La era del compartir: “coliving” y otros fenómenos de nuestro tiempo

Hace no tantos años, los jóvenes de lugares como España solían decidir irse de vacaciones solos, en pareja o con amigos. Esa misma juventud se emancipaba de casa de sus padres a temprana edad y solían hacerlo también solos o en pareja (y en alguna ocasión también con amigos). En general, sus hábitos de consumo y comportamiento tendían a ser muy atomizados, entendiendo esto como pautas individuales, familiares o de grupos reducidos y de confianza.

En la actualidad, esos tiempos parecen haber quedado muy atrás y la juventud se guía por pautas muy diferentes. Nunca había habido tanta cantidad de jóvenes que compartieran piso, e incluso habitación, con personas que no conocían hasta que se encontraron en el inmueble. ¿Estamos ante una generación extraordinariamente sociable? ¿Se han vencido las barreras de la confianza de antaño, tan limitantes? 

Por supuesto, tampoco tantísimas personas habían “decidido” no irse de vacaciones y quedarse en casa jugando a videojuegos, viendo Netflix o haciendo cualquier otra actividad (menos dormir, que eso no es de buen emprendedor, ahí no hay mentalidad de tiburón que valga). Pero ahora sí: bienvenido todo el mundo a la economía colaborativa.

De hecho, el fenómeno del coliving lleva unos años muy en boga en todo el mundo, al menos en algunos medios de comunicación y en ciertas promotoras inmobiliarias. Para muestra, un botón; el portal de la promotora inmobiliaria Culmia presenta, sin apenas sesgo, el coliving como: ¿Eres un joven profesional a la búsqueda de tu nueva casa? Descubre las ventajas del coliving, una interesante alternativa residencial que triunfa en los Estados Unidos, Alemania o el Reino Unido.

Si algo triunfa con tanto furor en los Estados Unidos, Alemania o el Reino Unido… ¿No puede ser malo, no? Solo debemos fijarnos en el envidiable sistema sanitario público de los Estados Unidos de América. Si una gran potencia económica hace algo, corramos todos a imitarla.

A decir verdad, términos como el de economía colaborativa o, de forma muy especial, anglicismos como coliving, entre algunos otros, están siendo usados por doquier por diferentes medios de comunicación. El hecho de recurrir a estos términos de nuevo cuño no es algo baladí pues, por supuesto, hay una intencionalidad clara: al emplear una terminología nueva y/o extraña (pero que suena moderna, pues a menudo acaba en -ing) se intenta esquivar la carga que la terminología habitual lleva consigo.  

Al fin y al cabo, compartir piso con desconocidos con más de 30 años no parece que fuera la aspiración de la inmensa mayoría de quiénes se ven en dicha tesitura. Pero, si en vez de compartir piso están haciendo coliving, tal vez ya no sea tan indeseable la situación… Y si no lo ves así es porque tal vez aún no has “descubierto las ventajas del coliving”.

Así, esta terminología tiene, por un lado, una clara función eufemística pero, y esto es aún más fundamental, no solo enmascara la realidad, sino que la dota de otro sentido: no se trata solo de amar tu precariedad, sino de no verla ya más como tal; se convierte en una opción elegida, una cuestión preferencial, de gusto e, incluso, tal vez, de cierta sofisticación o distinción: ¿por qué ibas a querer vivir solo con lo enriquecedor que es compartir tu espacio con multitud de desconocidos, tal y como hacen en países tan avanzados como Alemania? 

De este modo, se observa una campaña continuada para generar titulares y artículos de todo tipo, pero bajo un mismo signo: los jóvenes prefieren comprar comida preparada a comer en restaurantes, los jóvenes prefieren Netflix al cine (incluso prefieren Netflix a viajar de vacaciones), prefieren vivir con sus padres por las comodidades que esto les ofrece o, en caso de independizarse, prefieren vivir con multitud de desconocidos porque les repele la soledad y, tal vez, también la responsabilidad no solo para con las tareas domésticas, sino la responsabilidad existencial misma.

Sin embargo, tal vez, y solo tal vez, los jóvenes no aman tanto el coliving y otros fenómenos análogos. Quizás, si se les diera la posibilidad, amarían más una suerte de codistribution, una redistribución más justa de la riqueza y, en general, unas condiciones que permitieran de forma efectiva hallarse ante la posibilidad de elegir un plan de vida, con diferentes opciones encima de la mesa y con un nivel coercitivo muy inferior al presente. Pero tal vez esto sea solo una idea loca y absurda: qué iba a saber un millenial sobre estos temas.