir de ahora tendrá una cantidad regular, y más o menos constante, de alimentos y, por primera vez, cierto excedente en algunos momentos puntuales, sino la intervención en el medio de otra forma aún más potente en cuanto su irreversibilidad: la domesticación.
La domesticación de especies no significa solamente, como a veces se suele pensar, la voluntad de controlar ciertas aptitudes de las criaturas: que sean más dóciles u obedientes, por ejemplo. Esto, por supuesto, suele ser un criterio muy a tener en cuenta, sobre todo a la hora de hablar de animales. Pero domesticar es mucho más. Significa escoger los frutos más dulces para recolectar y sembrar sus semillas, con el fin de que cada vez la fruta que tengamos sea más dulce y se vayan descartando los ejemplares más amargos. Significa dejar morir a ejemplares de animales demasiado grandes o demasiado pequeños para los fines a los que los queremos destinar, mientras seleccionamos y promovemos la reproducción de aquellos ejemplares que sí que nos pueden resultar útiles para dichos fines. Es decir, hay una vinculación estrecha entre domesticación y selección artificial. Y sí, en la domesticación se da control y voluntad de dominio.
En todo caso, la domesticación de los perros tiene ciertas particularidades que la hacen un fenómeno único dentro del enorme proceso de domesticación que inicia el ser humano para con muchas especies.
¿En qué consisten las particularidades del perro? Para comenzar, el proceso de domesticación del perro se produce un poco antes que el de los animales de ganadería, y se estima que se da por una convergencia inicial de intereses: los perros obtienen alimento de los asentamientos humanos, mientras estos obtienen una mayor vigilancia y protección gracias a los canes.
Con independencia de que este fenómeno se produjera por estas razones y de este modo, lo cierto es que las particularidades del perro saltan a la vista.
Tal vez la más palpable de estas particularidades es que, si bien los perros han cumplido funciones de trabajo para el ser humano, también han formado parte del hogar, a diferencia de la mayoría de animales de ganadería. Es decir, el perro ha tendido a estar dentro de casa, aunque inicialmente solo fuera por su labor de guardián, y, en este sentido, ha estrechado lazos con el ser humano que eran imposibles para otras criaturas (con, tal vez, la excepción del caballo en contextos muy determinados y mucho menos generales). Estos lazos no solo acabarán redundando en una suerte de empatía humana para con ellos que difícilmente puede encontrar parangón, sino que precisamente por lo delicado y sensible que es dejarlos entrar en el hogar, se forzará a los canes a un proceso de humanización extremo que no han visto el resto de criaturas: dado que iban a convivir con nosotros de forma mucho más cercana e intensa, y dado que aún así seguían considerándose criaturas sobre las cuales no solo era lícito sino necesario ejercer un control, los perros estaban condenados a dejar muy atrás cualquier vestigio que les quedara de sus ancestros lobos. ¿Qué es un perro fuera del entorno que le brinda y posibilita un ser humano?
Llegamos a un punto crucial, si bien la domesticación es siempre un proceso de intervención humana, en el caso de los perros podríamos decir que la cuestión va mucho más allá: son propiamente humanos. Nos vemos reflejados en ellos, empatizamos con ellos, los queremos y protegemos, y vemos en ellos mucho de nosotros porque, a decir verdad, hay mucho de nosotros en ellos, sí. Son nuestro reflejo. Tenemos a un pastor alemán, a un chihuahua y a un carlino. Todos miembros de la misma especie. Con características muy diferentes entre sí, pero todos obedeciendo a un capricho humano: que cumplan determinada función con suficiencia.
No hay ninguna otra criatura no-humana que pueda depender tanto de nosotros como lo hace un perro. Y esto es así porque nosotros nos hemos encargado de que sea así.
Por lo tanto, cuando en la actualidad se nos hace un llamamiento a que no vistamos a nuestros perros, o a que no prefiramos su compañía o cuidado al de un ser humano, aduciendo que no es bueno para ellos que los humanicemos, no nos queda otra que observar lo obvio: llegamos tarde, muy tarde. Llevamos miles de años humanizando a los perros, haciéndolos a nuestra imagen y semejanza, hasta el punto de que ya no pueden ser apenas nada sin nosotros.
Si se comprende todo esto, se observará que lo que se nos pide no es que dejemos de humanizar a los perros sino, más bien, que los deshumanicemos, que dejemos de hacernos cargo, que hagamos como si siempre hubiéramos respetado su instinto y su naturaleza. Pero no, esto no es posible. Porque no, nunca los tratamos respetando su propia idiosincrasia y características. Porque sí, fueron nuestro invento y ahora son nuestra responsabilidad.