En más de un texto, de libros a las Barcelonas, he mencionado cómo Patrick Modiano es uno de los paseantes supremos de la Europa Contemporánea. Mientras camino no suele aparecerse, pero cuando me siento a escribir tiene tendencia a sugerir ecos de su obra, donde los pequeños detalles urbanos suelen ser puertas para mayores panoramas. Para alcanzarlos, suele desplegarse una operación detectivesca, inherente a quien gasta suela por el asfalto ciudadano, plataforma en la que lo más nimio puede conducir a descubrimientos.

Si lo saco hoy a colación es porque nuestra protagonista de estos párrafos surge una noche cualquiera, antes de ir a dormir, momento propicio más de una vez –cada uno es como es– para distraerme con mapas parcelarios de Barcelona, algo insano a esa hora, porque son cajas de preguntas en cada milímetro de su cuerpo.

Como estoy con esta serie navegué por el confín de Virrei Amat. En 1931, su esquina con Els Quinze y la futura extensión de Fabra i Puig ofrecía una vista donde el camí de Sant Iscle aún avanzaba sin interrupciones. Una vista aérea de 1955 mostraba cómo el hueco se había copado con naves industriales, poderosas hasta cortar al pobre Sant Iscle, lo que más tarde conllevaría conflictos de servidumbre de paso.

El cuadrado rojo son las naves de la Central Encajera. En amarillo Els Quinze/Camí de Sant Iscle, en verde Fabra i Puig, en azul claro Amílcar y, de violeta, la calle Pi i Molist.

Tras averiguar la existencia de ese conjunto revisé mi archivo para recordar su forma actual, en esencia una esquina emblemática de Virrei Amat y una sucesión de bloques de pisos no tan horrorosos, con comercios en los bajos y una apertura, el carrer de Miquel Ferrà, hacia el carrer de Los Amigos y la plaça Claudel.

Al cabo de pocos días, más por casualidad que por obsesión, localicé dos imágenes antiguas, datadas antes de 1961, pues en ambas aún ni siquiera se vislumbran las obras del mercat de la Mercè y hasta se intuye sin problemas la senda de Sant Iscle.

La plaza Paul Claudel con la calle de Los Amigos. | Jordi Corominas

En las dos copias se aprecia la magnitud de esas naves, intrigándome más, como siempre, la ausencia de cualquier referencia a las mismas. Me dejé guiar por la numeración de Fabra i Puig, hasta localizar una apertura sensacional entre el 227 y el 247 de este paseo, en la esquina con Virrei Amat/Els Quinze.

La pista tenía nombres y apellidos. En 1946 Buenaventura Román Fort, nacido en 1903, se adjudicó una parcela del camí de Sant Iscle. Pocos meses después, junto a José Roca Pitarch, solicitó declarar isla industrial la manzana comprendida entre Virrei Amat, Fabra i Puig, Amigos y una calle en proyecto, Joan Alcover.

Els Quinze, antiguo camí de Sant Iscle, con Virrei Amat/Fabra i Puig. | Jordi Corominas

Consiguieron su objetivo y así fue como la Central Encajera S.A. hizo de esa cuadrícula su feudo, con el simbolismo de quebrar la racionalidad de las vías antiguas desde la prepotencia económica.

La empresa, con sede durante décadas en el 42 de Bruc, figura en varias tesis doctorales sobre el sector textil, destacándose su pericia con los broches de todo tipo, si bien en una factura de 1955 sus especialidades son blondas, tules y velos. A mediados de los ochenta, en plena desindustrialización, la prensa la pondera por su labor con la seda.

Su patrón, Buenaventura Román Fort, debió progresar de manera paulatina durante el Franquismo, tras un probable inicio crítico después de la Guerra, pues su nombre se registra en el BOE del 11 de agosto de 1939, garantizándose unos créditos que podían haberle sido retirados.

En la primera posguerra obtener un espacio de estas características siempre conllevaba sonreír o ser de los vencedores. Estamos, lo recuerdo, en la segunda mitad de la década de los cuarenta, y Bertrán Fort se instala en esa posibilidad periférica sin nada, sólo esos cruces carpetovetónicos y, al fondo, masías y más masías hacia Horta o el interior de Vilapicina.

La condición pionera de la Central Encajera S.A en este perímetro, y sobre todo en la esquina Fabra i Puig/Virrei Amat, es una evidencia de poder, así como una prolongación de cómo, en esas fechas, la industria podía dominar a su antojo el final de los actuales Quinze hacia Virrei Amat, hasta bloquear la continuidad de algunas calles, como Serrano, o aupar a otras, como es el caso de Joan Alcover.

Los bloques de Fabra i Puig donde estuvo la Central Encajera S.A. | Jordi Corominas

Como decíamos, La Central Encajera S.A. y sus arquitecturas tuvieron personalidad propia en todo el entorno de Virrei Amat, gran encrucijada de estos márgenes. Las fotos aéreas manifiestan su indiscutible reinado en su área hasta la época de los Juegos Olímpicos, cuando todo el torbellino de los años conclusivos de la Guerra Fría provocó deslocalizaciones y traslados fuera de la capital catalana.

La caída de este gigante en decadencia activó la renovación y devino metáfora del adiós a todo lo industrial para ganar en plazas o equipamientos. Así fue, casi en consonancia con los inmuebles sucesores de los de la Central Encajera S.A., como pudo brillar la muy anunciada y poco perfilada plaça de Paul Claudel, ahora mismo una forma rara, fruto de tanta historia, pero muy eficaz para el vecindario, que en pocos metros puede disponer del meollo del Santuario con el puente uniéndolo a Can Basté o de la plaça de Santa Eulàlia.

No es nada chocante que los nuevos bloques, impersonales y homologados, hayan causado la amnesia sobre sus antecesores. Hoy en día, junto a la plaça Claudel, son una absoluta cesura de lo nuevo y lo viejo, pues tras el ágora dedicada al literato, sin duda muy vinculado a Vilapicina, irrumpe una serie de inmuebles con supervivencias modernistas y desigualdad en sus alturas.

Este reducto de un antaño fenece en Amílcar y es una lanzadera hacia la calle de Vilapicina. Pocos metros atrás teníamos a nuestra protagonista de esta Barcelonas, con broche de olvido donde predominó incontestada.

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